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He Vivido

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hasta la mitad de agua, y la otra mitad la inflan con aire. Se requiere fuerza<br />

y destreza, ya que se trata de alzar el odre al hombro y sostenerlo sin que se<br />

caiga al suelo durante algunos segundos. No creo que nadie lo haya logrado<br />

nunca, pues el movimiento del agua hace perder el equilibrio.<br />

Exceptuando a los viejos inquilinos del hospital, hoy no se ve a ningún<br />

hombre por la calle, ya que todos, o por lo menos todos los que pueden,<br />

están en la fábrica desde primera hora de la mañana. Esta noche, seguramente<br />

porque aún no estoy recuperado del todo de mi enfermedad, la falta<br />

de sosiego me ha mantenido despierto y las voces de los serenos me han traído<br />

a la mente la lentitud de las horas de la madrugada. “Las dos... y lloviendo”,<br />

acostumbra a decir el viejo Juan Olia Markaide al tiempo que<br />

golpea el suelo con su lanza. Otras veces suele ser el chopo Pedro Salturri Berezibar<br />

quien, realizando el servicio nocturno imbuido en su capa con capuchón,<br />

canta con su voz grave las horas y las vicisitudes relacionadas con<br />

el tiempo. Una vez terminada la ronda nocturna completa de Olia, ha lle-<br />

Los entierros eran un acontecimiento que reunían a gran parte de los mondragoneses, si<br />

bien algunos de aquéllos resultaban, al parecer, más atractivos que otros, atendiendo al<br />

número de acompañantes en la conducción del difunto hasta el cementerio de Alday.<br />

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