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He Vivido

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extraordinaria, ocuparse de trabajos que le llegan de fuera, como coser<br />

las blusas a estrenar en días grandes como el de Corpus Christi. Y como<br />

decía antes, muchos días festivos acudimos a Gesalibar, a donde María de<br />

Errotatxo, pues el médico me ha recomendado tomar baños de agua sulfurosa,<br />

y mis padres dicen que me hacen bien. A mí, en cambio, el olor<br />

de ese agua me da asco. De todos modos, creo que mis padres me quieren<br />

de verdad.<br />

Las aulas de la escuela de monjas están ocupadas por unos quinientos o<br />

seiscientos niños. A pesar de que tal montón de niños que yo nunca hubiera<br />

llegado a sospechar hay en el pueblo no entiende de rectitud –yo entre ellos,<br />

por supuesto– esas mujeres raras vestidas de blanco y con la cabeza cubierta<br />

nos obligan a sentarnos más o menos en el mismo sitio en horas de clase.<br />

Sentados e inmóviles, las manos recogidas atrás y los pies bien emparejados:<br />

así es como solemos estar, y las monjas seleccionan vigilantes especiales para<br />

hacer de picuteros cuando ellas se ausentan.<br />

Solamente nos queda el recreo como válvula de escape de toda nuestra<br />

fuerza interior, si bien es un período que puede llegar a ser peligroso, como el<br />

día que Juanito Venantx Vitoria me propinó un tremendo puñetazo en el estómago.<br />

Fue una sensación terrible, como si la respiración no hubiera tenido<br />

prisa alguna por retornar. No sé por qué, pero el dolor me trajo a la mente la<br />

imagen del instrumentista del bombo de la banda de música: yo era el bombo<br />

y Juanito el músico. Si caemos al suelo, miramos alrededor a ver si alguien<br />

nos ha visto, y si oímos risas, respondemos: ¡No me duele, no me duele!<br />

Nuestro espacio de recreo son los kalistros, y nos hemos acostumbrado a<br />

ellos como si de nuestra cárcel particular se tratara. Pero a falta de vigilantes,<br />

nos acercamos hasta el pórtico de la entrada principal y allí nos encontramos,<br />

entre adioses tristes y amargos, con el coche de caballos de Atxa y<br />

las personas que, en dolorosa despedida, están a punto de partir hacia Bilbao.<br />

¿Hasta cuándo? No lo sé, pero para mí Bilbao está en el otro extremo<br />

del mundo. Pienso que la distancia física entre mi pueblo y la capital marca<br />

a su vez una diferencia en cuanto a sensibilidades. De no ser así, no podría<br />

entender por qué se rompió la relación entre mis padres y mi tía viuda que<br />

vive en Bilbao. Un día enviamos a la hermana de mi padre un cesto lleno de<br />

manzanas de una libra y de allí a poco recibimos una carta en la que mi tía,<br />

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