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Mi visión del pueblo durante la primera década del siglo XX estuvo condicionada a mi<br />
atalaya particular, sita en el balcón del piso segundo del nº3 de la Calle Iturriotz, justo<br />
encima de la carnicería de Benita<br />
drés Bidaburu y yo por la calle cuando pasó frente a nosotros una de esas<br />
niñas bonitas con su traje nuevo. Al hacer la niña caso omiso al saludo de una<br />
mujer ya entrada en años que caminaba por la misma acera, ésta le espetó<br />
enojada: Desde que ha aparecido con ese vestido nuevo, a esta niña se le<br />
han subido los humos. ¡Abistuste! ¡Y no se equivocaba, caramba!<br />
Con frecuencia, según camino hacia las monjas, pienso en la emoción que<br />
sentiré cuando den las cuatro de la tarde. Con todo, también hay cosas que me<br />
agradan, por ejemplo, el hecho de ser alumno de una escuela que cuenta con<br />
un edificio con escudo o el poder escuchar acontecimientos de la historia sagrada.<br />
Se dice que las monjas son más hospitalarias que maestras como Doña<br />
Manuela, que ejerce al lado. Doña Manuela, al parecer, es bastante bruja, rígida<br />
y seria y dicen que amansa a sus alumnos a base de amedrentarles... No<br />
sé hasta qué punto será eso verdad, pero el otro día pararon a Bishente Bedia<br />
en plena calle, cuando se dirigía hacia la escuela empuñando el martillo que<br />
la Unión Cerrajera había proporcionado a su padre para trabajar en casa:<br />
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