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He Vivido

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se volvieron hacia mí, aunque nadie se atrevió a abrazarme. Sospecho que<br />

mi madre, que estaba en el balcón, esperaba la buena nueva, pues bajó rápidamente<br />

a ocuparse de mí y me aupó como si fuera una zanahoria hasta<br />

la fuente de la Plaza de Abastos. Después de los primeros auxilios, me llevó<br />

raudamente a casa, con los pantalones y las alpargatas en la mano.<br />

El otro día, aparecieron en el pueblo dos monjas con medio hábito de<br />

color azul. Me indicaron que se trataba de moja lapurrak (monjas ladronas),<br />

aunque no sé muy bien qué querrá decir eso, quizás sean palabras en<br />

clave. Algo así como la manera de hablar del cura Don Pedro dirigiéndose<br />

a Inés la amallavesa: “Escucha, Inés, tienes que preparar la perdiz... per<br />

omnia secula seculorum”. Eso fue lo que le oí, al pasar delante de ellos. E<br />

Inés se dirigió velozmente a casa, como si hubiera escuchado la voz del cielo.<br />

A pesar de que sólo tengo seis años, pues nací el 19 de Enero de 1908 a<br />

las cinco y media de la mañana, esta escuela es la segunda a la que acudo en<br />

mi trayectoria personal. Hasta cumplir los cuatro años me enviaron a la de<br />

la Calle del Medio, de la que se encargaba la madre de mi gran amigo Félix<br />

Likiniano. La escuela se encuentra frente al Casino Viteri y no puedo decir<br />

que aprendiera mucho allí. Ahora bien, Félix, Sabino Lasaga, Andrés Bidaburu<br />

y yo solíamos pasar largo tiempo jugando, como ahora, que en cuanto<br />

podemos nos reunimos y nos vamos por ahí juntos. El que sí ha demostrado<br />

que nos quiere de verdad es el cura Don José Joaquín Arin. Nos pone su mano<br />

gruesa y cálida sobre la cabeza cada vez que nos topamos con él en la calle y<br />

le saludamos con un “Ave María Purísima”. Con la esperanza de recibir ese<br />

gesto suyo tan amable, solemos permanecer vigilantes a la espera de que salga<br />

de la parroquia para dirigirse a la iglesia de San Francisco. No obstante, si alguna<br />

vez cometemos pecado entre todos y tememos que alguien vaya a contárselo<br />

a Don José Joaquín, le decimos “Picutero Barrabás, en el infierno<br />

pagarás” y así nos aseguramos que todo quedará en secreto.<br />

La enigmática torre de San Francisco, con el gigante Udalaitz al fondo,<br />

anuncia, tras los agradables meses del verano, la llegada del apestoso otoño,<br />

incluida la semana para rezar el rosario. Lo he hecho una vez. Las carcajadas<br />

de las mocosas que acuden a la puerta de la iglesia a saltar a la cuerda<br />

me provocan pensamientos contrarios a la doctrina cristiana y me pregunto<br />

una y otra vez para qué crearía Dios a las niñas. Un domingo, íbamos An-<br />

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