He Vivido

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09.05.2013 Views

Un día se me presentó en sueños el txorimalo situado en lo alto de la iglesia de San Francisco, que me echó una buena reprimenda por haberle acusado, hace unos años, de dejadez. “Te quivocas –me dijo– si piensas que no siento dolor por la desaparición definitiva de los hijos del pueblo”. A decir verdad, no esperaba recibir su visita y creo que me habló con total sinceridad. Me dejó ver que no estaba en sus manos evitar la muerte de los amigos y familiares queridos, y le creí. Ya te he dicho anteriormente que los sucesos de 1934 cambiaron totalmente mi vida. ¡Quién lo iba a decir! Y he tenido que vivir en Montevideo desde 1950. He vivido aquí más años que en Mondragón. Pero pese a haber tenido la mente en la principal ciudad de Uruguay, mi corazón se quedó en mi pueblo natal, enraizado en los años de mi infancia, adolescencia y juventud. De haber podido, hubiera traído aquí a mis padres, pues de ellos recibí el toque mágico de mi ser. Pero si los hubiera arrancado de su entorno natural, es posible que hubiera advertido en ellos la misma resignación que tan a menudo me afecta a mí, y eso es algo que no podría haberme perdonado. Dejemos, pues, las cosas tal y como están. Corresponde a cada uno el hacerse cargo de sus errores y sus virtudes con todas las consecuencias, tanto buenas como malas. Pese a que alguien pudiera pensar que soy una especie de hijo desnaturalizado, me quedé totalmente conmocionado ante la noticia que me hiciste saber el otro día. ¿Están derribando la Unión Cerrajera? Estoy seguro que de haberme tocado a mí, no habría sido capaz de dar el primer golpe de pico, porque para mí habría sido algo así como derribar mi propia casa. Aquella fábrica, nuestra fábrica, fue capaz de sacar adelante la vida de varias generaciones. Por tanto, ¡adiós para siempre a la fundición, a la tornillería, a la cerrajería y a infinidad de hermosos recuerdos! Desde mi nido de Montevideo me resulta difícil hacerme una idea clara del nuevo aspecto que tomará el lugar donde se ubicaban los edificios industriales. A fin de poder comprender la terrible decadencia de la empresa en los últimos años, en tu carta mencionabas la despreciable postura amarillenta tomada por cierto sindicato. Yo diría que la historia se repite. ¡Si supieras cómo doblaban la cerviz algunos delegados de los trabajadores ante nuestros patrones! ¡Había sindicalistas que vivían a cuenta de los trabajadores! Tal y como sucede ahora, por lo visto. 120

La Unión Cerrajera ha desaparecido para siempre y se hace difícil pensar que los vigorosos y poderosos edificios no funcionarán ya por más tiempo. Quizás el hacerme a la idea me resulta tan duro que prefiero rescatar imágenes de los anaqueles de mi mente y revivir en mi interior la terrible explosión que mató al padre de mi amigo Jesús Leibar en la fundición; o volver a recordar cómo solíamos apagar los habituales incendios de la sección de temple, bajo la dirección del incapaz ingeniero Paco Maixor Resusta. Pues éstos son recuerdos vivos, mientras que las tuyas son noticias referidas a la muerte... y en estos últimos días la muerte me ha asediado en demasía... Lo último ha sido la pérdida de mi gran amigo Marcos Vitoria. Un compañero de la infancia y, en verdad, un magnífico apoyo en mi exilio. Desde que en 1950 partí desde Toulouse rumbo a Uruguay, la relación epistolar entre Marcos y yo ha servido de soporte para mantener mis ideales de juventud, por encima de todo tipo de fraudes políticos y profesionales. Ahora Marcos me estará mirando desde el espacio infinito del cosmos y, como si quisiera avisarme que espera reunirse pronto conmigo para siempre, me estará haciendo alguna señal. Seguramente, me anticipará que el hipotético Dios nos convertirá en flores, añadiendo a continuación que seremos felices observando nuestro pueblo natal desde la pendiente de Kurtze Txiki. El otro día me preguntaste por teléfono cuáles serían los recuerdos que más destacaría yo. Y te respondí que eso era hacer trampa, ya que los recuerdos pueden convertirse en afiladas espadas de doble filo que se vuelven contra uno. Al final, junto al premio del dulce viaje a los orígenes, la amarga certidumbre de la destrucción total resurge en la inevitable comparación entre las distintas épocas. La mayoría de los compañeros de mis recuerdos están en el cementerio, por tanto, tendría que acudir allá y hablar con mis viejos amigos para revivir los momentos en que jugábamos a pelota o lanzábamos nuestras cometas. Momentos lejanos ya fenecidos. Me llamaste para comunicarme que habías llegado bien. Te agradezco mucho que vinieras a visitarme a Montevideo en Abril. Y te comunico que ya he recibido las fotos que me enviaste por correo urgente. Mi mujer está sumamente emocionada desde que supo que mi pueblo –el viejo Mondragón– me quiere dedicar un libro. Ella ignoraba –y yo también– que tuviera un marido tan importante. Con todo, te repito que, a pesar de que te es- 121

La Unión Cerrajera ha desaparecido para siempre y se hace difícil pensar<br />

que los vigorosos y poderosos edificios no funcionarán ya por más tiempo.<br />

Quizás el hacerme a la idea me resulta tan duro que prefiero rescatar imágenes<br />

de los anaqueles de mi mente y revivir en mi interior la terrible explosión<br />

que mató al padre de mi amigo Jesús Leibar en la fundición; o volver<br />

a recordar cómo solíamos apagar los habituales incendios de la sección de<br />

temple, bajo la dirección del incapaz ingeniero Paco Maixor Resusta. Pues<br />

éstos son recuerdos vivos, mientras que las tuyas son noticias referidas a la<br />

muerte... y en estos últimos días la muerte me ha asediado en demasía...<br />

Lo último ha sido la pérdida de mi gran amigo Marcos Vitoria. Un compañero<br />

de la infancia y, en verdad, un magnífico apoyo en mi exilio. Desde<br />

que en 1950 partí desde Toulouse rumbo a Uruguay, la relación epistolar<br />

entre Marcos y yo ha servido de soporte para mantener mis ideales de juventud,<br />

por encima de todo tipo de fraudes políticos y profesionales. Ahora<br />

Marcos me estará mirando desde el espacio infinito del cosmos y, como si<br />

quisiera avisarme que espera reunirse pronto conmigo para siempre, me estará<br />

haciendo alguna señal. Seguramente, me anticipará que el hipotético<br />

Dios nos convertirá en flores, añadiendo a continuación que seremos felices<br />

observando nuestro pueblo natal desde la pendiente de Kurtze Txiki.<br />

El otro día me preguntaste por teléfono cuáles serían los recuerdos que<br />

más destacaría yo. Y te respondí que eso era hacer trampa, ya que los recuerdos<br />

pueden convertirse en afiladas espadas de doble filo que se vuelven<br />

contra uno. Al final, junto al premio del dulce viaje a los orígenes, la amarga<br />

certidumbre de la destrucción total resurge en la inevitable comparación<br />

entre las distintas épocas. La mayoría de los compañeros de mis recuerdos<br />

están en el cementerio, por tanto, tendría que acudir allá y hablar con mis<br />

viejos amigos para revivir los momentos en que jugábamos a pelota o lanzábamos<br />

nuestras cometas. Momentos lejanos ya fenecidos.<br />

Me llamaste para comunicarme que habías llegado bien. Te agradezco<br />

mucho que vinieras a visitarme a Montevideo en Abril. Y te comunico que<br />

ya he recibido las fotos que me enviaste por correo urgente. Mi mujer está<br />

sumamente emocionada desde que supo que mi pueblo –el viejo Mondragón–<br />

me quiere dedicar un libro. Ella ignoraba –y yo también– que tuviera<br />

un marido tan importante. Con todo, te repito que, a pesar de que te es-<br />

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