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He Vivido

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padres y amigos, pese a que ni siquiera me quedan fuerzas para entonar el<br />

“Hor konpon...”. Luego ya veremos lo que pasa... pues el otro día leí a un<br />

cura que decía que el diablo no existe. Por otro lado... Pero... ¡Basta ya!<br />

Con todo, no me sorprendería saber que en el otro mundo existan conflictos<br />

entre españoles, vascos, norteamericanos o chinos. Pero será agradable<br />

encontrarse con un tamborilero como Nicolás Polico Pol. ¿Sabías que<br />

era de Aramaiona, como tú? Tocaba el tamboril magníficamente. Aparte de<br />

la música, supongo que podremos ir al cine; sin embargo, pienso que pasar<br />

la eternidad entre santones de barba larga y paso lento puede resultar bastante<br />

aburrido. Pero es casi seguro que los acordeonistas que tocaban en San<br />

Prudencio y Kale Barrixa no acudirán a la cita.<br />

Entretanto, mientras no dé el salto eterno al otro lado de la línea, seguiré<br />

aquí, a pesar de que no volveré a ver la brillante imagen de Lázaro Churrero<br />

Mancebo en la cuesta de Gazteluondo, ni podré saborear los helados de Teodoro<br />

Larrañaga en Erdiko Kale, ni las tartas de Biskai ni las enormes serpientes<br />

de mazapán de Lorenza. Hablando en términos doctrinales, estos<br />

personajes iluminaban más que el propio sol en aquel Mondragón pequeño<br />

y encantador. Fue una época que no volverá, una infancia golosa sin muchos<br />

medios pero con una pasión total por la vida, en la que, los domingos por la<br />

tarde, a falta de una cometa para despertar la curiosidad de nuestros amigos<br />

del cielo, satisfacíamos esa necesidad mediante la amistad mutua.<br />

Cambiando de tema, te informo de que recibí el libro sobre las costumbres<br />

medicinales de nuestros antepasados, para que no pienses que se perdió<br />

en el vasto océano. ¿Te he comentado alguna vez que en 1950 nos costó<br />

veintiún días llegar desde Génova hasta aquí en barco? El libro tardó cinco<br />

días desde Mondragón a Montevideo. O “De Mon a Mon”, como dice la expresión<br />

que solemos utilizar bromeando en nuestras cartas. Sobre todo me<br />

ha gustado el capítulo dedicado al velatorio mortuorio, pues me ha recordado<br />

la costumbre que conocí en el pueblo, con las mujeres respondiendo a las letanías<br />

–¿A qué se debe tanto ora pro nobis... acaso Dios está sordo?– mientras<br />

los hombres jugaban a cartas en la cocina. El libro me ha hecho recordar<br />

a los médicos de mis tiempos, entre otros a Labajos, que supuestamente estaba<br />

medio loco. Loco o no, en opinión de todo el mundo era el médico más<br />

hábil de todos los que había en el pueblo. Un día le llamaron de un caserío<br />

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