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pañarle en una urgencia. De allí a poco tiempo iba yo bajando por Erdiko<br />
Kale vestido de mariquita roja, sosteniendo un gran farol en la mano,<br />
mientras mi amigo, a través del sonido anunciador de una campanilla,<br />
pedía a los transeúntes una oración por un enfermo. Yo sentía vergüenza<br />
dentro de aquel traje de colores. Los niños que se encontraban en la calle<br />
salían huyendo nada más vernos y los mayores, en cambio, se arrodillaban<br />
a nuestro paso.<br />
Nunca antes se había arrodillado nadie ante mí, y aquella emocionante<br />
sensación me trajo a la mente la fábula del burro altivo que pensaba que los<br />
pétalos de rosa y suaves alfombras que pisaba los habían colocado en su<br />
honor, olvidando totalmente al caballero que llevaba encima. Sin tener una<br />
idea clara del lugar adonde nos dirigíamos y con el sonoro tañido de la campana<br />
de Félix, confundido con la devoción de la gente y la imagen fantasmal<br />
del burro, llevé muy mal el tramo que quedaba hasta nuestro destino.<br />
Una vez pasado por delante de mi casa, entramos en el portal contiguo a<br />
la peluquería de Errabaleko Kojua y subiendo por unas escaleras empinadas<br />
y torcidas llegamos con el viático hasta la cama del difunto dulzainero<br />
Gregorio Pitt Etxebarria. Vimos al paciente jadeando. Frente a él se encontraba<br />
Don Paco, rezando en latín. Nos arrodillamos. Al terminar las oraciones,<br />
el cura quiso administrar la comunión a Pitt, pero era evidente que el<br />
hábil músico no podía tragar nada. Me quedé mirándolos a la luz del farol,<br />
nervioso por ver en qué quedaría el esfuerzo de Don Paco y, a su vez, con la<br />
esperanza de que se produjera un milagro. Estaba como clavado al suelo, sin<br />
poder moverme, alzando el farol tan alto como alcanzaba la longitud de mi<br />
brazo. Mas no sucedió nada. El intento de Don Paco para introducir la hostia<br />
en la boca del paciente resultó baldío.<br />
¿Dónde estaba Dios –me preguntaba– en los momentos en que podía ofrecer<br />
ayuda a su hijo que probablemente se encontraba al borde de la muerte?<br />
¿Cómo pudo olvidarlo? En eso, recibimos la orden de Don Paco: ¡Vamos!<br />
Y a falta de la luz de mi farol, se hizo la oscuridad total en la habitación. Después<br />
de lo sucedido, tuve sentimientos contrapuestos y camino a la iglesia me<br />
entraron ganas de ir a los que se arrodillaban al vernos y decirles que todo<br />
aquello no era más que una gran farsa, en la que nosotros éramos unos extraordinarios<br />
actores y que el resultado no valía la pena.<br />
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