He Vivido

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09.05.2013 Views

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Previo a atravesar el puente de los noventa y dos años, celebré las fiestas de Noche Buena y Natividad en lejana soledad, en el solsticio de verano de estos parajes, y quise hacer un esfuerzo especial, dando un salto de ochenta años, para disfrutar de los días memorables con los familiares del pueblo de aquella época. El humo oloroso de la cazuela llena de manzanas con arándanos llenaba la cocina. Resguardados del frío ambiente de las nieves de Udalaitz y Anboto, el calor invitaba a la dulce placidez, para deleite de sabañones y oídos. Quise charlar contigo, pero mi abuela Ramona –Ramona Ayastuy, madre de mi madre– apercibida de mi preocupación, me miró a los ojos y me dijo: Pero Jesús... Josemari está de camino... Aparecerá dentro de unos años... Y tú no estarás en casa... Y al objeto de aliviar mi tristeza, me contó sobre los gritos y el estrépito de aquella familia que recibió una serpiente descomunal de mazapán de casa Lorenza. Una vez terminados los postres, los más jóvenes se dirigieron a misa de gallo. Yo estaba seguro de que nada más salir de casa tomarían caminos diferentes, ¡quién sabe hacia dónde! Ya sabes que de joven perdí la fe. En mi caso, los consejos y lecciones de Sor Delfina fueron baldíos. Mi mente no podía comprender lo que dictaba el corazón. Tampoco he sido creyente en otros ámbitos, como, por ejemplo, el de la lengua, y nunca entenderé por qué te empeñas tanto en escribir en euskera. En mi opinión, tu esfuerzo es un paso hacia atrás. El resultado no justifica el esfuerzo. La velocidad del mundo exige diferentes dimensiones. ¿No deberíamos dirigirnos todos hacia un único idioma? ¿Qué ocurrió en Babel? ¿Acaso la vanidad del hombre fue la que nos llevó a la eterna penitencia? ¡Quién sabe! Con todo, si trasladáramos polémicas como ésa a un escenario, frente al público, creo que haríamos el ridículo, pues no sabemos nada ni sobre el género humano ni sobre la naturaleza. Nos creemos los reyes de la creación. ¡Pobres de nosotros! Todos los días tenemos que transformar historias que alguna vez se inventaron; debemos actualizarlas, porque nos avergonzamos el escuchar una y otra vez que Dios creó el mundo en seis días: Y al séptimo –digo yo– ¡se fue a la romería de San Prudencio! Mi difunto abuelo murió entre terribles lamentos por el mal funcionamiento de su próstata. Cuando vinieron a administrarle la extremaunción, salí al balcón con intención de pe- 109

Previo a atravesar el puente de los noventa y dos años, celebré las fiestas<br />

de Noche Buena y Natividad en lejana soledad, en el solsticio de verano de<br />

estos parajes, y quise hacer un esfuerzo especial, dando un salto de ochenta<br />

años, para disfrutar de los días memorables con los familiares del pueblo de<br />

aquella época. El humo oloroso de la cazuela llena de manzanas con arándanos<br />

llenaba la cocina. Resguardados del frío ambiente de las nieves de<br />

Udalaitz y Anboto, el calor invitaba a la dulce placidez, para deleite de sabañones<br />

y oídos.<br />

Quise charlar contigo, pero mi abuela Ramona –Ramona Ayastuy, madre<br />

de mi madre– apercibida de mi preocupación, me miró a los ojos y me dijo:<br />

Pero Jesús... Josemari está de camino... Aparecerá dentro de unos años... Y<br />

tú no estarás en casa... Y al objeto de aliviar mi tristeza, me contó sobre los<br />

gritos y el estrépito de aquella familia que recibió una serpiente descomunal<br />

de mazapán de casa Lorenza. Una vez terminados los postres, los más jóvenes<br />

se dirigieron a misa de gallo. Yo estaba seguro de que nada más salir de<br />

casa tomarían caminos diferentes, ¡quién sabe hacia dónde!<br />

Ya sabes que de joven perdí la fe. En mi caso, los consejos y lecciones de<br />

Sor Delfina fueron baldíos. Mi mente no podía comprender lo que dictaba<br />

el corazón. Tampoco he sido creyente en otros ámbitos, como, por ejemplo,<br />

el de la lengua, y nunca entenderé por qué te empeñas tanto en escribir en<br />

euskera. En mi opinión, tu esfuerzo es un paso hacia atrás. El resultado no<br />

justifica el esfuerzo. La velocidad del mundo exige diferentes dimensiones.<br />

¿No deberíamos dirigirnos todos hacia un único idioma? ¿Qué ocurrió en<br />

Babel? ¿Acaso la vanidad del hombre fue la que nos llevó a la eterna penitencia?<br />

¡Quién sabe!<br />

Con todo, si trasladáramos polémicas como ésa a un escenario, frente al<br />

público, creo que haríamos el ridículo, pues no sabemos nada ni sobre el género<br />

humano ni sobre la naturaleza. Nos creemos los reyes de la creación.<br />

¡Pobres de nosotros! Todos los días tenemos que transformar historias que<br />

alguna vez se inventaron; debemos actualizarlas, porque nos avergonzamos<br />

el escuchar una y otra vez que Dios creó el mundo en seis días: Y al séptimo<br />

–digo yo– ¡se fue a la romería de San Prudencio! Mi difunto abuelo murió<br />

entre terribles lamentos por el mal funcionamiento de su próstata. Cuando<br />

vinieron a administrarle la extremaunción, salí al balcón con intención de pe-<br />

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