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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
95<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
-<strong>No</strong> es necesario <strong>que</strong> sigas con tus supercherías para llegar a esta conclusión. Ni <strong>que</strong><br />
te extrañes ante la furia de Octavio. Él se considera el hijo de César. Y tú, como es<br />
lógico, continúas afirmando ante el m<strong>un</strong>do <strong>que</strong> el verdadero heredero de César es tu<br />
hijo.<br />
Y continuaré repitiéndolo. Tú conociste la vol<strong>un</strong>tad de César. Albergaba el proyecto<br />
<strong>que</strong>, más tarde, estuvo a p<strong>un</strong>to de reanudar Marco Antonio. Quería <strong>que</strong> Roma se<br />
extendiese por todo Oriente y <strong>que</strong> nuestro hijo, el verdadero, el legal ante los dioses,<br />
gobernase este inmenso imperio desde el trono de Egipto, desde Alejandría. ¡N<strong>un</strong>ca<br />
habló de ese sobrino <strong>que</strong> ahora se hace llamar César Octavio!<br />
-Es lógico. César sólo hablaba de sí mismo. Yo no creo <strong>que</strong> pensase en nadie más<br />
cuando se refería a su proyecto. ¿Acaso no <strong>fue</strong> la ambición lo <strong>que</strong> provocó su muerte?<br />
Quería ser rey de Roma. Quería, más tarde, f<strong>un</strong>dar <strong>un</strong>a dinastía nacida de los Julios y los<br />
Tolomeos. ¡Él, siempre él en primer lugar! Y a continuación la parte <strong>que</strong> tú pudieses<br />
aportar. En ningún momento hablaba de Roma. En ningún momento se refería a Egipto.<br />
-Es posible <strong>que</strong> tus palabras no carezcan de verdad. Pero ésta no debe excluir mis<br />
ambiciones para Cesarión. Si ni siquiera el miedo consigue vencerlas, ¿cómo iba a<br />
hacerlo <strong>un</strong> error de César? Cuando Octavio se atreva a perjudicar a ¡ni hijo, daré la<br />
razón a sus conciudadanos, pues te digo <strong>que</strong> puedo ser la serpiente del Nilo, si me<br />
atacan... ¡Que se llaga llamar César Augusto, si esto ha de darle más ínfulas para<br />
dirigirse a <strong>un</strong> Senado de patricios corrompidos! Pero mi hijo es grande por dos nombtes:<br />
grande de Roma por<strong>que</strong> es el Pe<strong>que</strong>ño César, grande de Egipto por<strong>que</strong> es Tolomeo.<br />
Un súbito estremecimiento contradijo su apasionada declaración.<br />
-Y, sin embargo, tengo miedo, Sosígenes. N<strong>un</strong>ca lo tuve por mí, y ahora me consume<br />
por mi hijo.<br />
Intentó disimular a<strong>que</strong>l arrebato cuando entraron en tropel alg<strong>un</strong>as de sus doncellas.<br />
Fue <strong>un</strong> alegre vaivén el <strong>que</strong> invadió la estancia. Las risas se entremezclaban con el<br />
suave murmullo de las túnicas de lino, el tintineo de los collares y todas las cadencias de<br />
<strong>un</strong> vestuario nítido, armonioso, <strong>que</strong> dijérase destinado a convertir cada movimiento de<br />
las damas en <strong>un</strong> instante musical.<br />
Para completarlo entró Ramose, <strong>que</strong> <strong>fue</strong> a instalarse al otro extremo de la estancia,<br />
con la reserva. de quien procura <strong>que</strong> su música constituya <strong>un</strong>a amorosa compañía y<br />
n<strong>un</strong>ca <strong>un</strong>a insistencia no deseada, por lo cercana.<br />
Carmiana pudo intuir el pesar <strong>que</strong> abrumaba a la reina de Egipto, pues corrió hacia<br />
<strong>un</strong>a de las terrazas <strong>que</strong> daban a la parte trasera del palacio y, desde allí, exclamó:<br />
-¡Señora! ¡Venid a ver al príncipe! Está en el patio de armas.<br />
Cleopatra ayudó a Sosígenes a levantarse. Una vez en la terraza, se apoyaron en la<br />
robusta barandilla, presas del temor por <strong>un</strong> instante.<br />
Cesarión montaba <strong>un</strong> potro negro, cuyas bridas sujetaba el capitán de la guardia,<br />
quien procuraba explicarle las diferencias entre el ritmo preciso del trote y el ímpetu del<br />
galope.<br />
Pero el interés, la diversión del príncipe se centraba en los saltos de obstáculos. Y sus<br />
ojos se desviaban hacia el palo <strong>que</strong> estaban colocando los esclavos, a dos tercios por<br />
encima del suelo. Y en su rostro resplandecía la tentación del peligro, igual <strong>que</strong> el sol<br />
bañaba sus desnudas espaldas. Pues vestía según la moda tradicional: el faldón plisado<br />
como única pieza, y también como alivio de los rigores del verano alejandrino.<br />
-¡Este pobre niño es el enemigo mortal de Octavio, no yo!<br />
Y al descubrir <strong>que</strong> el miedo adquiría cotas desproporcionadas en sus palabras,<br />
Sosígenes le acarició los cabellos, como solía hacer cuando era todavía <strong>un</strong>a niña y