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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
94<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Y no era extraño <strong>que</strong> trasladase alg<strong>un</strong>os de estos experimentos a los libros de<br />
cosméticos <strong>que</strong> tanto éxito han alcanzado entre las damas de Roma, ansiosas por<br />
conocer los secretos de la egipcia a<strong>un</strong><strong>que</strong> en público se permitan vituperarla como a la<br />
más execrable de las meretrices. ¡Así pagan las hipócritas matronas <strong>que</strong> C;leopatra<br />
com<strong>un</strong>i<strong>que</strong> en sus escritos mil años de experiencia en la belleza, inapreciable herencia<br />
de cuantas reinas tuvo el Nilo!<br />
A<strong>que</strong>lla tarde en <strong>que</strong> llegó el mensajero de Antonio -<strong>un</strong>a tarde <strong>que</strong> remitía a otra, tan<br />
distante en el tiempo-, Cleopatra abandonó sus distracciones habituales y se encerró en<br />
sus dependencias privadas. `temía <strong>que</strong> el recuerdo del <strong>que</strong> <strong>fue</strong> su amante inolvidable<br />
tuviese todavía el poder de herirla.<br />
Pero después comentaron sus damas <strong>que</strong> ni siquiera llegó a inmutarse. Por el<br />
contrario: parecía dominada por <strong>un</strong>a intensa sensación de orgullo. Y en su <strong>fue</strong>ro interno<br />
celebró <strong>que</strong> entre las maravillas del ser humano existiese a<strong>que</strong>lla de poder reaccionar<br />
con indiferencia ante las cosas <strong>que</strong> antaño ocuparon las parcelas más Importantes del<br />
sentimiento.<br />
Se elogió a sí misma. Acto seguido decidió <strong>que</strong> la prueba de la impaciencia estaba<br />
superada; así, pues, no era necesario infligir ofensas gratuitas al mensajero. De manera<br />
<strong>que</strong> le concedió <strong>un</strong>a audiencia, aplazada sólo por las horas <strong>que</strong> había decidido dedicar al<br />
ocio.<br />
Un ocio <strong>que</strong>, en cualquier caso, volvía a estar lleno de intensidad. Pues se consagraba<br />
a vigilar los progresos del ser <strong>que</strong> había ocupado en su alma el lugar de Antonio: los<br />
progresos, cada día más espectaculares, del príncipe Cesarión.<br />
-¡Once años ya! -exclamó mientras examinaba los informes de los distintos maestros<br />
de su hijo. Y volviéndose a Sosígenes, añadió con <strong>un</strong>a triste sonrisa-: Los tres últimos<br />
han transcurrido como tú pronosticaste. Un vuelo apenas. Un suspiro.<br />
-El tiempo, <strong>que</strong> es implacable, también tiene piedad. Y para ofrecer alg<strong>un</strong>a<br />
compensación a sus desaires hace <strong>que</strong> lo malo se marche algún día, como se <strong>fue</strong> lo<br />
bueno.<br />
Accede a invertir tus conceptos y no resultarán tan consoladores. Plantéalos así: «Si el<br />
dolor se olvida, siendo como es tan <strong>fue</strong>rte, ¿qué no ha de pasar con la pobre alegría, <strong>que</strong><br />
es tan frágil?».<br />
Se entregaron a juegos de palabras <strong>que</strong> colocaban a la brillantez como compañera<br />
imprescindible de la inteligencia. Cambiaron silogismos, jugaron al circ<strong>un</strong>loquio,<br />
desentrañaron el fondo de <strong>un</strong>a metáfora... Y los blancos muros de la ciudad sonrieron al<br />
comprobar <strong>que</strong> su espíritu no se perdía.<br />
Pero en medio de a<strong>que</strong>lla retórica, Cleopatra dejó escapar <strong>un</strong> suspiro de tristeza.<br />
-Cuando me com<strong>un</strong>icaron la llegada de este mensajero temblé por <strong>un</strong> instante, pues<br />
temí <strong>que</strong> <strong>fue</strong>se de Octavio.<br />
-¿<strong>No</strong> era más lógico temblar al saber <strong>que</strong> era de Antonio?<br />
-¡Pobre Antonio! Él es sólo <strong>un</strong> recuerdo contra el cual he aprendido a combatir. Pero<br />
Octavio es <strong>un</strong>a amenaza <strong>que</strong> continúa combatiendo contra mí... -se mesó <strong>fue</strong>rtemente<br />
los cabellos, como si <strong>un</strong> temor contenido durante largo tiempo saliese de <strong>un</strong>a vez a la<br />
superficie-: ¡Oh, Sosígenes! Mientras Octavio viva, sé <strong>que</strong> mi hijo corre peligro.<br />
-¿Quién en toda Alejandría se atrevería a hacerle daño?<br />
-Cualquier enviado de Octavio. ¡Es <strong>un</strong>a pesadilla <strong>que</strong> me ha amenazado durante<br />
muchas noches! Veo a Cesarión orando ante la gigantesca estatua de Serapis. De<br />
repente <strong>un</strong>a mano misteriosa la empuja, ella se desploma con todo su peso y aplasta a<br />
mi hijo. He consultado con mis adivinos y todos coinciden en <strong>que</strong> es la mano de Octavio.