No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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No digas que fue un sueño 87 Terenci Moix -Antonio, que es el verdugo de Octavia, llora. Y Octavia, que es la víctima de Antonio, sale dando un portazo. Francamente, si un autor satírico no encuentra inspiración en una escena así, dudo que consiga abrirse paso en el teatro. El general echó todo su cuerpo sobre la mesa. Y disparó sus derechos de esposo con un solo grito: -¿Cómo puedes hablar de teatro cuando se está decidiendo tu destino? -Si yo hablo de teatro es porque tú lo haces constantemente. En tus silencios y en tus bravatas, en tus rechazos y en tus opciones. ¡Qué gran histrión habrías sido si Roma no te hubiese puesto una espada en la mano! -Con una espada en la mano sabría defenderme contra ti. Con las palabras ni siquiera vale la pena que lo intente. -¿Defenderte de mí has dicho? -Contra ti, Octavia. -Estás llegando a extremos. Pero no será éste mi caso. Fui educada para conservar la compostura. Cuando el cuerpo de Cayo ardía en la pira funeraria, sentí que el mundo había terminado y quise morir con él, arrojarme a las llamas a fin de acompañarle. Pero los ojos de Roma estaban fijos en mí. Así, pues, me contuve y, conteniéndome, soporté todo el trayecto de regreso con la cabeza erguida y la mirada fija en el vacío. Al llegar a casa, pude desmayarme. ¡Y era un desmayo que guardé durante varias horas! Por lo tanto, no debe preocuparte mi destino. La reacción ante el daño que me infliges puedo guardarla hasta mi llegada a Roma. Entonces tú ya no estarás a mi lado. Y mi dolor no podrá incomodarte. Él sintióse asaltado por la insatisfacción del asesino, que mata sin placer y teme por la culpa. -Yo no deseo tu dolor, Octavia. Sólo busco mi paz. Los pies de barro del titán no soportaron el excesivo peso de la perplejidad. Surgía del descubrimiento de sus propios abismos. Nacía al descubrir que su paz dependía del sufrimiento de un ser a quien estimaba, aun sin amarle. Que una risa del Hércules Antonio estaba estrechamente ligada a las lágrimas de algún otro ser en el mundo. Así, la perplejidad y los pies de barro le dejaron caer como si fuese un muñeco. Y en estas condiciones su estatura se volvió más humana. Y de esta manera supo percibirlo la noble Octavia. -Sé que no deseas mi dolor, Antonio. Pero también esto es una frase hecha. En cambio yo no hago ninguna si te aseguro que soy tu mejor amiga. No necesitas defenderte de mí porque siempre me encontrarás a tu lado. Pase lo que pase y del modo que suceda. Y no me contestes con alguna estupidez, porque verdaderamente no lo merezco. Sus dedos se perdían entre los negros rizos del esposo. Y sonrió con alivio porque la situación, por cruel que llegase a ser en el recuerdo, ya estaba superada. Y ahora atiende: si me devuelves a Roma como deseas ten presente que lo haces a todo riesgo. Pues infliges a Octavio un ultraje que no ha de perdonarte nunca. -También en esto eres perfecta, Octavia. También en tu afán por reconciliar. -He sido útil y esto me basta. Pero comprendo que no pueda bastarte a ti, si acabas de recuperar tus ansias de grandeza. Sé que necesitarás espacios tan vastos que no caben en tu actual alianza con Octavio. Pero cuídate de él, anego mío. Conoce la realidad mejor que tú. Ni siquiera cuando era niño se permitía soñar. -¡Siempre este Octavio! Desde que murió César se interpone constantemente en mi camino. ¿Y con qué derechos? Sólo los que le concedió un capricho de César. Yo tenía más derechos que tu hermano. No te hablo simplemente de los que adquirí estando

No digas que fue un sueño 88 Terenci Moix siempre a su lado. Éstos los conoce todo el mundo. Es que, además, mi madre pertenecía a la estirpe Julia. ¿No era esto derecho suficiente? Puedo invocarte los que adquirí en los campos de batalla. Cuando nos enfrentamos a los conspiradores en Filipos, Octavio cayó enfermo: fui yo quien condujo a los soldados a la victoria, lo cual es como decir que vengué la muerte de César. ¡Y cuando se abrió su testamento, este oscuro sobrino, este jovenzuelo endeble resultó ser su heredero universal! ¡Sólo él tiene derecho a llevar el nombre de César, mientras Antonio se alimenta con las migajas de su gloria! ¡Siempre Octavio interponiéndose entre Antonio y sus sueños! Seguía llorando, pero ahora como un niño avergonzado. Y al reconocerle como suyo, la noble Octavia optó por la dulzura: -¿Cuál es el sueño que se lleva a Antonio tan lejos de Octavia? ¿Es la reina de Egipto? -Aunque estuviese en él, no lo colma, ¡tan inmenso es mi sueño! No se queda en Egipto, abarca hasta los confines más remotos de Oriente. Es más grande que la vida. Con sólo invocarlo, se ensanchan los caminos, se abren los océanos, se mueven los bosques y las selvas, felices porque han hallado mayor espacio para desarrollarse. Ciudades fabulosas, tesoros inimaginables, dioses cuyo nombre ni siquiera conocemos. ¡Es imposible medir los espacios de mi sueño! Es el mismo que tuvo Julio César y, antes que él, Alejandro. Pero sin duda, sus dioses los abandonaron. En cambio, Antonio está bajo la protección de Dionisos, que no ha de abandonarle mientras viva. Él hará que el sueño se convierta en un imperio. -¿Y este imperio podrá gobernarse desde Roma? -Desde Alejandría. ¡La nueva Roma de Oriente! -Esto es lo que Octavio no tolerará jamás. Vuelvo a prevenirte, Antonio: procura que tu sueño no moleste a Octavio. Tú puedes hacerlo realidad en el campo de batalla, pero él hará que se desvanezca en el Senado. -¡Alejandro se reiría de todos los senadores de Roma! -Alejandro tal vez. Pero la voz de Roma ya no es la de los héroes sino la de los políticos. Y para ellos, los sueños de gloria constituyen una pérdida de tiempo... Ahora, permite que me retire. La jornada, aunque no especialmente larga, ha sido singular. Necesito meditar sobre ella. Antonio, sobreexcitado aún por el ímpetu de sus visiones, se acercó a ella para besarla. Pero Octavia apartó la mejilla sin vacilar. -¿Un beso después de tanto tiempo? No te molestes siquiera en intentarlo. Soy tu amiga, acaso tu hermana; nunca tu amante. Cuidaré de tu hijo. Le educaré junto a los míos como he hecho hasta ahora. Seguiré defendiendo tu causa cerca de mi hermano. Pero no quieras que mi utilidad comprenda más parcelas de las que Roma le ha adjudicado. -¿Por qué haces esto por mí? ¿Cómo puedes devolverme el bien por el mal? Ella sonrió, triste pero irónica. -Porque me llamo Octavia. Y soy romana. Porque era Octavia y era romana no lloró cuando los esclavos embalaron las últimas antigüedades griegas, las esculturas y cerámicas que, durante tres años, constituyeron su única compañía en el palacio confiscado. No lloró por sus recuerdos ni porque en el jardín empezasen ya a brotar las plantas cuya floración no llegaría a conocer. Contempló por última vez los tejados de Atenas, los frontones de sus templos prestigiosos, las columnas de sus ágoras profanadas. Y decidió que, al fin y al cabo, el tiempo sólo se llevaba lo que ya era suyo.

<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

87<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

-Antonio, <strong>que</strong> es el verdugo de Octavia, llora. Y Octavia, <strong>que</strong> es la víctima de Antonio,<br />

sale dando <strong>un</strong> portazo. Francamente, si <strong>un</strong> autor satírico no encuentra inspiración en <strong>un</strong>a<br />

escena así, dudo <strong>que</strong> consiga abrirse paso en el teatro.<br />

El general echó todo su cuerpo sobre la mesa. Y disparó sus derechos de esposo con<br />

<strong>un</strong> solo grito:<br />

-¿Cómo puedes hablar de teatro cuando se está decidiendo tu destino?<br />

-Si yo hablo de teatro es por<strong>que</strong> tú lo haces constantemente. En tus silencios y en tus<br />

bravatas, en tus rechazos y en tus opciones. ¡Qué gran histrión habrías sido si Roma no<br />

te hubiese puesto <strong>un</strong>a espada en la mano!<br />

-Con <strong>un</strong>a espada en la mano sabría defenderme contra ti. Con las palabras ni siquiera<br />

vale la pena <strong>que</strong> lo intente.<br />

-¿Defenderte de mí has dicho?<br />

-Contra ti, Octavia.<br />

-Estás llegando a extremos. Pero no será éste mi caso. Fui educada para conservar la<br />

compostura. Cuando el cuerpo de Cayo ardía en la pira f<strong>un</strong>eraria, sentí <strong>que</strong> el m<strong>un</strong>do<br />

había terminado y quise morir con él, arrojarme a las llamas a fin de acompañarle. Pero<br />

los ojos de Roma estaban fijos en mí. Así, pues, me contuve y, conteniéndome, soporté<br />

todo el trayecto de regreso con la cabeza erguida y la mirada fija en el vacío. Al llegar a<br />

casa, pude desmayarme. ¡Y era <strong>un</strong> desmayo <strong>que</strong> guardé durante varias horas! Por lo<br />

tanto, no debe preocuparte mi destino. La reacción ante el daño <strong>que</strong> me infliges puedo<br />

guardarla hasta mi llegada a Roma. Entonces tú ya no estarás a mi lado. Y mi dolor no<br />

podrá incomodarte.<br />

Él sintióse asaltado por la insatisfacción del asesino, <strong>que</strong> mata sin placer y teme por la<br />

culpa.<br />

-Yo no deseo tu dolor, Octavia. Sólo busco mi paz.<br />

Los pies de barro del titán no soportaron el excesivo peso de la perplejidad. Surgía del<br />

descubrimiento de sus propios abismos. Nacía al descubrir <strong>que</strong> su paz dependía del<br />

sufrimiento de <strong>un</strong> ser a quien estimaba, a<strong>un</strong> sin amarle. Que <strong>un</strong>a risa del Hércules<br />

Antonio estaba estrechamente ligada a las lágrimas de algún otro ser en el m<strong>un</strong>do. Así,<br />

la perplejidad y los pies de barro le dejaron caer como si <strong>fue</strong>se <strong>un</strong> muñeco. Y en estas<br />

condiciones su estatura se volvió más humana. Y de esta manera supo percibirlo la noble<br />

Octavia.<br />

-Sé <strong>que</strong> no deseas mi dolor, Antonio. Pero también esto es <strong>un</strong>a frase hecha. En<br />

cambio yo no hago ning<strong>un</strong>a si te aseguro <strong>que</strong> soy tu mejor amiga. <strong>No</strong> necesitas<br />

defenderte de mí por<strong>que</strong> siempre me encontrarás a tu lado. Pase lo <strong>que</strong> pase y del modo<br />

<strong>que</strong> suceda. Y no me contestes con alg<strong>un</strong>a estupidez, por<strong>que</strong> verdaderamente no lo<br />

merezco.<br />

Sus dedos se perdían entre los negros rizos del esposo. Y sonrió con alivio por<strong>que</strong> la<br />

situación, por cruel <strong>que</strong> llegase a ser en el recuerdo, ya estaba superada.<br />

Y ahora atiende: si me devuelves a Roma como deseas ten presente <strong>que</strong> lo haces a<br />

todo riesgo. Pues infliges a Octavio <strong>un</strong> ultraje <strong>que</strong> no ha de perdonarte n<strong>un</strong>ca.<br />

-También en esto eres perfecta, Octavia. También en tu afán por reconciliar.<br />

-He sido útil y esto me basta. Pero comprendo <strong>que</strong> no pueda bastarte a ti, si acabas<br />

de recuperar tus ansias de grandeza. Sé <strong>que</strong> necesitarás espacios tan vastos <strong>que</strong> no<br />

caben en tu actual alianza con Octavio. Pero cuídate de él, anego mío. Conoce la realidad<br />

mejor <strong>que</strong> tú. Ni siquiera cuando era niño se permitía soñar.<br />

-¡Siempre este Octavio! Desde <strong>que</strong> murió César se interpone constantemente en mi<br />

camino. ¿Y con qué derechos? Sólo los <strong>que</strong> le concedió <strong>un</strong> capricho de César. Yo tenía<br />

más derechos <strong>que</strong> tu hermano. <strong>No</strong> te hablo simplemente de los <strong>que</strong> adquirí estando

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