No digas que fue un sueño - Terenci Moix

No digas que fue un sueño - Terenci Moix No digas que fue un sueño - Terenci Moix

mar99tin.com.ar
from mar99tin.com.ar More from this publisher
09.05.2013 Views

No digas que fue un sueño 85 Terenci Moix Adonis consideró el razonamiento adecuadísimo. ¡No en vano era hijo de un pueblo conquistado! Antonio lo consideró propio de un espíritu ácido y hasta desagradable. No en vano era un conquistador. -Podemos pasar sin tu música, muchacho -gritó. Adonis recogió su citara, dispuesto a marcharse de buen grado. -Has tocado muy bien -dijo Octavia con dulzura provisional-. Y cada día cantas mejor. Al quedarse a solas con su esposo, volvió el silencio. Volvía la soledad de dos. El vacío de ambos. Las palabras que se niegan a salir, temerosas acaso del daño que pueden causar. Ofensas no pronunciadas, acusaciones por nacer los estaban acechando. Y las respiraciones se aceleraban como los gladiadores que tantean al enemigo hasta encontrar el momento adecuado para atacarlo. Entonces Antonio intentó adoptar un tono festivo. -Sé lo que te preocupa de las guerras -exclamó, riendo-. ¡Las sobremesas! No encontró la complicidad de Octavia. Sólo su estupor. -Reconozco que los maridos podemos ser muy pesados cuando, al regresar de las batallas, nos ponemos a contarlas. Si por las esposas fuese, ten por cierto que siempre habría paz. -¿Esto piensas de tu esposa? Es triste que sólo una guerra pueda darte motivos para considerarla un poco. -No quería herir tu dignidad. De hecho, quiero manifestarte mi admiración. Pero diga lo que diga sobre cualquier tema, quedo zafio ante tus razonamientos. Lo mismo me sucedió con... El nombre quedó en el aire, amenazando con una aureola de fatalidad. Y Octavia supo ennoblecer su propia aureola al pronunciarlo sin que se alterase su voz o sus facciones. -Con Cleopatra, sería... Él asintió con la cabeza, rehuyendo la mirada, sin atreverse a buscar la de ella, que presentía penetrante. -Es muy afortunada esta soberana al disponer de los medios para organizar sus propias batallas. De este modo no ha de esperar a que vengan a contárselas en las sobremesas. -Sabes que reconozco el valor de tus virtudes. -Mayor ofensa me haces; pues, reconociéndolas, no me permites aplicarlas. -Aplícalas en buena hora, Octavia; pero no me tortures buscando en mis palabras sentidos que no tienen. -Las palabras tal vez no, pero si las acciones. De tus tres mujeres oficiales (las demás no cabrían en este palacio) yo soy la única que me contento esperando a enterarme de tus cosas en la sobremesa. En especial si vienen amigos a cenar. Cuando estamos solos, ni siquiera batallas. Sólo estos silencios que aplastan el alma. Es lógico que envidie a Cleopatra. Te diré más: incluso envidio a la infausta Fulvia. Cuando se alió con su hermano, y entre los dos se lanzaron a intrigar, debió de encontrar un poco de distracción. Sin duda, la necesitaba. -¿Quieres decir que la culpas por haber conspirado contra Octavio en mi favor? -A veces eres muy banal, Antonio. Si esto es lo único que deduces de mis quejas es que ni siquiera mereces conocerlas. -¡Octavia, Octavia! De nuevo estoy desarmado ante ti. De cuantas perfecciones atesoras, la de la sinceridad es la que más me asusta. Nada puedo decir sin encontrar un reproche en tu mirada. Nada puedo hacer sin desvelar una reprimenda en tu sonrisa.

No digas que fue un sueño 86 Terenci Moix -La reina Cleopatra era sin duda más tolerante. Siempre me cuentas que no te negaba el menor capricho. -Ninguno. -Era más lista que yo. Será que podía permitírselo. Yo nunca. Ni por educación ni por carácter. Tal vez porque me llamo Octavia y soy romana. Lo cual podrá ser importante, pero en modo alguno cómodo. -Eres la esposa más respetada que jamás pudo soñar un romano. Además, el respeto que se te otorga es merecido. No sé yo de nadie tan perfecto, sea macho o hembra. Hasta tal punto eres admirable, que si no estuviésemos casados y un día te encontrara en tu paseo, y estuviese alborotando yo con mis amigos, como solía en mis años mozos, al verte pasar me inclinaría y éste sería mi requiebro: «¡Qué gran mujer! ¡Dama perfecta!». -Más que un requiebro es una condena. Por él conozco que piensas devolverme a Roma. Regresó el silencio. Otra pausa interminable, aplastada por la losa cruel de la evidencia. -¿Piensas devolverme a Roma, Marco Antonio? -Lo siento -dijo por fin el general. -Luego piensas repudiarme. -No. -¿Quieres el divorcio? -No. -Comprendo. La comodidad sigue siendo el refugio de Antonio. Ni me repudias ni te divorcias. Simplemente, me echas. -Octavia, encontrarás a alguien que te merezca más que yo. Alguien mejor. Que esté a tu altura. -Marco Antonio, me hablas con frases tópicas. Asisto demasiado a menudo al teatro para no conocer el repertorio. Dices que encontraré a alguien que me merezca; y en cambio, seguiré siendo tu esposa. ¡Ni casada ni repudiada! Por lo cual te digo que el hombre que me tomase no me merecería en absoluto. -No sé qué contestarte. Intento facilitar la situación... -¿Cómo vas a facilitar una situación difícil? -¡Té estás burlando de mí! -No, Marco Antonio. Te sigo. De hecho, te he seguido durante tres años... sin moverme de sitio. Pero el que ocupé hasta ahora ya no me corresponde. Así, pues, soy yo misma quien te pide que me devuelvas a Roma. Ni repudiada ni divorciada, pero libre. Y no te permitas adjudicarme sucesores hipotéticos. ¡No te permitas desear siquiera que encuentre a un hombre mejor que tú! Porque Antonio es bueno, honesto, valiente y apuesto. Pero si el precio de ser tan virtuoso Antonio y tan perfecta Octavia se paga con situaciones como ésta, prefiero contentarme con menos perfección y conservar mi dignidad, que es muy alta. -¿Cómo voy a dudarlo? -exclamó. Inesperadamente, se echó a llorar. Lágrimas espectaculares, que no lastimaban su dignidad ni su prestigio. Octavia asoció el llanto con el vino. Pero se equivocaba. En cualquier caso, se levantó de la mesa y, disponiéndose a abandonar la estancia, le espetó:

<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

85<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

Adonis consideró el razonamiento adecuadísimo. ¡<strong>No</strong> en vano era hijo de <strong>un</strong> pueblo<br />

conquistado! Antonio lo consideró propio de <strong>un</strong> espíritu ácido y hasta desagradable. <strong>No</strong><br />

en vano era <strong>un</strong> conquistador.<br />

-Podemos pasar sin tu música, muchacho -gritó.<br />

Adonis recogió su citara, dispuesto a marcharse de buen grado.<br />

-Has tocado muy bien -dijo Octavia con dulzura provisional-. Y cada día cantas mejor.<br />

Al <strong>que</strong>darse a solas con su esposo, volvió el silencio. Volvía la soledad de dos. El vacío<br />

de ambos. Las palabras <strong>que</strong> se niegan a salir, temerosas acaso del daño <strong>que</strong> pueden<br />

causar. Ofensas no pron<strong>un</strong>ciadas, acusaciones por nacer los estaban acechando. Y las<br />

respiraciones se aceleraban como los gladiadores <strong>que</strong> tantean al enemigo hasta<br />

encontrar el momento adecuado para atacarlo.<br />

Entonces Antonio intentó adoptar <strong>un</strong> tono festivo.<br />

-Sé lo <strong>que</strong> te preocupa de las guerras -exclamó, riendo-. ¡Las sobremesas!<br />

<strong>No</strong> encontró la complicidad de Octavia. Sólo su estupor.<br />

-Reconozco <strong>que</strong> los maridos podemos ser muy pesados cuando, al regresar de las<br />

batallas, nos ponemos a contarlas. Si por las esposas <strong>fue</strong>se, ten por cierto <strong>que</strong> siempre<br />

habría paz.<br />

-¿Esto piensas de tu esposa? Es triste <strong>que</strong> sólo <strong>un</strong>a guerra pueda darte motivos para<br />

considerarla <strong>un</strong> poco.<br />

-<strong>No</strong> <strong>que</strong>ría herir tu dignidad. De hecho, quiero manifestarte mi admiración. Pero diga<br />

lo <strong>que</strong> diga sobre cualquier tema, <strong>que</strong>do zafio ante tus razonamientos. Lo mismo me<br />

sucedió con...<br />

El nombre <strong>que</strong>dó en el aire, amenazando con <strong>un</strong>a aureola de fatalidad. Y Octavia supo<br />

ennoblecer su propia aureola al pron<strong>un</strong>ciarlo sin <strong>que</strong> se alterase su voz o sus facciones.<br />

-Con Cleopatra, sería...<br />

Él asintió con la cabeza, rehuyendo la mirada, sin atreverse a buscar la de ella, <strong>que</strong><br />

presentía penetrante.<br />

-Es muy afort<strong>un</strong>ada esta soberana al disponer de los medios para organizar sus<br />

propias batallas. De este modo no ha de esperar a <strong>que</strong> vengan a contárselas en las<br />

sobremesas.<br />

-Sabes <strong>que</strong> reconozco el valor de tus virtudes.<br />

-Mayor ofensa me haces; pues, reconociéndolas, no me permites aplicarlas.<br />

-Aplícalas en buena hora, Octavia; pero no me tortures buscando en mis palabras<br />

sentidos <strong>que</strong> no tienen.<br />

-Las palabras tal vez no, pero si las acciones. De tus tres mujeres oficiales (las demás<br />

no cabrían en este palacio) yo soy la única <strong>que</strong> me contento esperando a enterarme de<br />

tus cosas en la sobremesa. En especial si vienen amigos a cenar. Cuando estamos solos,<br />

ni siquiera batallas. Sólo estos silencios <strong>que</strong> aplastan el alma. Es lógico <strong>que</strong> envidie a<br />

Cleopatra. Te diré más: incluso envidio a la infausta Fulvia. Cuando se alió con su<br />

hermano, y entre los dos se lanzaron a intrigar, debió de encontrar <strong>un</strong> poco de<br />

distracción. Sin duda, la necesitaba.<br />

-¿Quieres decir <strong>que</strong> la culpas por haber conspirado contra Octavio en mi favor?<br />

-A veces eres muy banal, Antonio. Si esto es lo único <strong>que</strong> deduces de mis <strong>que</strong>jas es<br />

<strong>que</strong> ni siquiera mereces conocerlas.<br />

-¡Octavia, Octavia! De nuevo estoy desarmado ante ti. De cuantas perfecciones<br />

atesoras, la de la sinceridad es la <strong>que</strong> más me asusta. Nada puedo decir sin encontrar <strong>un</strong><br />

reproche en tu mirada. Nada puedo hacer sin desvelar <strong>un</strong>a reprimenda en tu sonrisa.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!