09.05.2013 Views

No digas que fue un sueño - Terenci Moix

No digas que fue un sueño - Terenci Moix

No digas que fue un sueño - Terenci Moix

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

La viuda de Cicerón tenía noticia de alg<strong>un</strong>os corresponsales griegos, amigos del<br />

dif<strong>un</strong>to. Y mucho le agradó saber por ellos <strong>que</strong> te has ganado el respeto y el corazón de<br />

los atenienses y <strong>que</strong> eres tan admirada en Grecia como lo eras en Roma.<br />

Pero el rostro de la pulquérrima <strong>Terenci</strong>a se ensombreció al referirse a tu marido,<br />

pues por los mismos corresponsales sabía <strong>que</strong> se ha convertido en el hazmerreír de<br />

Atenas y <strong>que</strong> sus borracheras y bacanales ensucian el nombre de Roma en el extranjero.<br />

Al llegar a este p<strong>un</strong>to se puso hecha <strong>un</strong>a furia. Dijo <strong>que</strong> sus corresponsales mentían, o<br />

<strong>que</strong> por lo menos se equivocaban de fecha por<strong>que</strong> el nombre de Marco Antonio ya era<br />

maldito desde mucho antes de sus excesos áticos; es decir, es execrable desde <strong>que</strong><br />

ordenó asesinar a Cicerón. Y <strong>que</strong> esto es algo <strong>que</strong> ella no olvidaría n<strong>un</strong>ca y <strong>que</strong>, además,<br />

no debían olvidar Roma ni Atenas ni el m<strong>un</strong>do. Y deseaba <strong>que</strong> tú te dieses cuenta lo<br />

antes posible, pues eres merecedora de <strong>un</strong> destino mucho más elevado.<br />

Añadió también <strong>que</strong> mientras Cicerón será siempre venerado por sus escritos, a él<br />

sólo se le recordará por sus amores con <strong>un</strong>a puta oriental.<br />

Yo sigo condenando a Marco Antonio por a<strong>que</strong>lla acción, pero no llego tan lejos como<br />

la pulquérrima <strong>Terenci</strong>a, quien por ser viuda de quien es tiene parte más activa en el<br />

as<strong>un</strong>to. Yo sigo pensando <strong>que</strong> a Marco Antonio le aguarda <strong>un</strong> lugar privilegiado en los<br />

destinos de Roma, y <strong>que</strong> sólo falta <strong>que</strong> se decida a tomarlo de <strong>un</strong>a vez. Como te dije al<br />

principio, si Clodia <strong>fue</strong>se Octavia en lugar de ser Clodia le diría <strong>que</strong> aún está a tiempo de<br />

vencer a Octavio. Y perdona <strong>que</strong> vuelva a mostrarme severa con tu hermano, pero me<br />

siento protegida de tu ira al saber <strong>que</strong> tú misma conoces sus defectos, como lo pruebas<br />

intercediendo constantemente para tenerlos a los dos reconciliados. Espero <strong>que</strong> algún<br />

día lo consigas, pues <strong>un</strong> cho<strong>que</strong> entre estos dos hombres podría significar el fin del<br />

m<strong>un</strong>do.<br />

Tras las cartas, llegó la soledad. A <strong>fue</strong>rza de temerla, Octavia la había imaginado<br />

mucho más espectacular y su irrupción más vistosa. Una soledad hecha a la medida de<br />

la mujer <strong>que</strong> compartía el destino de <strong>un</strong>o de los pilares del m<strong>un</strong>do.<br />

Olvidaba <strong>que</strong> la soledad, cuando es cotidiana y, por tanto, inseparable, se escribe con<br />

minúsculas y es humilde y casi vergonzante. <strong>No</strong> se presta a las grandes apoteosis, ni<br />

siquiera celebra su tri<strong>un</strong>fo. Su color es gris; su aspecto, cetrino; su mirada, vacía. Es<br />

<strong>un</strong>a compañera resignada, pues lo perdió todo por los caminos del m<strong>un</strong>do. Ni siquiera<br />

tiene amigas: todas murieron de tanto estar solas.<br />

Tan discreta, callada y mediocre era la soledad de Octavia <strong>que</strong> llegó a la chita<br />

callando, por la puerta de las cocinas y sin hacerse an<strong>un</strong>ciar por los esclavos. Octavia la<br />

descubrió <strong>un</strong>a noche, súbitamente, sentada j<strong>un</strong>to al brasero y muda como la muerte. <strong>No</strong><br />

era atractiva y, por supuesto, en absoluto exuberante. Era señorial, pero sin la menor<br />

concesión a la fantasía. Era la más severa de todas las matronas romanas. La más<br />

adusta y acaso criticona.<br />

Al verla con su toga gris, Octavia la creyó <strong>un</strong>a premonición de la muerte. Y no andaba<br />

muy equivocada. Desde <strong>que</strong> se instaló en el palacio expropiado empezaron a morir todas<br />

las plantas del jardín. Cesaron las risas de Adonis. Cesaron los balbuceos de la pe<strong>que</strong>ña<br />

Antonia.<br />

La dama gris se presentó a Octavia como corresponde a la estricta urbanidad de las<br />

patricias. «Soy tu soledad», le dijo. Y, después, el silencio. Una invitada de piedra <strong>que</strong> ni<br />

siquiera tuviese el empeño de <strong>un</strong>a venganza por cumplir, ni acusaciones <strong>que</strong> formular, ni<br />

culpas <strong>que</strong> reprocharle. Sus obligaciones eran asépticas: se limitó a ser la sombra de<br />

Octavia, pero sin la gracia y la belleza <strong>que</strong> a<strong>que</strong>lla sombra tenía por ser suya.<br />

Sentábanse las dos frente a frente y así transcurrían las horas. Ni siquiera le daba<br />

conversación. Ni siquiera le hacía compañía.<br />

81

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!