No digas que fue un sueño - Terenci Moix
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No digas que fue un sueño 77 Terenci Moix -Octavio se está haciendo fuerte en Roma. En cambio, tu situación en Oriente no ha evolucionado. Antonio suspiró profundamente. Se llevó las manos a la cabeza. Sus sienes continuaban palpitando, como mensajeras de un poderoso conflicto interior. -En un principio, la oferta de Octavio me pareció atractiva. Regresar a Atenas equivalía a recobrar los años más felices de mi juventud. Es probable que no calculase bien la jugada. Después de todo, mi nostalgia pudo más que el cargo. -Es extraño cómo pueden influirte las ciudades... -Sólo dos. Atenas y Alejandría. En una, los sueños perdidos de la juventud. En la otra, la locura que necesita mi madurez para sentirse viva. -Con una mujer en cada ciudad. Octavia en Atenas. Cleopatra en Alejandría. -Dos mujeres tan iguales y, a la vez, tan distintas. Octavia es como Atenas: el rigor clásico, la superioridad del espíritu, la perfección. En otro tiempo, estas ideas moldearon mi personalidad. Pero hoy mi mente vuelve a Cleopatra y a Alejandría: la seducción, la suntuosidad, el misterio de no saber qué va a ocurrir después del instante preciso... Enobarbo le miró directamente a los ojos. Conocía una cuerda de su ambición que, bien pulsada, podía hacerle reaccionar. -¡Dos ciudades! ¡Sólo dos! Antes no era tan limitada tu idea de Oriente. -Eres astuto, Enobarbo. Buscas la palabra que mejor puede excitar mi interés político. -La palabra que podría levantarte. -Vuelvo a estar de pie, Enobarbo. Estoy pisando tierra firme. Así debes estar para acordarte del gran César. Cada palabra iba adquiriendo mayor sonoridad que la anterior. Cada frase estaba destinada a estimular al contertulio. Enobarbo sonreía a Antonio con una mueca que torcía sus labios. Él le correspondía dejando asomar, entre la barba y el bigote, unos dientes poderosos, dispuestos a hincarse sobre los riquísimos bocados que hasta entonces dejó pasar inútilmente. Acuérdate de César. -¿Cuando recité su oración fúnebre? -Cuando le acompañabas en sus triunfos. -Todos lo fueron. -Omites el que no llegó a producirse. ¿Te da miedo recordarlo? -La guerra contra los partos. -Exactamente. Es una espina que quedó clavada en el orgullo de Roma... y en el tuyo propio. -Craso perdió aquella guerra hace años. César no llegó a tiempo de emprenderla. Yo acaricié el proyecto durante mucho tiempo. Incluso Cleopatra me animaba. -Cleopatra conocía a Antonio. Atenas me disuadió. Y nadie puede culparme por haber cedido. Me abandoné a la dulzura de estos cielos y a la comodidad del amor de Octavia. ¿Quién no hubiera hecho lo mismo? -El Antonio que yo conocí. El amigo de César. El vencedor de Filipos. Éste hubiera comprendido que la victoria sobre los partos era su baza definitiva contra la insolencia de Octavio. ¡Te estoy hablando en serio y con urgencia! No habría romano que no aprobase una intervención en Partia. Ni tus más acérrimos enemigos en el Senado
No digas que fue un sueño 78 Terenci Moix dejarían de aclamarte. Venciendo a los partos les harías pagar la ofensa que infligieron a Roma cuando derrotaron a Craso. -Estás hablando de política. Déjalo para Octavio. Devuélveme la acción, Enobarbo. Dame un mapa y volveré a soñar con Oriente... Volvió a él la excitación del estratega, regresó la pasión de la consulta con sus oficiales alrededor de los mapas, abiertos como pieles de animales que, a su conjuro, mostrasen los secretos de cualquier país, de cualquier ruta. Y allí, en uno de los mapas de su propio campamento, estaba el reino de los arsácidas, la codiciada Partia. Allí, entre el Indo y el mar Caspio, se extendía la tierra cuya conquista, cuya posesión se había convertido en una leyenda para los romanos. -Es el camino que intuí esta madrugada. Mi brazo apuntaba hacia Alejandría, pero el camino tiene que desviarse antes de alcanzarla. ¡Éste es el camino, Enobarbo! Por un breve momento, se imaginó a sí mismo ante el Capitolio, esgrimiendo la sagrada lanza de la guerra, apuntando en dirección al enemigo como es costumbre. Pero la audacia del guerrero fue sustituida de repente por las preocupaciones del administrador. Y Enobarbo rió al ver que todo su ímpetu se desplomaba, como hacía el cuerpo al caer sobre sus puños, apoyados en la mesa. -Falta saber si encontraría subvención para mis tropas. Las arcas están vacías. Y tú lo sabes. -Todavía eres muy popular en Roma. No sé si tan respetado como Octavio, pero sí más querido. -Necesitaríamos armar un ejército... -El mejor de todos. -Y recurrir a los mercaderes, a los políticos... ¡Largos debates en el Senado! Me aburre el solo hecho de pensarlo. -¡Es el enojo de un poeta de la lucha! Tal vez podría calmarlo una poetisa del amor... -Sé lo que insinúas. Para un empeño tan gigantesco como el que pienso emprender necesito el apoyo de algún país rico... -Pensaba concretamente en las riquezas de Egipto. -Pensabas en Cleopatra. Ella tiene barcos, soldados, carros y, lo que es más importante, oro en abundancia. Pero tiene otra cosa: odio hacia Antonio. -El odio puede volver al amor, si éste fue tan profundo como dicen. Antonio dio un soberbio puñetazo sobre los mapas. ¿Fue sólo una coincidencia que el puño cayese sobre Alejandría? -Un sueño tan magno como el mío no puede decidirse con el estómago vacío y en un campamento lleno de soldados vociferantes. Tampoco discutiendo a diario con una esposa que mide la perfección de los demás bajo el rasero de la suya. Necesito pensar, Enobarbo. Volveré a mis raíces. Tal vez pueda desenterrarlas sin necesidad de hurgar en la yerba. ¡Mejor lo haré si me disparo hacia el cielo! ¡Hacia Delfos! -El último rincón del mundo. -El techo del mundo. Fue un excelente lugar de meditación en los tiempos clásicos. Volvió a serlo para mí cuando era joven. Fui a consultar al oráculo de Apolo, pero había enmudecido. No me importó. Su silencio favorecía mis meditaciones. Hoy volverá a impulsarlas. Está decidido. Mañana partiré para Delfos y no regresaré hasta tener decidida la estrategia contra Octavio y la guerra con Partia, Salieron al exterior. Aunque el sol otoñal no tenía fuerza para herir los ojos, el lejano sol de Siria había conseguido hincharlos con la fuerza de la decisión.
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dejarían de aclamarte. Venciendo a los partos les harías pagar la ofensa <strong>que</strong> infligieron a<br />
Roma cuando derrotaron a Craso.<br />
-Estás hablando de política. Déjalo para Octavio. Devuélveme la acción, Enobarbo.<br />
Dame <strong>un</strong> mapa y volveré a soñar con Oriente...<br />
Volvió a él la excitación del estratega, regresó la pasión de la consulta con sus<br />
oficiales alrededor de los mapas, abiertos como pieles de animales <strong>que</strong>, a su conjuro,<br />
mostrasen los secretos de cualquier país, de cualquier ruta. Y allí, en <strong>un</strong>o de los mapas<br />
de su propio campamento, estaba el reino de los arsácidas, la codiciada Partia. Allí, entre<br />
el Indo y el mar Caspio, se extendía la tierra cuya conquista, cuya posesión se había<br />
convertido en <strong>un</strong>a leyenda para los romanos.<br />
-Es el camino <strong>que</strong> intuí esta madrugada. Mi brazo ap<strong>un</strong>taba hacia Alejandría, pero el<br />
camino tiene <strong>que</strong> desviarse antes de alcanzarla. ¡Éste es el camino, Enobarbo!<br />
Por <strong>un</strong> breve momento, se imaginó a sí mismo ante el Capitolio, esgrimiendo la<br />
sagrada lanza de la guerra, ap<strong>un</strong>tando en dirección al enemigo como es costumbre.<br />
Pero la audacia del guerrero <strong>fue</strong> sustituida de repente por las preocupaciones del<br />
administrador. Y Enobarbo rió al ver <strong>que</strong> todo su ímpetu se desplomaba, como hacía el<br />
cuerpo al caer sobre sus puños, apoyados en la mesa.<br />
-Falta saber si encontraría subvención para mis tropas. Las arcas están vacías. Y tú lo<br />
sabes.<br />
-Todavía eres muy popular en Roma. <strong>No</strong> sé si tan respetado como Octavio, pero sí<br />
más <strong>que</strong>rido.<br />
-Necesitaríamos armar <strong>un</strong> ejército...<br />
-El mejor de todos.<br />
-Y recurrir a los mercaderes, a los políticos... ¡Largos debates en el Senado! Me<br />
aburre el solo hecho de pensarlo.<br />
-¡Es el enojo de <strong>un</strong> poeta de la lucha! Tal vez podría calmarlo <strong>un</strong>a poetisa del amor...<br />
-Sé lo <strong>que</strong> insinúas. Para <strong>un</strong> empeño tan gigantesco como el <strong>que</strong> pienso emprender<br />
necesito el apoyo de algún país rico...<br />
-Pensaba concretamente en las ri<strong>que</strong>zas de Egipto.<br />
-Pensabas en Cleopatra. Ella tiene barcos, soldados, carros y, lo <strong>que</strong> es más<br />
importante, oro en ab<strong>un</strong>dancia. Pero tiene otra cosa: odio hacia Antonio.<br />
-El odio puede volver al amor, si éste <strong>fue</strong> tan prof<strong>un</strong>do como dicen.<br />
Antonio dio <strong>un</strong> soberbio puñetazo sobre los mapas. ¿Fue sólo <strong>un</strong>a coincidencia <strong>que</strong> el<br />
puño cayese sobre Alejandría?<br />
-Un <strong>sueño</strong> tan magno como el mío no puede decidirse con el estómago vacío y en <strong>un</strong><br />
campamento lleno de soldados vociferantes. Tampoco discutiendo a diario con <strong>un</strong>a<br />
esposa <strong>que</strong> mide la perfección de los demás bajo el rasero de la suya. Necesito pensar,<br />
Enobarbo. Volveré a mis raíces. Tal vez pueda desenterrarlas sin necesidad de hurgar en<br />
la yerba. ¡Mejor lo haré si me disparo hacia el cielo! ¡Hacia Delfos!<br />
-El último rincón del m<strong>un</strong>do.<br />
-El techo del m<strong>un</strong>do. Fue <strong>un</strong> excelente lugar de meditación en los tiempos clásicos.<br />
Volvió a serlo para mí cuando era joven. Fui a consultar al oráculo de Apolo, pero había<br />
enmudecido. <strong>No</strong> me importó. Su silencio favorecía mis meditaciones. Hoy volverá a<br />
impulsarlas. Está decidido. Mañana partiré para Delfos y no regresaré hasta tener<br />
decidida la estrategia contra Octavio y la guerra con Partia,<br />
Salieron al exterior. A<strong>un</strong><strong>que</strong> el sol otoñal no tenía <strong>fue</strong>rza para herir los ojos, el lejano<br />
sol de Siria había conseguido hincharlos con la <strong>fue</strong>rza de la decisión.