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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
75<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
-¡Allí está Alejandría! -gritaba, señalando con brazo de titán los confines de a<strong>que</strong>l mar<br />
de Grecia.<br />
Ya no hubo dudas entre las prostitutas: ¡a<strong>que</strong>l general descendía de Hércules y estaba<br />
apadrinado por Dionisos! Y hasta el propio Nept<strong>un</strong>o, desde su hogar marítimo, le daba<br />
licencia para tomar prestado su tridente.<br />
<strong>No</strong> atendió a los soldados <strong>que</strong> le acercaban la capa para cubrirse. Se lanzó a <strong>un</strong>a<br />
carrera fenomenal, <strong>que</strong> recordaba a a<strong>que</strong>l Marco Antonio de <strong>un</strong>as Lupercales ya lejanas,<br />
cuando en su esplendorosa juventud <strong>fue</strong> el antojo preferido del gran César. ¡Su carrera<br />
contra la tempestad derrotaba al tiempo! Se habían detenido los relojes de arena.<br />
Acababan de secarse las clepsidras. Era a<strong>que</strong>l Antonio <strong>que</strong>, quince años antes, corría en<br />
los juegos del circo, aventajaba a los demás atletas y, al pasar por la trib<strong>un</strong>a de César,<br />
acariciaba el vientre de la gran Calpurnia, pues toda mujer estéril dejará de serlo si la<br />
toca la mano sudorosa de <strong>un</strong> vencedor de los juegos.<br />
Siguió estéril, la gran Calpurnia, pero Marco Antonio no volvería a ser el mismo desde<br />
<strong>que</strong> la tormenta le devolvió el anhelo de Alejandría. Sus pies cayeron sobre el pescante<br />
de la cuádriga, impulsados por <strong>un</strong> salto fenomenal. Gritaron con entusiasmo las rameras<br />
y los prostitutos <strong>que</strong> antes hiciesen escarnio de sus fla<strong>que</strong>zas. Saltaron sobre los<br />
caballos los soldados de su escolta. Atrás <strong>que</strong>daba la suciedad de la arena, atrás toda la<br />
por<strong>que</strong>ría del puerto. Se abrían ante él horizontes resplandecientes <strong>que</strong> el fulgor de los<br />
rayos ni siquiera llegaba a intuir. ¡Se abría la epopeya!<br />
Y épica <strong>fue</strong> su carrera a lo largo de la costa, más épica aún su entrada por la muralla<br />
centenaria <strong>que</strong> separaba Atenas del Pireo; completamente épico su trote destructor<br />
sobre las losas de las vías principales. Los rayos alumbraban a <strong>un</strong> gigante. <strong>No</strong> sólo era<br />
Dionisos. Era <strong>un</strong> cíclope. Era <strong>un</strong> centauro. Era Marte redivivo.<br />
Así llegó al campamento. Como <strong>un</strong> héroe antiguo <strong>que</strong> viniese a proponer la gesta más<br />
titánica de los tiempos modernos. Y al verle, todos sus hombres gritaron: «Ha vuelto<br />
Marco Antonio, rey de Oriente».<br />
Se abría la epopeya.<br />
Al despertar en el campamento, entre sus soldados, Marco Antonio comprendió <strong>que</strong><br />
era <strong>un</strong> prisionero del ayer. Entre las nebulosas <strong>que</strong> el vino mantenía en su cerebro,<br />
veíase a sí mismo repartido entre dos cárceles. Por <strong>un</strong> lado, el recuerdo <strong>que</strong> le inspiraba<br />
Cleopatra. Por el otro, la tendencia a re<strong>un</strong>irse con sus hombres alrededor de las fogatas,<br />
rememorando hazañas pasadas, glorias perdidas, proyectos <strong>que</strong> no llegaron a realizarse.<br />
A<strong>que</strong>lla mañana, la regresión continuaba su curso, potenciada por los inconf<strong>un</strong>dibles<br />
sonidos de la vida militar. La efervescencia del campamento -<strong>un</strong>a efervescencia<br />
cotidiana- le remitía a <strong>un</strong>a existencia anterior <strong>que</strong> resultaba tan insistente en sus hechos<br />
como en sus símbolos. Trote de caballos, rechinar de las máquinas de guerra, estrépito<br />
de las espadas al chocar contra los escudos, imprecaciones de los oficiales, <strong>que</strong>jas de los<br />
reclutas... Or<strong>que</strong>stación de sonidos conocidos, destinados a convencerle de <strong>que</strong> había<br />
vuelto al hogar.<br />
Y al incorporarse en el lecho de su tienda, no encontró nada <strong>que</strong> le resultase extraño.<br />
Como si no se hubiera movido de allí desde a<strong>que</strong>l lejano día de su ingreso en la milicia,<br />
cuando estaba tan lleno de fe, tan fortalecido por toda su esperanza juvenil <strong>que</strong> no podía<br />
pensar en el futuro, ni mucho menos imaginar <strong>que</strong> llegaría a contar cuarenta años. La<br />
edad en <strong>que</strong> el alma se vacía de ideales. La edad del vacío provisional.<br />
Acogió su despertar el ri<strong>sueño</strong> Enobarbo. Dijérase <strong>que</strong> era <strong>un</strong> adivino demasiado<br />
impertinente, ya <strong>que</strong> pudo espiar su <strong>sueño</strong> durante toda la noche y, lo <strong>que</strong> es peor,<br />
sacar conclusiones comprometedoras.