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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

73<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

Las costumbres amatorias de Cleopatra <strong>fue</strong>ron expuestas con tal brutalidad <strong>que</strong> hasta<br />

las prostitutas se sintieron avergonzadas por haberlas practicado algún día. De modo<br />

<strong>que</strong> la última bravata del borracho tuvo <strong>un</strong> resultado singular: despertó el respeto hacia<br />

la figura de la amante lejana, y no lo contrario.<br />

-<strong>No</strong> sé qué diría la reina de Egipto oyéndole presumir a su costa ante todo el puterío<br />

del Pireo.<br />

-<strong>No</strong> le gustaría. Una reina es <strong>un</strong>a reina, a<strong>un</strong><strong>que</strong> se quite la corona para darse al<br />

placer.<br />

-Y los secretos de <strong>un</strong>a mujer en la cama son tan sagrados como el oráculo de <strong>un</strong> dios<br />

antiguo.<br />

¡<strong>No</strong>che de pasiones encontradas! Cuando <strong>un</strong>a pasión aparecía era para contradecir a<br />

la anterior. ¡<strong>No</strong>che de vinos opuestos! Bebido <strong>un</strong>o, provocaba <strong>un</strong>a fiebre distinta al <strong>que</strong><br />

acababa de ser vomitado. Así Antonio. Así su locura. Pues de repente rompía en llanto,<br />

invocando el recuerdo de la amada con <strong>un</strong>a ternura arrolladora.<br />

-¡Maravillosa egipcia! Si os dijera <strong>que</strong> podía ser la más tierna de las madres... ¡Ningún<br />

regalo le pareció demasiado valioso para el hijo de Dionisos! ¿Oísteis hablar alg<strong>un</strong>a vez<br />

de las perlas <strong>que</strong> duermen en los mares de la India? Son más puras <strong>que</strong> las nieves de la<br />

montaña de la l<strong>un</strong>a. Son más valiosas <strong>que</strong> el trono de la reina de Saba. <strong>No</strong> hay perlas de<br />

tal belleza en los viveros del m<strong>un</strong>do, y las pocas <strong>que</strong> existen sólo las tienen los sátrapas<br />

de Oriente... ¡Pues no habiendo regalo mayor, éste es el regalo <strong>que</strong> hizo la gran madre<br />

Cleopatra al humilde Marco Antonio!<br />

-<strong>No</strong> le caerá tal breva en esta casa, general -dijo <strong>un</strong>a de las prostitutas.<br />

Pero las demás la hicieron callar, por<strong>que</strong> Antonio se había emocionado hasta las<br />

lágrimas. Y acaso por contagio, ésta era la predisposición de toda la concurrencia.<br />

-Continuad, mi señor Antonio -dijo el soldado llamado Glauco-. Pero dejadme decir<br />

<strong>que</strong> vuestro historial no merecía esta perla solamente, sino <strong>un</strong> collar de la misma<br />

prosapia...<br />

-¡A<strong>un</strong><strong>que</strong> lo mereciera! Ella excedió cualquier merecimiento, por<strong>que</strong> excedía también<br />

en el arte del regalo... ¡Ay, Cleopatra! ¿Quién podría imitarla?... Pues ansiosa de<br />

concederme <strong>un</strong> capricho <strong>que</strong> yo no hubiera tenido antes, alcanzó los límites mismos del<br />

absurdo y ordenó <strong>que</strong> le sirviesen <strong>un</strong>a copa de vinagre. Y en él se deshizo a<strong>que</strong>lla joya,<br />

allí murió su belleza como termina la de las nieves <strong>que</strong> sólo son bellas en los picos de las<br />

montañas, y se convierten en fango virulento no bien las pisan los transeúntes de las<br />

grandes urbes...<br />

-Esto es amor. Y lo demás es copia dijo admirada la dueña del burdel.<br />

-Setecientos mil sestercios valía a<strong>que</strong>lla perla -dijo el soldado Sixto-. Al día siguiente<br />

lo comentaba todo Alejandría.<br />

Y de pronto el general se irguió con majestad inesperada y todos le vieron cimbrearse<br />

y mover la cintura con delicuescencia y buscar <strong>un</strong>a finura extremada en el vaivén<br />

constante de las manos.<br />

-Soy Cleopatra -murmuró, en <strong>un</strong> dengue cuya fragilidad no hubiera sabido imitar<br />

ning<strong>un</strong>a de las jóvenes del burdel-. ¡Soy la reina de Egipto, y sólo quiero a mi señor<br />

Antonio!<br />

-¡Qué peluda es la reina de Egipto! -exclamó <strong>un</strong>o de los muchachos fa<strong>un</strong>os.<br />

-Callaos todos -gritó el soldado Glauco-. ¿<strong>No</strong> veis <strong>que</strong> su mente está en Alejandría?<br />

-¡Alejandría! -gimió Antonio, contoneándose como <strong>un</strong>a mujer-. ¿<strong>No</strong> está allí mi reino?<br />

¿<strong>No</strong> soy Cleopatra Séptima, la más amada entre las mujeres de Antonio?

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