09.05.2013 Views

No digas que fue un sueño - Terenci Moix

No digas que fue un sueño - Terenci Moix

No digas que fue un sueño - Terenci Moix

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

71<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

hospedase en <strong>un</strong>a de sus fincas mientras duró su estancia en Roma. Debió de darle<br />

mucha complacencia para <strong>que</strong> él le diese tanto a cambio. Me preg<strong>un</strong>to si encontraría<br />

entre sus drogas algún remedio para la calvicie.<br />

Octavia dejó caer la cabeza entre los almohadones, riendo de nuevo de buen grado.<br />

-Los recuerdos te ciegan, Calpurnia. Ciegan a todos cuantos piensan <strong>que</strong> Cleopatra<br />

ofrece algo especial a los hombres. ¿Será <strong>un</strong>a maga? ¿Será <strong>un</strong>a diosa? ¿Les da filtros de<br />

amor? ¿Los envenena? <strong>No</strong>, Calpurnia. Es algo <strong>que</strong> no podemos comprender. Fuimos<br />

educadas para personificar el orgullo de Roma, pero son los hombres quienes lo<br />

construyen. Si nuestro sexo nos dio algún arma, la reservamos para los combates del<br />

hogar. Envidio a Cleopatra si ha descubierto <strong>que</strong> pueden servir para empresas más altas.<br />

-Las de <strong>un</strong>a meretriz, no lo olvides.<br />

-Tal vez. Pero no es culpa de Cleopatra si los hombres prefieren la compañía de las<br />

meretrices. O por lo menos esos hombres <strong>que</strong> se llaman a sí mismos «pilares del<br />

m<strong>un</strong>do». Y el optimismo <strong>que</strong> Calpurnia había logrado inspirarle desapareció por<br />

completo. Ya hablaba de sí misma cuando añadió-: ¡Feliz Cleopatra si ha conseguido<br />

herirlos con las armas <strong>que</strong> ellos mismos pusieron en sus manos!<br />

Las de Calpurnia, al buscar el rescoldo del brasero, revelaron <strong>un</strong> desasosiego ajeno a<br />

su compostura habitual.<br />

-Si yo conseguí distraerte, me pagas con mala moneda, pues tú has logrado<br />

escandalizarme. ¿Serías amiga de <strong>un</strong>a mujer como Cleopatra?<br />

-Sería su discípula.<br />

-¡Octavia!<br />

-Lo sería de buen grado a cambio de no volver a vivir n<strong>un</strong>ca <strong>un</strong>a noche como la de<br />

hoy -razonó con decisión-. Pero no debes asustarte, gran Calpurnia; llego tarde a la cita<br />

con la corrupción por<strong>que</strong> fui educada para pensar en ella a distancia y con <strong>un</strong>a sonrisa<br />

de frialdad. Por<strong>que</strong> sólo soy <strong>un</strong> nombre en <strong>un</strong> tratado político. Y, en definitiva, por<strong>que</strong><br />

cada <strong>un</strong>o no puede ser más de lo <strong>que</strong> es al margen del <strong>sueño</strong> imposible <strong>que</strong> lo guía. Y yo<br />

soy Octavia. Y soy romana.<br />

Así <strong>que</strong>dó aliviada la inquietud de Calpurnia Pisón, notoria viuda de julio César.<br />

El soldado joven decidió sin es<strong>fue</strong>rzo <strong>que</strong> Marco Antonio no sería su modelo, mucho<br />

menos su inspiración, jamás el ejemplo <strong>que</strong> guiase su conducta.<br />

-¡Bufón de mierda! -exclamó-. ¡Desprestigio de Roma! ¡Escarnio de nuestro ejército!<br />

-¡Si le hubieses conocido! -sollozaba el soldado Sixto, borracho ya.<br />

Y allí estaba Marco Antonio, convertido en rey de los fa<strong>un</strong>os. Allí estaba, dominando a<br />

<strong>un</strong>a comparsa miserable, gobernando el imperio de la podredumbre, la suciedad y la<br />

miseria.<br />

-¡Evoé! -gritaba-. ¡Evoé! ¡Soy Dionisos, soy Hércules, soy divino!<br />

Exhibía su agresiva desnudez desde <strong>un</strong>a postura <strong>que</strong> pretendía ser épica. Pues<br />

dominaba el m<strong>un</strong>do haciendo prodigiosos equilibrios desde lo alto de dos barriles de<br />

cerveza separados entre sí. Lo cual le obligaba a mantener las piernas abiertas en forma<br />

de arco, para <strong>que</strong> pasasen, por debajo, los bacantes.<br />

Con las piernas abiertas, los brazos en jarras y la cabeza erguida, pretendió<br />

representar por <strong>un</strong> instante al mítico coloso <strong>que</strong>, en postura parecida, dominaba la<br />

entrada al puerto de Rodas. Pero <strong>fue</strong> <strong>un</strong>a ilusión efímera. El vino pudo más <strong>que</strong> la<br />

mitología. Antonio perdió el equilibrio y <strong>fue</strong> a caer entre la masa de cuerpos <strong>que</strong> se<br />

retorcían a sus pies.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!