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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

70<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

-Roma desprecia cuanto no conoce. Y cuanto más conquista más desprecia. Y cuanto<br />

más desprecia más aniquila. Mira esta habitación llena de obras maestras del pasado.<br />

Recorre después todo el palacio y verás cómo forja sus conocimientos <strong>un</strong>o de los más<br />

nobles hijos de Roma. ¡Robando lo mejor de los pueblos <strong>que</strong> sus tropas conquistan! Y,<br />

sin embargo, él ama a Oriente con todas sus <strong>fue</strong>rzas...<br />

-Tiene sus motivos -y añadió, incisiva-: Le trataron muy bien en Egipto.<br />

-Has sido mala, Calpurnia.<br />

-He sido precisa. Todos te adoran por tu bondad, Octavia, pero debieras ser menos<br />

adorada y <strong>un</strong> poco más maligna. Me mortifica <strong>que</strong> puedas elogiar a esa serpiente del<br />

Nilo. En cualquier momento, ¿comprendes?, en cualquier momento puede atacar de<br />

nuevo. Y su picadura es mortal.<br />

Tocó madera la gran Calpurnia. Era riquísima. Cedro del Líbano.<br />

-Cleopatra es la madre de los hijos de mi esposo --dijo Octavia-. Esto bastaría para<br />

<strong>que</strong> su nombre merezca <strong>un</strong> respeto en cualquiera de mis casas. Pero además se sabe<br />

<strong>que</strong> es <strong>un</strong>a mujer sumamente inteligente, mucho más culta de lo <strong>que</strong> pueden presumir<br />

alg<strong>un</strong>os de nuestros intelectuales. Y si todo esto no bastase, es la soberana de <strong>un</strong> país<br />

cuyos conocimientos milenarios han sustentado gran parte de nuestra ciencia y de<br />

nuestra cultura.<br />

-Este país no tardará en pertenecer a Roma. Deja hacer a tu hermano.<br />

-Lo sentiré por Egipto. Si ya es triste ser el granero de Roma, ha de ser trágico<br />

convertirse en su cloaca.<br />

Calpurnia pareció escandalizarse. Abrió desmesuradamente los ojos al exclamar:<br />

-O todos los dioses <strong>que</strong> nos rodean se están burlando de mí o los años me llevan a<br />

inventar significados locos a las palabras. ¿Estoy escuchando a Octavia? ¿Estoy<br />

escuchando a <strong>un</strong>a romana?<br />

-Por<strong>que</strong> me llamo Octavia y soy romana busco los defectos de mi patria para <strong>que</strong> me<br />

ayuden a echar en falta su grandeza. Y tanto la deseo <strong>que</strong> recuerdo las glorias de César,<br />

no su calvicie, y prefiero pensar <strong>que</strong> cuando Bruto y sus compañeros le asesinaron<br />

actuaban guiados por la nobleza de espíritu, no por la ambición. Y por<strong>que</strong> me llamo<br />

Octavia y soy romana estimo también lo mejor de Egipto y respeto lo mejor <strong>que</strong> hay en<br />

su reina. Si es mi enemiga, me corresponde congratularme por luchar contra alguien de<br />

tanta altura. Cuanto más alto es el enemigo mayor mérito es el de la victoria. O<br />

simplemente el del combate.<br />

Calpurnia se entristeció. La tormenta se había alejado, pero el reflejo de los rayos aún<br />

ponía leves destellos en sus arrugas.<br />

-Olvidas <strong>que</strong> yo también tuve <strong>que</strong> luchar contra ella, buena Octavia. Y olvidas <strong>que</strong> me<br />

tocó estar en desventaja. Han pasado los años y es posible <strong>que</strong> ésta sea la única herida<br />

<strong>que</strong> la distancia no ha disminuido. Yo era estéril y ella llegó a la vida de César con toda<br />

la fec<strong>un</strong>didad de la juventud. Ella le dio <strong>un</strong> príncipe y él, en recompensa, la hizo entrar<br />

en Roma con <strong>un</strong>a majestad desproporcionada...<br />

-En absoluto desproporcionada. La <strong>que</strong> le correspondía. ¿De qué otro modo se<br />

presenta <strong>un</strong>a reina? -la otra reconoció su error con <strong>un</strong> gesto airado-. Recuerdo<br />

perfectamente a<strong>que</strong>lla jornada, Calpurnia. Yo estaba con mi madre en <strong>un</strong>o de los<br />

estrados del foro. La aparición de la reina de Egipto, en lo alto de a<strong>que</strong>lla inmensa<br />

esfinge, rodeada de esclavos y damas de honor, todos vestidos con tanta s<strong>un</strong>tuosidad<br />

como no se ha visto en nuestras calles ni siquiera en los disfraces de las Saturnales...<br />

-Un magnífico espectáculo para el público, sí. Pero yo estaba entre los intérpretes. t0<br />

no lo recuerdas? Yo tuve <strong>que</strong> sufrir la humillación de levantarme en señal de homenaje<br />

al paso de su majestad... ¡la amante de mi esposo! Y <strong>fue</strong> mayor oprobio tolerar <strong>que</strong> él la

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