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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

63<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

bondades <strong>que</strong> siempre tuvo para con él y su amigo. De modo <strong>que</strong> la ostentación de<br />

Marco Antonio le pareció <strong>un</strong>a solemne bofetada, no ya contra el honor sino contra la<br />

ternura.<br />

En el vestíbulo reposaban tres soldados de edad avanzada: tres veteranos <strong>que</strong> habían<br />

acompañado a Antonio en todas sus campañas y, antes <strong>que</strong> a él, al propio César.<br />

A<strong>que</strong>lla noche se limitaban a esperarle en bancos de piedra, con la espalda contra la<br />

pared y las manos reposando sobre los senos de alg<strong>un</strong>as prostitutas orondas, veteranas<br />

también de otras batallas en cuyas victorias no se obtienen más laureles <strong>que</strong> los del<br />

hastío. Así, las profesionales del amor y los profesionales de la guerra componían <strong>un</strong>a<br />

imagen de cansancio y fracaso <strong>que</strong> a Adonis, en la flor de su apostura, se le antojó<br />

patética.<br />

<strong>No</strong> bien intentó pasar más allá del vestíbulo, <strong>un</strong>o de los soldados se incorporó<br />

cansinamente y le agarró por el cuello, sin demasiadas contemplaciones.<br />

-¡Largo de aquí, mocito! -exclamó el soldado-. Hoy no se aceptan clientes. ¡Vete! Esta<br />

casa ha sido declarada <strong>fue</strong>ra de límites.<br />

El escándalo se dibujó en el rostro <strong>que</strong>rubinesco del esclavo:<br />

-¿Cliente yo, el lindo Adonis, siervo preferido de mi elegante señora y mi poderoso<br />

dueño? Has de saber, basto servidor de Marte, <strong>que</strong> me ultrajas por dos razones.<br />

Primero: por<strong>que</strong> al suponerme cliente me supones dinero y, como no lo tengo, empezaré<br />

a avergonzarme de mí mismo. Seg<strong>un</strong>do: por<strong>que</strong> al suponerme dinero deduces <strong>que</strong> me lo<br />

gastaría aquí, con lo cual me tomas por imbécil, <strong>que</strong> otra cosa no sería si, dejando las<br />

monedas en el deshonesto regazo de estas hembras, tuviera <strong>que</strong> ren<strong>un</strong>ciar a comprar<br />

cuerdas nuevas para mi cítara o el rastrillo <strong>que</strong> precisa con urgencia mi noble amigo, el<br />

jardinero, para efectuar su plantación de bulbos, <strong>que</strong> ya corresponde...<br />

Una de las prostitutas se levantó alarmada:<br />

-Pero ¿qué dice esta criatura? ¿Le ha dado el mal sagrado de repente?<br />

-¡Qué tanto hablar de bulbos! -gritó el soldado-. Los de aquí están tomados por la<br />

milicia romana...<br />

-¡Y bien se duele mi bulbo, <strong>que</strong> no estuvo tan aburrido desde el último luto oficial,<br />

cuando nos cerraron la casa! ¿Así las gasta la ponderada milicia romana? Un solo cliente<br />

y todo el puterío del Pireo a seguirle los caprichos. O a escucharle la tabarra, <strong>que</strong> para el<br />

caso es lo mismo.<br />

Y volvió a sonar la voz de Antonio, arrojando su grito de guerra:<br />

-¡Os digo <strong>que</strong> pude ser rey de Oriente! ¡Desde Egipto a Siria, desde Petra a Catay,<br />

todo pudo ser mío!<br />

Al levantarse <strong>un</strong>a raída cortina gris <strong>que</strong> separaba el vestíbulo de la sala principal,<br />

apareció <strong>un</strong>a muchacha más joven <strong>que</strong> las demás <strong>que</strong> se sostenía los senos, pues estaba<br />

desnuda de cintura para arriba. Tenía el pelo muy revuelto y en el cuello la señal<br />

inconf<strong>un</strong>dible de <strong>un</strong>os labios <strong>que</strong> habían mordido con excesiva pasión.<br />

-¡Me tiene harta tu general con sus bravatas! -exclamó, dejándose caer en los bancos<br />

de piedra, j<strong>un</strong>to a las otras-. Cada noche la misma canción. ¡Y para acabar<br />

vomitándonos encima!<br />

-¡Qué han de ser bravatas! -protestó el soldado, de nombre Sixto-. Como la luz del<br />

día es lo <strong>que</strong> dice. Si hace años sus manos ofrecieron a César <strong>un</strong>a corona, en plenas<br />

carreras de las Lupercales, él llegó a más, pues se le abrieron cien reinos mismamente,<br />

cada <strong>un</strong>o de los días <strong>que</strong> estuvimos en Alejandría -y dirigiéndose al otro soldado,<br />

añadió-: Tú servías en la misma legión, Glauco. <strong>No</strong> me vas a dejar por fantasioso ni a<br />

nuestro general por embustero.

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