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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

62<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

¡A<strong>que</strong>l coleccionista exagerado convertía <strong>un</strong>a alcoba en <strong>un</strong> muestrario de la cultura<br />

<strong>que</strong> le fascinaba, la de los grandes mitos de quienes decía descender! Y Octavia,<br />

acostumbrada a la austeridad doméstica <strong>que</strong> presidió su primer matrimonio, sentía <strong>que</strong><br />

todas a<strong>que</strong>llas esculturas la miraban con ironía, burlándose de su alumbramiento. El<br />

Olimpo, trasladado a los más exquisitos materiales, le arrojaba <strong>un</strong>a risotada <strong>un</strong>ánime,<br />

como si se tomara venganza de cuantas injurias le había infligido el dominio de Roma.<br />

Venus, Baco, J<strong>un</strong>o, Júpiter, acompañados por bulliciosos cortejos de fa<strong>un</strong>os, ninfas,<br />

sátiros y amorcillos le escupían el nombre del burdel donde se regocijaba su esposo. Y<br />

desde su poderío olímpico, llegaban a despreciar a la recién nacida, pues no había tenido<br />

la <strong>fue</strong>rza de arrancar a su padre de los brazos de sus meretrices, del delirio de sus<br />

<strong>fue</strong>ntes de vino.<br />

Pero ella resistió la afrenta de sus dioses y, lentamente, <strong>fue</strong> adoptando <strong>un</strong>a postura<br />

más cómoda, como si la obligación de reincorporarse a la vida <strong>fue</strong>se más importante <strong>que</strong><br />

su dependencia de Antonio, <strong>que</strong> su dependencia de cualquier hombre. Al fin y al cabo, la<br />

noche había sido suya. Durante nueve meses, cada palpitación, cada íntima vibración de<br />

a<strong>que</strong>lla criatura le había pertenecido por entero. Sólo ella la oía moverse en su interior.<br />

Sólo ella sentía el infierno en sus entrañas cuando a<strong>que</strong>lla cosa aún increada decidía<br />

erguirse en guerrera precoz. Y sólo ella abrió sus carnes para dejar camino a la vida,<br />

expulsándola de sí para <strong>que</strong> <strong>fue</strong>se propiedad del m<strong>un</strong>do.<br />

Pero no de Antonio, decidió. ¡<strong>No</strong> de Antonio y sus meretrices! <strong>No</strong> de ese padre <strong>que</strong> se<br />

conformó con depositar <strong>un</strong> día la semilla y abandonarla después a su suerte, sin acudir<br />

siquiera a la gentil cosecha.<br />

Se hallaba ya sentada cuando los esclavos le an<strong>un</strong>ciaron <strong>un</strong>a visita <strong>que</strong> no era Marco<br />

Antonio. Y sonrió ella con desprecio al pensar <strong>que</strong> cualquier visitante, por ajeno <strong>que</strong><br />

<strong>fue</strong>se, podía llegar antes <strong>que</strong> su esposo: el hombre <strong>que</strong> al desposarla la había convertido<br />

en la mujer más envidiada de Roma, cuando ya era la más respetada. Y resultaba por<br />

demás irónico <strong>que</strong> en el trance de dar a luz a <strong>un</strong>a hija de ambos -«pero sólo la he<br />

sufrido yo», repetía en su interior-, <strong>que</strong> en a<strong>que</strong>l momento solemne, le hubiese inspirado<br />

grandes <strong>fue</strong>rzas el respeto <strong>que</strong> el pueblo le otorgaba y ning<strong>un</strong>a a<strong>que</strong>l amor <strong>que</strong> los<br />

demás imaginaran poderoso.<br />

Una singular combinación de resplandores iluminó la entrada de su visitante. Y diríáse<br />

<strong>que</strong> los rayos caían tan cerca sólo para realzar a<strong>que</strong>l privilegio. Pues al levantar el manto<br />

<strong>que</strong> la protegía de los elementos, apareció, debidamente realzado, el rostro todavía<br />

hermoso de la viuda de Calpurnia Pisón.<br />

La viuda de Julio César.<br />

-¡Pude ser rey de Oriente! -aullaba el general borracho, en el interior del burdel.<br />

Bajo la tormenta, la casa parecía más decrépita aún <strong>que</strong> en otras noches. Un edificio<br />

de <strong>un</strong>a sola planta, con <strong>un</strong>a portezuela de madera podrida. Muros gastados a lo largo de<br />

los años a causa del salitre del mar y los orines de mil perros vagab<strong>un</strong>dos. Olor a<br />

pescado podrido. Acumulación de desperdicios en la esquina. Y toda la miseria del puerto<br />

en su interior.<br />

Cuando Adonis entró en el vestíbulo a toda prisa, sacudiéndose la lluvia <strong>que</strong> le había<br />

dejado empapado, oyó la voz inconf<strong>un</strong>dible de su señor <strong>que</strong> seguía gritando en <strong>un</strong>a de<br />

las salas interiores:<br />

-¡Estuve a p<strong>un</strong>to de ser rey de Oriente! ¡Creedme, cerdas! ¡Tuve Oriente en mis<br />

manos!<br />

Su voz se interrumpía con los eructos provocados por el vino. Su angustia traspasaba<br />

los muros. Y Adonis, <strong>que</strong> había temblado de miedo al cabalgar hasta el Pireo entre los<br />

rayos, tembló ahora de indignación. Pensaba en la soledad de su señora Octavia y en las

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