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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
52<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
-Extraño ceremonial -murmuró Totmés-. Y extraño lugar.<br />
-Los antiguos lo llamaban la Sede de la Belleza. 1 En este valle están enterradas las<br />
grandes soberanas de Tebas y los príncipes <strong>que</strong> no llegaron al trono.<br />
-Creo comprender. Cleopatra es reina, Cesarión príncipe...<br />
-Y ésta es la hora en <strong>que</strong> el dios Ra se adentra en las tinieblas y los muertos empiezan<br />
a vagar por las montañas pregonando la lucha del dios contra los demonios de la noche.<br />
La barca de Ra desapareció completamente. Fue como si <strong>un</strong>a tenue gasa de color azul<br />
se deslizase sobre las piedras <strong>que</strong> hasta a<strong>que</strong>l momento <strong>fue</strong>ron rosadas. Se oyó el<br />
aullido de <strong>un</strong> chacal a lo lejos. Pero nadie tembló, por<strong>que</strong> todo egipcio sabe <strong>que</strong>, desde<br />
tiempos inmemoriales, éste es el himno del dios Anubis, <strong>que</strong> cada noche acude a<br />
proteger a los dif<strong>un</strong>tos.<br />
Se abrieron paso entre las peñas <strong>que</strong> cerraban la entrada al valle. Los carros tuvieron<br />
dificultad para avanzar entre las grutas. Por fin encontraron el camino ritual; el <strong>que</strong>, en<br />
tiempos antiguos, hacía las veces de carretera. ¡Por allí habían avanzado los cortejos<br />
f<strong>un</strong>erarios de las grandes soberanas de Egipto! Hoy era <strong>un</strong> paisaje desolado: <strong>un</strong>a<br />
acumulación de rocas gigantescas, riscos afilados, laderas tortuosas. Y, como bocas<br />
sedientas, las puertas de numerosas sepulturas.<br />
Sólo <strong>un</strong>a estaba abierta.<br />
Del interior surgía, entremezclada, la vacilante luz de varias antorchas. En el exterior,<br />
montaba guardia <strong>un</strong> pelotón de soldados. Más allá, dos sacerdotes del culto de Ptah<br />
aguardaban j<strong>un</strong>tó a cuatro carros <strong>que</strong> ostentaban el estandarte de la ciudad de Menfis. Y<br />
Totmés no pudo por menos <strong>que</strong> sonreír ante esta circ<strong>un</strong>stancia. ¡Sacerdotes de la gran<br />
capital del <strong>No</strong>rte obligados a dirimir <strong>un</strong> problema de estado en la antigua capital del Sur!<br />
El Alto y el Bajo Egipto enfrentados en <strong>un</strong>a cuestión de honor <strong>que</strong>, sin embargo, venía<br />
decidida de antemano desde la capital <strong>que</strong> las anulaba a ambas: Alejandría, la gran<br />
dama del mar.<br />
Pero existían explicaciones plausibles. Mientras el clero de Amón había perdido toda<br />
su beligerancia desde varias generaciones atrás, los sacerdotes de Menfis, con su culto<br />
al buey Apis, continuaban manteniendo su alto prestigio. La ciudad se había convertido<br />
en <strong>un</strong> centro cosmopolita <strong>que</strong> a través de la religión atraía a pensadores e intelectuales<br />
de todos los países conocidos. Y los viajeros griegos la cantaban constantemente en sus<br />
escritos, a<strong>un</strong><strong>que</strong> deformando la vieja tradición y helenizando los nombres, pues todo lo<br />
escribían de oídas.<br />
Una mueca de desprecio ensombreció el rostro de Totmés al pensar en estos hechos.<br />
Pero aún albergaba otro temor, acaso más grave. Si el príncipe Cesarión había sido<br />
educado en a<strong>que</strong>l ambiente era fácil suponer cuáles serían sus ideas, qué aspecto físico<br />
presentaría. Y le imaginó vestido a la griega, como solía hacer su madre. O en el' peor<br />
de los casos convertido en <strong>un</strong> niño romano para no renegar de su ilustre progenitor...<br />
¡El hijo de julio César, opresor de Egipto, en la tumba de <strong>un</strong>a de sus reinas más<br />
importantes!<br />
Pero al penetrar en el estrecho pasadizo <strong>que</strong> conducía a la cámara f<strong>un</strong>eraria se<br />
percató de <strong>que</strong> no estaba en la tumba de <strong>un</strong>a reina, sino en la de <strong>un</strong> príncipe. Era <strong>un</strong><br />
niño de corta edad <strong>que</strong> aparecía reproducido de manera obsesiva en los muros,<br />
acompañado por las principales divinidades <strong>que</strong> se ocupan de proteger la vida y la<br />
muerte. Pero como era normal en el caso de los príncipes muertos en edad temprana, su<br />
propio padre, el rey, le guiaba por los oscuros caminos del más allá.<br />
Todo estaba destinado a convertir la mansión eterna del principito en <strong>un</strong> instante de<br />
ternura preservado para la eternidad.<br />
1 Actual Valle de las Reinas