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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

50<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

<strong>que</strong> nos ayuda a sobrevivir o <strong>un</strong>a estratagema forjada por nuestra propia debilidad. ¡Que<br />

ella convierta en plácido recuerdo lo <strong>que</strong> <strong>fue</strong> el alboroto de la pasión! Pues vivir viendo<br />

brillar nuestros diamantes día tras día, año tras año, sería muerte peor, por repetida.<br />

Bebió con gusto <strong>un</strong>a copa de vino endulzado con mirra. Y la galera seguía su rumbo<br />

hacia Tebas, memorial de la muerte gloriosa.<br />

¡Tebas la de las cien puertas!<br />

A<strong>un</strong><strong>que</strong> el barco estaba anclado en la orilla opuesta, Totmés pudo sentir plenamente<br />

el impacto de la más legendaria entre las ciudades. ¡Tebas! Parecía emerger desde más<br />

allá de la niebla como el espectro de <strong>un</strong> bajel herido. A<strong>un</strong> en la agonía de su esplendor,<br />

sobrecogía el ánimo de los peregrinos del espíritu. Poetas, artistas, místicos,<br />

reverenciaban los restos de sus santuarios, el empa<strong>que</strong> de sus obeliscos, las colosales<br />

efigies de sus reyes.<br />

Demasiados invasores habían caído sobre sus edificios, <strong>un</strong> día gigantescos. El dios<br />

local, Amón, vio su prestigio reducido a los cultos populares. Su inmenso santuario había<br />

sido <strong>un</strong>a ciudad dentro de Tebas, <strong>un</strong> poder autónomo dentro del inmenso poder de los<br />

grandes faraones. Pero los techos se derrumbaron, las aguas del Nilo, en sus crecidas,<br />

penetraron en el interior de las gigantescas salas hipóstilas, aplastando el poder,<br />

dejando en su lugar <strong>un</strong> sabor a cenizas. El tiempo se encargó de completar la<br />

destrucción. Y tanto Amón como Tebas se vieron arrastrados por la devastadora<br />

corriente <strong>que</strong> ni siquiera los dioses pueden controlar.<br />

«Transcurre el Nilo -pensó Totmés-, pero n<strong>un</strong>ca acaba de pasar totalmente. En<br />

cambio el hombre pasa. Y también lo hacen los dioses. ;Quién creó a quién? Nada<br />

importa la respuesta. Sólo el pasar existe. Pasaron hombres y dioses, mientras el Nilo se<br />

limitaba a transcurrir. Y no sé qué <strong>fue</strong>rza superior al Nilo tiene poder suficiente para<br />

disponer de tantos contrasentidos...»<br />

Preg<strong>un</strong>tas singulares <strong>que</strong> le asaltaban con mayor porfía desde los últimos<br />

acontecimientos.<br />

¡Tebas! La ciudad donde nació. La ciudad <strong>que</strong> vio los primeros años de su infancia...<br />

Se lo habían insinuado sus superiores, pero bien pudiera ser otra mentira. En cualquier<br />

caso era <strong>un</strong> tiempo demasiado breve, estéril en el recuerdo, pues se lo arrebataron<br />

mucho antes de <strong>que</strong> la semilla pudiese abrirse en flor. De manera <strong>que</strong> cuando intentó<br />

emocionarse con algún recuerdo lejano -<strong>un</strong> sabor, <strong>un</strong> aroma, <strong>un</strong>a calleja- descubrió <strong>que</strong><br />

sólo disponía de a<strong>que</strong>llos <strong>que</strong> los demás habían dispuesto. Después, lo <strong>que</strong> Isis se<br />

encargó de enseñarle.<br />

Preg<strong>un</strong>tas vanas. Preg<strong>un</strong>tas de la desolación. Sólo tenían <strong>un</strong>a respuesta desesperada:<br />

el descuido <strong>que</strong> imperaba en los santuarios de Tebas, ayer tumultuosos; el desorden<br />

urbanístico de <strong>un</strong>a ciudad <strong>que</strong> <strong>fue</strong> centro del orbe; el abandono de <strong>un</strong>os muelles <strong>que</strong>, en<br />

sus momentos de esplendor, decretaron todo el tráfico del Nilo.<br />

¡Él y Tebas navegaban en la misma incongruencia!<br />

Mientras Alejandría tri<strong>un</strong>faba al abrirse al Mediterráneo, Tebas dormía, totalmente<br />

inmersa en su prestigio ancestral. A causa de su aislamiento de las nuevas vías de<br />

com<strong>un</strong>icación, <strong>que</strong>dó encerrada entre sus ruinas, pero también absorta en su propio<br />

carácter. Así, no era extraño <strong>que</strong> la ciudad y su región <strong>fue</strong>sen las menos permeables a la<br />

influencia extranjera, las más arraigadas en la tradición. Por ella, gracias a ella, Totmés<br />

escuchaba hoy la voz <strong>que</strong> le remitía a sus orígenes místicos. Más allá del tiempo y del<br />

espacio, Tebas estaba en su corazón.<br />

Y el corazón de la Tebas soñada, la íntima esencia de <strong>un</strong>a Tebas pensada para la<br />

eternidad, se regocijó intensamente cuando Cleopatra Séptima, soberana de sangre

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