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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
47<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
HORUS.-Llego del largo combate contra mi tío Set, el del nombre ensangrentado. Le<br />
he perseguido por todas las ciudades <strong>que</strong> jalonan el río de los ríos. ¡N<strong>un</strong>ca hubo combate<br />
más arduo! Pero la eternidad ha de saber <strong>que</strong>, en la larga lucha de la luz contra las<br />
tinieblas, volvió el Bien a reinar en tierra egipcia...<br />
Horras, hijo divino, cuenta ahora el detalle de todos tus azares. Cuenta los daños<br />
<strong>que</strong> infligiste. Cuenta...<br />
El anciano sacerdote se vio obligado a interrumpir su relato. Los actores, su<br />
interpretación. Una voz poderosa sonó con mayor <strong>fue</strong>rza <strong>que</strong> la percusión de los<br />
tambores.<br />
-¡Farsantes! ¡Que cese de <strong>un</strong>a vez esta farsa!<br />
Era Cleopatra.<br />
-¡Me estáis engañando! -exclamaba la reina a voz en grito-. ¡<strong>No</strong> hay nada <strong>que</strong> no<br />
supiese! ¡Me estáis contando <strong>un</strong>a vieja fábula!<br />
Corrió hacia Osiris y le arrancó la máscara. Ya no tenía el color verde de la muerte. Ya<br />
sólo era <strong>un</strong> joven sacerdote de rasgos afilados y ojos penetrantes. Y al arrancar la<br />
máscara de Isis se encontró ante <strong>un</strong>a de las sacerdotisas a las <strong>que</strong> había sorprendido<br />
jugando con Dictias.<br />
-¡Los dioses no existen! ¡Ni los dioses ni el propio Egipto! Ni siquiera llega a ser <strong>un</strong><br />
<strong>sueño</strong>: es <strong>un</strong>a vulgar patraña.<br />
El anciano sacerdote elevó los ojos al techo e inició <strong>un</strong>a oración de desagravio. La niña<br />
arpista tañó <strong>un</strong>a nota desafinada. Y mientras la reina continuaba arrancando las<br />
máscaras de los otros dioses, la gran sacerdotisa abandonó el altar y llegó hasta ella,<br />
presa de <strong>un</strong>a furia <strong>que</strong> excedía los limites de la vida.<br />
-¡Mujer innoble! ¡<strong>No</strong> te atrevas a arrancarme la máscara de Hator! Su rayo ha de<br />
perseguirte eternamente hasta los últimos confines del Nilo, hasta el infierno donde<br />
habitan los caníbales.<br />
Y al enfrentársele, Cleopatra se encontró ante el rostro dorado de la diosa, f<strong>un</strong>vnado<br />
por la sonrisa ambigua. Pero a través de las cuencas vacías de la máscara, la mirada de<br />
Dictias lanzaba fulgores terribles. Y comprendió <strong>que</strong> su furia era sincera.<br />
-¿Ignoras <strong>que</strong> los dioses reproducen en los cielos las acciones de los humanos en el<br />
m<strong>un</strong>do?<br />
-Nada me han enseñado tus revelaciones. Si esto son los grandes misterios, tienen la<br />
ingenuidad de la primera lección <strong>que</strong> aprenden los niños en la escuela.<br />
-Escucha la voz del oráculo, mujer. Escucha la revelación <strong>que</strong> no has sabido<br />
interpretar, pues estás ciega a cuanto no sea tu f<strong>un</strong>esta pasión por <strong>un</strong> puerco... -levantó<br />
Dictias el báculo, solicitando así <strong>que</strong> se acercase el viejo sacerdote-. Tú, Ramfis, has<br />
leído más de lo <strong>que</strong> estaba escrito...<br />
-El cuerpo desmembrado de Osiris es el de Egipto. Es nuestra tierra cortada en mil<br />
pedazos por las <strong>fue</strong>rzas de <strong>un</strong> mal <strong>que</strong> nos supera.<br />
-¿Cuál es este mal, Ramfis? ¿Qué <strong>fue</strong>rza actúa sobre Egipto como el pérfido Set actuó<br />
contra su santo hermano?<br />
-Roma es el mal. Roma es el hermano pérfido <strong>que</strong> levantó su brazo sobre el Nilo.<br />
Roma desmembra a Egipto en mil pedazos. Roma es el crimen. ¡Si hubiese <strong>un</strong>a gran<br />
madre capaz de devolverle la vida eterna...!<br />
-¿Dónde está la madre divina, Ramfis?