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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

42<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

-<strong>No</strong> estoy autorizado a hacerte más revelaciones. El elegido no puede tener pasado.<br />

Sólo se le concede el <strong>que</strong> conviene al trono.<br />

Totmés retrocedió, horrorizado.<br />

-¡Me habéis convertido en <strong>un</strong>a invención pensada a la medida de <strong>un</strong> trono!<br />

-De <strong>un</strong> príncipe.<br />

-¡Es igual de monstruoso! Por este niño, a quien ni siquiera he visto, habéis<br />

manipulado mi vida. <strong>No</strong> estoy hecho según la vol<strong>un</strong>tad de los dioses, como siempre creí.<br />

Incluso en esto me mintieron. Existo por el resultado de <strong>un</strong>a intriga atroz. Y no seré<br />

nada <strong>que</strong> vosotros no <strong>que</strong>ráis <strong>que</strong> sea.<br />

-Eres algo mucho más grande, Totmés. Eres inmenso. Por<strong>que</strong> eres el tiempo eterno<br />

de Egipto.<br />

Y el cuerpo de Epistemo se irguió al pron<strong>un</strong>ciar estas palabras. Y su rostro, sombrío<br />

hasta entonces, apareció iluminado por el reflejo de alg<strong>un</strong>a verdad <strong>que</strong> acabase de<br />

estallar en su interior con más <strong>fue</strong>rza <strong>que</strong> la vida.<br />

¡La vida <strong>que</strong> empezaba a renacer sobre el horizonte!<br />

Condujo a Totmés hasta la cima del pilono principal. Y desde a<strong>que</strong>l p<strong>un</strong>to, el más<br />

elevado del templo, efectuó <strong>un</strong> amplio ademán <strong>que</strong> abarcó la inmensidad del paisaje.<br />

Desde el templo al desierto. Desde sus d<strong>un</strong>as a la vega fértil. Desde sus palmerales a las<br />

aguas del gran río.<br />

-Observa a tus pies la suprema arquitectura del m<strong>un</strong>do. Admírate, Totmés. Por<strong>que</strong><br />

hay <strong>un</strong> tiempo fugaz, <strong>que</strong> transcurre como <strong>un</strong> suspiro y es vano como <strong>un</strong> <strong>sueño</strong>, y éste<br />

es el tiempo <strong>que</strong> llamamos vida. En su brevedad, los hombres se abocan a la locura.<br />

Construyen castillos efímeros, creyendo <strong>que</strong> han de ser mansiones de eternidad. Pero la<br />

vida los destruye por<strong>que</strong> lleva en sí misma la semilla de la destrucción inmediata. Así<br />

nacen los imperios y así caen después. Pero existe <strong>un</strong> tiempo eterno, inscrito en la<br />

esencia misma de las cosas, en el constante devenir <strong>que</strong> se transmite de hombre a<br />

hombre. Y es <strong>un</strong> tiempo mucho más vasto de lo <strong>que</strong> podrían calcular los historiadores de<br />

palacio y va mucho más allá de cuanto puedan agotar los hombres del futuro. Éste es el<br />

tiempo <strong>que</strong> te hemos entregado, Totmés. El tiempo eterno <strong>que</strong> deberás transmitir a<br />

Cesarión.<br />

-¡Triste destino! -exclamó Totmés-. Aspiré a la perfección y he de verme reducido a la<br />

categoría de <strong>un</strong> simple transmisor de ideas.<br />

-¿Y qué puede importarte si estabas dispuesto a transmitir el mensaje de tus dioses?<br />

Te prestabas a ser intermediario de poderes desconocidos. Accede a serlo del único<br />

poder <strong>que</strong> perdura. Sé el encargado de transmitir a Cesarión el amor a su tierra.<br />

-Y seguirá siendo triste mi destino. Y seguiré siendo yo <strong>un</strong> puente tendido entre dos<br />

imposturas.<br />

-Eres <strong>un</strong> niño <strong>que</strong> todavía no ha comprendido el valor de los puentes tendidos entre<br />

las almas. Si el tuyo se tiende hacia el príncipe, conocerás la grandeza de la creación en<br />

otro ser humano. ¿<strong>No</strong> dicen los sacerdotes de Menfis <strong>que</strong> su antiguo dios creó al hombre<br />

en el torno de <strong>un</strong> alfarero? Crea tú a Cesarión desde este puente <strong>que</strong> te hemos brindado<br />

sin <strong>que</strong> lo supieras. ¿<strong>No</strong> aseguran los sacerdotes del Gran Sur <strong>que</strong> su dios con cabeza de<br />

carnero sacó al hombre del interior de <strong>un</strong> huevo gigante? Saca tú a Cesarión de las<br />

tinieblas y de la ignorancia en <strong>que</strong> sus cortos años le tienen encerrado. Y <strong>un</strong> día este<br />

niño llegará a ser para ti algo <strong>que</strong> sólo alcanzan los grandes privilegiados del amor. Este<br />

niño será más <strong>que</strong> <strong>un</strong> hermano, más <strong>que</strong> <strong>un</strong> padre, <strong>un</strong> hijo o <strong>un</strong> amigo. Será tu creación.<br />

Y, por serlo, <strong>un</strong> pedazo de tu absoluto.<br />

El rostro de Totmés se iluminó ligeramente en la postrera solución de la ironía:

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