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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

38<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

subterráneas para, después, remontarla de nuevo hacia el cielo por peldaños tan<br />

estrechos <strong>que</strong> se veía obligada a apoyarse en los muros a fin de no resbalar. Y sólo las<br />

antorchas <strong>que</strong> portaban las sacerdotisas iluminaban por <strong>un</strong> breve instante la infinita<br />

acumulación de jeroglíficos <strong>que</strong> la rodeaban. Invocaciones a la diosa, a los miembros de<br />

su familia y a ella misma.<br />

La dejaron en <strong>un</strong>a pe<strong>que</strong>ña estancia de paredes completamente desnudas. Y <strong>que</strong>dó<br />

sumida en la oscuridad mientras el aire se llenaba de <strong>un</strong> vaho insólito, prof<strong>un</strong>do y dulce<br />

a la vez. Y en esta nebulosa irreconocible, <strong>que</strong>dó dormida la soberana de las Dos Tierras.<br />

En el exterior del templo, en el gran patio, Epistemo seguía los pasos del joven<br />

sacerdote de Isis. Sonreía al pensar <strong>que</strong>, <strong>un</strong>a vez más, los papeles habían cambiado.<br />

Pues si bien <strong>fue</strong> el mancebo quien se <strong>un</strong>ió a él en <strong>un</strong> principio, desvió al poco sus pasos<br />

para iniciar <strong>un</strong> paseo en solitario, absorto ante las imágenes <strong>que</strong> sus ojos contemplaban<br />

por vez primera. Y al complacerse en a<strong>que</strong>lla figura inmaculada <strong>que</strong> avanzaba<br />

lentamente entre las nuevas construcciones del templo, pensó <strong>que</strong> dos m<strong>un</strong>dos se<br />

enfrentaban y <strong>que</strong> él, Epistemo, era testigo excepcional del gran combate. Por<strong>que</strong> en el<br />

aspecto de Totmés revivía por entero la tradición mientras el templo revelaba lo más<br />

actual de las nuevas tendencias.<br />

Allí, en el corazón del Alto Nilo, la familia de Cleopatra quiso perpetuar <strong>un</strong>os mitos <strong>que</strong><br />

en su condición de extranjeros no les pertenecían. Pero la misma vol<strong>un</strong>tad de<br />

perpetuarlos, de hacerlos vivos, implicaba la necesidad de reconocer <strong>que</strong> existía en<br />

Egipto <strong>un</strong>a voz más prof<strong>un</strong>da aún <strong>que</strong> todas sus innovaciones. Una voz <strong>que</strong> seguía<br />

resonando en los templos más antiguos, en las canciones de los campesinos, en los<br />

barrios populares de Tebas. Era <strong>un</strong>a voz <strong>que</strong> no había conseguido acallar la elegante<br />

influencia de los griegos, dictadores de la moda y la cultura en Alejandría.<br />

A<strong>que</strong>lla noche, la voz del pasado parecía surgir de labios de Totmés. Pero convertida<br />

en <strong>un</strong> gemido más doloroso aún <strong>que</strong> el luto de amor de Cleopatra.<br />

Epistemo le alcanzó cuando se encontraba acariciando <strong>un</strong>os relieves <strong>que</strong><br />

representaban a la diosa del amor consagrando a su divino hijo. Eran de ejecución<br />

reciente, y a<strong>un</strong> cuando seguían los dictados de la tradición, su estilo delataba la<br />

influencia extranjera. De modo <strong>que</strong> Totmés cambió su caricia por <strong>un</strong> puñetazo lleno de<br />

furia.<br />

-¿Qué será de mi pueblo cuando incluso las plegarias a los dioses están mal escritas?<br />

Y leyó en voz alta las inscripciones del muro. Pero no con la piadosa actitud de <strong>un</strong>a<br />

invocación, sino más bien con la severidad del maestro <strong>que</strong> en cada palabra del discípulo<br />

descubre <strong>un</strong> atentado a las normas. Y Epistemo le admiró, por<strong>que</strong> muy pocos hombres<br />

en Egipto estaban capacitados para comprender los antiguos jeroglíficos. .<br />

-Esta ciencia <strong>que</strong> me han enseñado se convierte en <strong>un</strong>a ciencia de la muerte<br />

-murmuró el sacerdote-. Sólo me sirve para comprobar <strong>que</strong> ya no tiene cabida en el<br />

m<strong>un</strong>do.<br />

Subieron a la terraza del templo. Y como sea <strong>que</strong> Totmés continuaba con su tristeza,<br />

Epistemo dejó sonar de nuevo sus monedas fenicias, an<strong>un</strong>ciando <strong>que</strong> estaba dispuesto a<br />

volver a la frivolidad.<br />

-Dulce Totmés, tus meditaciones evocan tanta ruina <strong>que</strong> me haces sentir en el final de<br />

los tiempos...<br />

-¿Y no lo es el tiempo <strong>que</strong> nos ha tocado vivir? -musitó el mancebo, absorto en la<br />

contemplación de las d<strong>un</strong>as-. Me han educado para amar a <strong>un</strong> Egipto poblado de<br />

sombras prestigiosas. Y cada vez <strong>que</strong> abandono mi retiro y observo a mi alrededor, me<br />

siento más defraudado, por<strong>que</strong> las sombras ya ni siquiera se atreven a salir del fondo de<br />

los templos.

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