Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
darle: s<strong>un</strong>tuosidad, exotismo y extravagancia hasta en el sexo. Por él fui tina sacerdotisa<br />
de la pasión. Pero conservé mi cerebro despierto.<br />
-Entonces, ¿por qué se ha dormido de repente? ¿Por qué no piensa tu cerebro <strong>que</strong><br />
Antonio todavía te ama con locura, pero se ha visto obligado a ceder ante <strong>un</strong>a razón de<br />
estado?<br />
Cleopatra se volvió con la cólera del basilisco.<br />
-Por<strong>que</strong> le aborrecería mucho más. Puedo llorarle por<strong>que</strong> se enamorase de esa viuda<br />
romana, puedo detestarle al pensar <strong>que</strong> profanó mi lecho. Pero si supiese <strong>que</strong> ha sido<br />
tan débil corno para ceder ante <strong>un</strong>a orden de Octavio, entonces le despreciaría<br />
abiertamente. Pensaría <strong>que</strong> no conseguí <strong>que</strong> estuviese a mi altura.<br />
Y Sosígenes se mostró extremadamente cauto al decir:<br />
-Esta y no otra es el arma <strong>que</strong> necesitas para defenderte contra el amor.<br />
-Un arma <strong>que</strong> desacreditase a Antonio sólo serviría para demostrarme <strong>que</strong> el amor de<br />
la reina de Egipto no vale nada. Tan estúpida me consideras como para llorar por alguien<br />
<strong>que</strong> no lo merece? Cuando vi a Antonio por primera vez era yo <strong>un</strong>a niña, todavía<br />
propensa a cualquier ensoñación. Llegó a Alejandría mucho antes <strong>que</strong> César y cuando yo<br />
ignoraba aún todo el mal <strong>que</strong> la intervención de Roma significaba para Egipto. Mucho<br />
menos podía comprender <strong>que</strong> al pedir ayuda a Roma mi padre, el gran Auletes, nos<br />
ponía para siempre en sus manos. Tú me lo contaste mucho más tarde, Sosígenes, pero<br />
en a<strong>que</strong>llos tiempos yo estaba todavía al cuidado de las damas de mi madre. Y todas<br />
salieron al balcón cuando a<strong>que</strong>l joven guerrero hizo su entrada en el patio de palacio.<br />
Suspiraban ante su apostura y mis hermanas mayores se atrevieron a arrojarle flores a<br />
los pies, cual si <strong>fue</strong>se el vencedor de mil gestas en Olimpia. ¡Era tan gallardo, tan <strong>fue</strong>rte<br />
y se contaban de él tantas historias heroicas, tantos hechos escandalosos <strong>que</strong> <strong>que</strong>dó en<br />
mi mente infantil como <strong>un</strong>o de esos héroes invencibles <strong>que</strong> aparecen en los viejos<br />
cantares! Mucho tiempo hubo de transcurrir hasta <strong>que</strong> a<strong>que</strong>l héroe prodigioso me hizo la<br />
más feliz entre las hembras. Antes tuve <strong>que</strong> soportar el matrimonio con mi propio<br />
hermano, imbécil, <strong>que</strong> no sólo imberbe. Después, pasó César por mi vida. Pero al fin, el<br />
heroico Antonio vino a mi barca dorada como yo le había esperado: vestido de Hércules<br />
y rodeado por los alegres fa<strong>un</strong>os de Dionisos. Y yo le abrí los brazos como él <strong>que</strong>ría <strong>que</strong><br />
<strong>fue</strong>se: encarnando a Afrodita <strong>que</strong> surge de la espuma del mar de Alejandría sólo para<br />
entregársele. Era mi héroe, Sosígenes. Y si <strong>un</strong> héroe de su temple se somete a <strong>un</strong><br />
decreto de Octavio, significa <strong>que</strong> el m<strong>un</strong>do entero ha caído en la más atroz vulgaridad.<br />
Sosígenes tomó su mano y la besó:<br />
-Reina de Egipto: tu culto a los héroes te honra, pero no corresponde a nuestros<br />
tiempos. Mientras Octavio pretende erigirse en amo del m<strong>un</strong>do mediante la razón, tu<br />
Antonio se conforma ocupando tus <strong>sueño</strong>s a base de heroísmo.<br />
-Basta ya, Sosígenes. Prefiero el consejo de los dioses. Que ellos me hablen esta<br />
noche por boca de la noble Dictias.<br />
-¿Vas a recurrir a las supersticiones de este viejo buitre?<br />
-Ella posee la ciencia milenaria de nuestros templos. Además, sé <strong>que</strong> me adora más<br />
allá del exceso.<br />
Su rostro se iluminó con <strong>un</strong>a antigua sonrisa: la <strong>que</strong> había utilizado para subyugar a<br />
los hombres cuando las astucias del cerebro no lo conseguían. Era la sonrisa <strong>que</strong><br />
devolvía la vida a su rostro, la <strong>que</strong> era capaz de transfigurarlo, convirtiéndola en la más<br />
hermosa de las esfinges. Era entonces cuando el m<strong>un</strong>do sucumbía ante <strong>un</strong> hechizo <strong>que</strong><br />
nadie podía imitar y mucho menos explicarse. Contribuía a <strong>que</strong> <strong>un</strong>a mujer <strong>que</strong> no era<br />
bella alcanzase la perfección de la belleza. Y nacía así la más fascinante entre las brujas.<br />
-Quiero <strong>que</strong> Dictias vuelva a verme tal como fui en la perfección de mi primavera. Si<br />
hay dolor en mi rostro, ponedle el disfraz de la hermosura. Vestid mi cuerpo con sedas y<br />
30