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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

29<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

-¡Esta frase! Sólo <strong>un</strong> egipcio podría comprenderla. Y sólo <strong>un</strong> enamorado <strong>que</strong>rría <strong>que</strong><br />

<strong>fue</strong>se cierta.<br />

-Cuando se cierra para siempre la losa de la tumba empieza para el dif<strong>un</strong>to la noche<br />

<strong>que</strong> sólo puede terminar con el renacimiento. Y empezará a contar los años <strong>que</strong> faltan<br />

para alcanzarlo.<br />

-¡Y he de contarlos sin Antonio! Descansaré entre reyes y reinas, príncipes y princesas<br />

y, presidiendo el ilustre cortejo, el cuerpo de Alejandro. ¡El gran f<strong>un</strong>dador de la dinastía<br />

y tantos y tantos parientes excepcionales, destinados a mortificarme con su presencia<br />

para toda la eternidad! Deja en paz a los muertos, Sosígenes. Devuélveme a Antonio.<br />

¿<strong>No</strong> ves <strong>que</strong> hasta en la muerte le necesito? Durante <strong>un</strong>o de nuestros viajes por el Nilo<br />

le llevé a conocer las tumbas de los reyes de Tebas. Y en <strong>un</strong>a de ellas cogí su mano<br />

entre las mías y le dije: «Amarás a Egipto cuando empieces a amar estas tumbas. En tu<br />

tierra <strong>que</strong>máis a los muertos. En Egipto les damos mansiones de eternidad». Y entre las<br />

tinieblas de a<strong>que</strong>l lugar santificado por los siglos, él me besó dulcemente y dijo: «En<br />

esta vida tuya, en esta larga noche de contar los años, quiero <strong>un</strong> lugar para mí. Que la<br />

eternidad sea para los dos o no sea de ning<strong>un</strong>o».<br />

Callaron todos. La nave no se movía. Era como si el Nilo se hubiese petrificado para<br />

impedir definitivamente el avance del luto. Sólo los ruidos de cubierta devolvían a la<br />

realidad su justo alcance. Al poco, se oyeron <strong>un</strong>os golpes en la puerta. Cuando Iris la<br />

abrió se encontró frente a Apolodoro, el capitán de Cleopatra. Intercambiaron en voz<br />

<strong>que</strong>da <strong>un</strong>as palabras <strong>que</strong> la dama no necesitó transmitir. Pues todos interpretaron <strong>que</strong> la<br />

nave acababa de recalar en Tintiris.<br />

-Me prepararé para desplazarme al gran templo -dijo Cleopatra, en <strong>un</strong> nuevo intento<br />

de incorporarse-. Quiera la diosa acogerme en sus sublimes misterios para darme el<br />

sosiego <strong>que</strong> preciso.<br />

-<strong>No</strong> te lo dará -intervino Sosígenes, gravemente-. Ningún dios puede calmarte.<br />

Ningún dios tiene este poder, pues los dioses no existen.<br />

Cleopatra descubrió en su consejero la alevosía del filósofo de oficio. Y ella, <strong>que</strong> los<br />

había frecuentado a todos, comprendió de inmediato a qué razonamiento pretendía<br />

arrastrarla.<br />

-Podrás engañar a todos tus sacerdotes, pero no a mí, <strong>que</strong> te eduqué en las<br />

disciplinas de la mente, ni a tus amigas, <strong>que</strong> te desnudan por las noches y te visten<br />

cuando nace el día. El arrua <strong>que</strong> necesitas para enfrentarte a tu enfermedad no está en<br />

manos de los dioses, sino en las tuyas.<br />

-¿Y cuál es el arma, consejero?<br />

-La <strong>que</strong> te da tu propia inteligencia. Recupérala de <strong>un</strong>a vez, Cleopatra. Tú corres a:<br />

encerrarte en las criptas de <strong>un</strong> oscuro santuario, vas a h<strong>un</strong>dirte en las prof<strong>un</strong>didades del<br />

m<strong>un</strong>do cuando tu remedio está en la superficie. Mira a tu alrededor y se te hará la luz.<br />

La explicación es ésta: Roma y Egipto enfrentados en <strong>un</strong> duelo a muerte. Y,<br />

presidiéndolo, el joven Octavio. Un raro ingenio, según dicen. Y en espíritu tan grave<br />

como severo. É1 es quien nos maneja a todos.<br />

-Comprenderás <strong>que</strong> éste no es el mejor momento para hablar de política.<br />

-¿Lo sería si te atrevieses a suponer <strong>que</strong> tal vez Antonio no ha dejado de amarte?<br />

Conociendo su carácter, no es fácil <strong>que</strong> la austeridad romana pueda compensarle de la<br />

voluptuosidad con <strong>que</strong> supiste envolver su vida.<br />

Por <strong>un</strong> instante, Cleopatra se sintió traicionada.<br />

-Fue <strong>un</strong>a falsa voluptuosidad, Sosígenes, y tú lo sabes. Rodeé a Antonio de todos los<br />

placeres <strong>que</strong> podían retenerle a mi lado. Le di la voluptuosidad de la carne. Renové su<br />

asombro día a día, embriagando sus sentidos con los estímulos <strong>que</strong> Roma no puede

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