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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

214<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

personificará por entero a la nuestra. Y, ¿quién sabe?, acaso algún día podrán decir las<br />

crónicas <strong>que</strong> en <strong>un</strong>a noche como la de hoy, en el Egipto conquistado, empezó la era de<br />

Augusto sobre el m<strong>un</strong>do.<br />

Se oyó a lo lejos <strong>un</strong>a orden del centurión Marco:<br />

-¡Llevad a Menfis la pena de muerte para el príncipe Cesarión!<br />

Los capitanes de la legión destacada en Menfis habían habilitado los subterráneos de<br />

<strong>un</strong> antiguo templo del dios Ptah como calabozos donde mantener a buen resguardo a los<br />

egipcios <strong>que</strong> se habían atrevido a resistir durante las jornadas de la conquista. <strong>No</strong> podía<br />

encontrarse ratonera más segura <strong>que</strong> a<strong>que</strong>llas cuevas <strong>que</strong> en <strong>un</strong> pasado lejano habían<br />

servido como cuadras de los animales sagrados. Sobre la paja, entre la por<strong>que</strong>ría,<br />

mezclándose con boñigas de excrementos <strong>que</strong> el tiempo se había cuidado de secar,<br />

yacían los desventurados <strong>que</strong> deberían sufrir el suplicio de la cruz al nacer el alba.<br />

Totmés y Cesarión <strong>fue</strong>ron trasladados a <strong>un</strong> calabozo igualmente lúgubre, pero<br />

separado de los demás por varios pasadizos <strong>que</strong> se perdían en la roca. El jefe de la<br />

guarnición había decidido mantenerlos en el anonimato, a fin de evitar <strong>que</strong> la identidad<br />

de Cesarión contribuyese a enardecer los ánimos del pueblo. De manera <strong>que</strong> nadie supo<br />

<strong>que</strong> el último Tolomeo iba a morir en el subsuelo de <strong>un</strong>a ciudad donde muchos siglos<br />

atrás se encendieron los primeros <strong>fue</strong>gos del genio egipcio.<br />

Los temores del oficial romano eran en cierto modo inf<strong>un</strong>dados. Pues hubiera sido<br />

difícil, sino imposible, reconocer al heredero del trono egipcio en a<strong>que</strong>l joven mercader<br />

cuyos lujosos atavíos árabes habían sido reducidos a la categoría de mugrientos harapos<br />

después de <strong>un</strong>a penosa marcha a través de los desiertos, con las manos encadenadas a<br />

la cintura de su amigo. En cuanto a éste, nadie le habría reconocido como miembro de la<br />

sagrada orden de Isis, tanto habían crecido sus cabellos, el vello del pecho y <strong>un</strong>a<br />

pobladísima barba negra. Pero ambos yacían en la oscuridad, sobre la paja y el estiércol,<br />

a la espera del instante supremo. El cual no tardaría en presentarse, según les habían<br />

an<strong>un</strong>ciado sus guardianes.<br />

Cesarión lloraba desesperadamente:<br />

-Totmés, amigo mío. Tú me preparaste para ser hombre y para ser rey. ¿Por qué no<br />

me enseñaste a morir?<br />

-Por<strong>que</strong> la muerte no existe, mi príncipe. Por<strong>que</strong> los milenios de Egipto han servido<br />

para <strong>que</strong> sepamos mirarla como <strong>un</strong>a prolongación de nuestros amores en la tierra. Como<br />

<strong>un</strong> lugar donde los amigos acaban convertidos en hermanos.<br />

Y Totmés evocó para su príncipe las cosas bellas del pasado, los instantes placenteros<br />

<strong>que</strong> estaban destinados a reproducirse en la otra vida. Pero Cesarión continuaba llorando<br />

amargamente, por<strong>que</strong> se acordaba de a<strong>que</strong>l príncipe de la Sede de la Belleza, cuyo<br />

destino <strong>fue</strong> interrumpido por <strong>un</strong>a muerte prematura. Y sabía <strong>que</strong> toda la belleza<br />

invocada por Totmés estaba destinada a morir con ellos y a <strong>que</strong>dar olvidada en la mente<br />

de los hombres.<br />

El destino, <strong>que</strong> se complace en burlarse de los pueblos por encima de los siglos,<br />

jugaba <strong>un</strong>a nueva ironía, agazapada tras la máscara de <strong>un</strong>a crueldad implacable. Hacía<br />

ya muchos afros -años perdidos en la aritmética del tiempo-,los cortesanos de Alejandro<br />

llegaron a las puertas de Menfis portando su cadáver sobre sus hombros, como si de <strong>un</strong><br />

dios se tratase. Pretendían <strong>que</strong> el héroe divinizado descansase para siempre en a<strong>que</strong>lla<br />

ciudad cuyo prestigio religioso había trascendido el paso de las épocas. Pero los<br />

sacerdotes de Menfis se negaron a dar cobijo a su cuerpo por<strong>que</strong> estaba escrito <strong>que</strong><br />

traerla desgracias permanentes, guerras, discordias e infort<strong>un</strong>ios al lugar <strong>que</strong> lo<br />

albergase. Y lo mandaron a su ciudad, a Alejandría, <strong>sueño</strong> bastardo nacido j<strong>un</strong>to al mar<br />

inhóspito.

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