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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
212<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Ante a<strong>que</strong>lla manifestación tan oriental de la muerte, Octavio no pudo evitar <strong>un</strong> gesto<br />
de rechazo. Tanta inútil ostentosidad repugnaba a sus sentidos. Pero era lo bastante<br />
romano como para superar cualquier sentimiento en aras del bien común. Un bien <strong>que</strong><br />
estaba a muchas millas de distancia. Un bien <strong>que</strong> exigía <strong>un</strong> rápido inventario de cuantos<br />
tesoros se amontonaban en a<strong>que</strong>l mausoleo.<br />
Dolabella no escondía <strong>un</strong>a cierta emoción. Los legionarios, expresiones de auténtico<br />
asombro.<br />
-Cuando recibí su carta comprendí <strong>que</strong> me había engañado -dijo Octavio-. O acaso me<br />
embrujó, como hizo con tantos otros. Tendré <strong>que</strong> contentarme con llevarla en efigie<br />
cuando entre tri<strong>un</strong>falmente en Roma. En cualquier caso averiguad cómo ha muerto,<br />
pues tendremos <strong>que</strong> informar de ello al Senado.<br />
Pero el Senado de Roma n<strong>un</strong>ca llegó a saber cómo había muerto la reina de Egipto.<br />
Circularon muchas hablillas al respecto, y los guardianes declararon <strong>que</strong> sólo había<br />
entrado en la tumba <strong>un</strong> campesino cargado con <strong>un</strong> cesto de higos. Se dijo <strong>que</strong> si <strong>fue</strong> <strong>un</strong><br />
áspid escondido entre la fruta, se habló de <strong>un</strong>a aguja de oro, cargada de veneno, <strong>que</strong> la<br />
reina llevaba siempre prendida a sus cabellos. Se pregonó alg<strong>un</strong>a maldición de los<br />
tenebrosos dioses egipcios. Pero lo único cierto es <strong>que</strong> la muerte había transcurrido<br />
como <strong>un</strong> supremo instante de goce.<br />
Prosperó la idea de <strong>que</strong> <strong>fue</strong> el áspid venenoso, pariente sin duda de la reina. Y así se<br />
la representaba en el monigote <strong>que</strong> presidió el gran desfile de Octavio por la Vía Sacra:<br />
<strong>un</strong>a egipcia maléfica <strong>que</strong> llevaba <strong>un</strong>a enorme serpiente enroscada al cuerpo. Pero en el<br />
mausoleo no se encontraron rastros del animal. Sólo en el exterior, casi en la arena de<br />
la playa, dijeron los soldados <strong>que</strong> habían visto <strong>un</strong> ligero serpenteo.<br />
Como sea <strong>que</strong> Octavio no podía marcharse sin <strong>un</strong> informe racional de tan tristes<br />
sucesos, ordenó <strong>que</strong> le buscasen <strong>un</strong> esclavo o <strong>un</strong> delincuente condenado a muerte. Y<br />
cuando tuvo ante sí a <strong>un</strong> hombre <strong>que</strong> era ambas cosas le ordenó:<br />
-Morderás las venas de Cleopatra en varias partes de su cuerpo. Beberás su sangre.<br />
Si sobrevives a la prueba, Roma te concederá la libertad.<br />
Fue la última humillación <strong>que</strong> se vio obligada a soportar la estrella de Egipto. Cuando<br />
su cuerpo estuvo profanado por los mordiscos angustiados de a<strong>que</strong>l hombre, se la<br />
permitió descansar en paz. Y Octavio ordenó <strong>que</strong> ella y Antonio descansasen j<strong>un</strong>tos para<br />
siempre y <strong>que</strong> les <strong>fue</strong>ran ofrecidas honras fúnebres acordes con su rango.<br />
Extendió el alcance de su piedad hasta las estatuas. Sólo las de Antonio serían<br />
derribadas, mientras <strong>que</strong> las de Cleopatra continuarían en pie para recordar al pueblo la<br />
dinastía <strong>que</strong> murió con ella.<br />
Y cuando entró victorioso en Alejandría, prometió a sus habitantes <strong>que</strong> sería<br />
benevolente. Y <strong>que</strong> respetaría la grandeza de la ciudad, pues no en vano nació de <strong>un</strong><br />
antojo de Alejandro. .<br />
Pero a<strong>que</strong>lla misma noche, mientras los soldados hacían inventario de los bienes<br />
depositados en el mausoleo real, Octavio quiso pasear por la playa para contemplar<br />
desde ella. toda la magnificencia de los grandes palacios, los fabulosos templos y las<br />
muy ponderadas bibliotecas.<br />
Mientras paseaba j<strong>un</strong>to a Dolabella, se le acercó <strong>un</strong> centurión de aspecto grosero.<br />
Marco, le llamaban, por no darle peor nombre.<br />
-¿Qué hacemos con el hijo de César?<br />
-Querrás decir el bastardo de Cleopatra.<br />
-Ese tal Cesarión, en efecto.<br />
-Que muera antes del alba. Encárgate tú mismo de llevar mis órdenes a Menfis.