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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

211<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

estaban los dioses, los genios, los paisajes del Más Allá y los deliciosos recuerdos de los<br />

placeres del hombre j<strong>un</strong>to al Nilo. Allí estaba lo más hermoso <strong>que</strong> Egipto había producido<br />

para afirmar su vol<strong>un</strong>tad de existir.<br />

Cleopatra levantó los brazos hacia las imágenes de sus dioses, en solemne actitud de<br />

invocación ritual:<br />

-Vaya ahora nuestro adiós a Egipto. Miradlo bien, por<strong>que</strong> yo os digo <strong>que</strong> está todo en<br />

estos muros. Y está para acompañarnos en el largo viaje a través de los milenios.<br />

Contemplad a mi Egipto, tal como era en los tiempos más altos de su fama. Todo cuanto<br />

murió aparece aquí representado para reencarnarse algún día con nosotras. ¡Abrid los<br />

ojos y contemplad Egipto, pues ni siquiera en la otra vida habrá <strong>un</strong> lugar más bello! Y si<br />

el recuerdo del Nilo no bastase, posad los ojos en cualquiera de estos objetos para así<br />

morir embriagadas de belleza.<br />

Acariciaba lentamente cada objeto de su ajuar f<strong>un</strong>erario. Sentía el contacto frío del<br />

alabastro, el to<strong>que</strong> suave del marfil, las exquisitas turgencias del ébano...<br />

-¡Que me sirvan la muerte como ordené!<br />

Las dos doncellas se arrodillaron a sus pies y los bafiaron con sus lágrimas.<br />

-Ni <strong>un</strong>a lágrima, hermanas. ¿<strong>No</strong> veis <strong>que</strong> estoy cansada de tanto sobrevivir? Vamos<br />

ya con los nuestros.<br />

Y se acercó la muerte como <strong>un</strong> suspiro. Y abrazada al cadáver de su amante,<br />

descubrió Cleopatra con satisfacción <strong>que</strong> la muerte <strong>que</strong> le habían servido era muy dulce.<br />

-Bendita sea la ciencia de mi pueblo <strong>que</strong> me hace ver la muerte como si <strong>fue</strong>se la más<br />

encantadora de todas mis amigas. ¡Estoy venciendo al tiempo, Marco Antonio! Todos mis<br />

instantes confluyen en este momento incomparable. Todos los espacios son <strong>un</strong> espacio.<br />

¡Qué eterna primavera en los sentidos!<br />

Carmiana se abrazó a ella y solicitó su gentileza:<br />

-¡Señora, danos <strong>un</strong> poco de esta muerte <strong>que</strong> llena tus labios de hermosura!<br />

Iris se arrodilló ante ella y dejó caer la cabeza en su regazo:<br />

-¡Danos esta paz <strong>que</strong> hay en tu rostro, estrella de Egipto!<br />

-Hermanas... ¡qué lejos va <strong>que</strong>dando este m<strong>un</strong>do rastrero! ¡Me voy! ¡Me alejo! Mi<br />

reino es la poesía.<br />

Y pasó la muerte, pues también ella es tributaria del tiempo. Pasó como el instante de<br />

<strong>un</strong> suspiro, como el seg<strong>un</strong>do de <strong>un</strong> aroma, como la apoteosis de <strong>un</strong> amor. Y al pasar, la<br />

muerte dejó tras de si <strong>un</strong> rastro de oro. En el vestido isiríaco de la reina, en los corpiños<br />

de sus doncellas, en las estatuas de los dioses del Egipto eterno, en los relieves de los<br />

muros también dorados...<br />

Cuando Octavio y sus legionarios consiguieron penetrar en el mausoleo se<br />

encontraron ante a<strong>que</strong>lla imagen s<strong>un</strong>tuosa, para cuya comprensión no les había<br />

capacitado Roma. Una reina muerta sentada en <strong>un</strong> trono antiguo y, a sus pies, dos<br />

hermosas mujeres <strong>que</strong> habían recibido el <strong>sueño</strong> eterno como el dulce y cálido abrazo del<br />

enamorado en las tardes veraniegas de Menfis.<br />

Eran dos mil años de refinamiento obtenido en la imperturbable serenidad de la<br />

muerte.<br />

Pero el esplendor no residía solamente en a<strong>que</strong>l grupo dorado <strong>que</strong> formaban los<br />

cadáveres de las tres mujeres. Toda la sala mortuoria era <strong>un</strong> canto al lujo más<br />

desaforado, a los excesos menos recomendables. S<strong>un</strong>tuosidad en los prodigiosos objetos<br />

<strong>que</strong> la reina se llevaba a la otra vida, exquisita acumulación de manjares en las mesas<br />

para las ofrendas, increíble acumulación de piedras preciosas esparcidas sobre el cuerpo<br />

de Antonio...

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