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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
210<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Cuando Carmiana hubo entregado la carta a los servidores, ordenó <strong>que</strong> entrasen la<br />
cena de la soberana y no olvidaran nada, pues pensaban cerrar las puertas por dentro.<br />
-Pero no cerraréis hasta <strong>que</strong> llegue el hombre <strong>que</strong> ha de traerme la muerte dulce-dijo<br />
Cleopatra.<br />
Carmiana la del pelo rubio e Iris la de la negra cabellera se arrodillaron ante Cleopatra<br />
y, aferradas a los pliegues de su túnica, sollozaron en señal de ruego:<br />
-<strong>No</strong> <strong>que</strong>remos sobrevivirte, dulce princesa. Déjanos ocupar <strong>un</strong> lugar en tu barca<br />
dorada, pues a tu lado la navegación por el m<strong>un</strong>do de las sombras será más alegre.<br />
Así será doble placer para Antonio. Por<strong>que</strong> al verme llegar tan bien acompañada sabrá<br />
<strong>que</strong> en este m<strong>un</strong>do llegaron a existir la belleza y la fidelidad.<br />
Al poco se encontraban delante de <strong>un</strong>a s<strong>un</strong>tuosa cena. Y Cleopatra agradeció a su<br />
cocinero <strong>que</strong> se hubiera acordado de sus caprichos sin <strong>que</strong> mediase orden alg<strong>un</strong>a. Pues<br />
había allí pescado blanco del Nilo, pato asado, oca con higos, verdura en ab<strong>un</strong>dancia,<br />
uva de dos colores y, para mejor remojar la muerte, vino de las viñas de Galilea.<br />
Concluida la cena, la reina se acercó de nuevo al cadáver de Antonio, <strong>que</strong> antes<br />
depositasen a los pies de <strong>un</strong>a enorme talla de Anubis en su manifestación de chacal. Y<br />
bajo la sombra protectora del divino guardián de las necrópolis, el rostro de Antonio<br />
había adquirido <strong>un</strong>a serenidad majestuosa, <strong>que</strong> dijérase la glorificación de la madurez.<br />
-<strong>No</strong> moriremos en el mismo momento, dulces amigas. Retrasad <strong>un</strong>os minutos vuestro<br />
viaje para servirme como siempre hicisteis. Dejadme morir abrazada a Antonio. Cuando<br />
mi vida esté consumada, depositadme en a<strong>que</strong>l trono <strong>que</strong> robé en la tumba de <strong>un</strong> rey de<br />
otros tiempos -rió con ligera picardía-. ¡Hasta en la paz de la muerte se introduce la<br />
in<strong>que</strong>brantable codicia de los vivos! Pero quiero <strong>que</strong> los romanos me encuentren sentada<br />
conforme a mi majestad y en <strong>un</strong> trono <strong>que</strong> les muestre el esplendor <strong>que</strong> tuvo Egipto<br />
cientos de años antes del nacimiento de Roma.<br />
Se despojó de su manto. Ante el cadáver de Antonio intentó disimular los vendajes<br />
<strong>que</strong> cubrían sus heridas. Pues sentía <strong>un</strong> extraño pudor al mostrarlas.<br />
-Vestidme con mis galas preferidas. Los símbolos de la realeza. Los de la divinidad.<br />
Los del amor. A<strong>un</strong><strong>que</strong> éstos no hacen falta. Están aquí, en el cuerpo de Antonio...<br />
Le abrazó de nuevo, sin importarle ahora sus heridas.<br />
-¡Desgraciados quienes piensan <strong>que</strong> la muerte es <strong>un</strong> adiós! Es todo lo contrario, Marco<br />
Antonio. Con cada abrazo te estoy an<strong>un</strong>ciando mi llegada.<br />
Iris la peinó a la manera egipcia y Carmiana la ayudó a maquillarse. Después, la<br />
ataviaron con el vestido dorado del ceremonial y ella misma se colocó la corona del Alto<br />
y el Bajo Egipto. En sus manos, los símbolos de la realeza.<br />
-Poned en el pecho herido <strong>un</strong>a moneda con la efigie de Cesarión. Quiero sentirle j<strong>un</strong>to<br />
a Antonio. Quiero imaginarle jinete en los desiertos, labrador en los campos, tritón en los<br />
océanos. ¡Quiero imaginarle enteramente libre, lejos de los palacios, lejos de la amenaza<br />
de Roma, vibrando en la libertad <strong>que</strong> n<strong>un</strong>ca conoció Cleopatra!<br />
Después de besar el rostro del Niño Divino <strong>que</strong>mó incienso ante la estatua de Isis.<br />
Acto seguido acarició el rostro de la única escultura del mausoleo <strong>que</strong> no obedecía al<br />
estilo egipcio ortodoxo. El busto de <strong>un</strong> romano ilustre.<br />
-<strong>No</strong> quiero olvidar a Julio César. Él me hizo reina y mujer a la vez, pues Cleopatra no<br />
hubiera sido <strong>un</strong>a cosa sin ser la otra. De él aprendí el buen criterio y la mejor razón. Por<br />
él supe las artes del gobierno, la estrategia de las intrigas y la cautela del gobernante.<br />
¡Gran Julio! Doquiera <strong>que</strong> estés, acuérdate de a<strong>que</strong>lla niña.<br />
Se volvió hacia los muros revestidos de oro y pintados con los símbolos de la muerte y<br />
de la resurrección. Allí estaban todas las figuras <strong>que</strong> habían acompañado el devenir de<br />
su pueblo desde sus épocas más gloriosas hasta la larga noche de la decadencia. Allí