No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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No digas que fue un sueño 207 Terenci Moix -Eso dicen en Roma, lo sé. La serpiente del Nilo que hechiza a los hombres con la mirada. ¿Qué dirías, prudente Octavio, si mis taimados ojos se posasen en los tuyos más tiempo del que puede tolerar un varón honesto? -Sería en vano. No me atraen las mujeres más viejas que yo. Cleopatra acusó el impacto de aquellas palabras. Cerró fuertemente los ojos para no delatar sentimientos más profundos. Era la última cuchillada contra su orgullo. El instante temido, cuando ya la belleza no era sino una sombra incapaz de despertar un deseo. -Perdona, reina. No quise herirte. -¿Podría herir un hijo de Roma si la reina de Egipto no quiere ser herida? Por otra parte,'sé muy bien que soy vieja. Tengo la edad de la Gran Esfinge. Más de mil afros. Octavio no contestó. Intentaba mantener la frialdad a toda costa. -He sido muy amada -siguió diciendo ella-. Más de lo que nunca podrás imaginar. Y ahora avanzo hacia ti y mi belleza todavía puede inspirarte miedo. Pero no tienes nada que temer. Ya ves que llevo luto. ¿Tengo así el aspecto de una puta que quisiera hacerse deseable? Además... no estoy entera. Dando un zarpazo feroz se arrancó el manto y acto seguido el vendaje que cubría sus heridas. Y Octavio tuvo que recurrir a todo su valor para no cubrirse los ojos ante la visión de aquel cuerpo mutilado. -¿Qué has hecho, mujer? Eres más cruel contigo misma que cualquier verdugo romano. -He cortado mi seno para enviártelo sobre una bandeja de oro. Si un día quieres fundar un museo de la guerra que recuerde todas tus hazañas podrás exhibir el seno de la reina egipcia. Puedo asegurarte que, en otros tiempos, conoció un gran prestigio. Tomando el manto con sus propias manos, Octavio cubrió la horrible herida. -Pero he cambiado de opinión. En lugar de enviártelo prefiero conservarlo para la vida eterna. Quiero llegar al más allá de Osiris tal como fui en el mejor momento de mi primavera. Que Antonio no encuentre a faltar ninguna parte de mi cuerpo cuando me estreche entre sus brazos. -De Antonio hablaremos luego. -Tú hablarás de él. Yo hablaré con él. Ya ves la diferencia. -Habla con quien te plazca y donde quieras. No me importa lo que hagas después de tu muerte. De momento te necesito viva. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Cleopatra. -¿Quieres hacer conmigo lo que César hizo con Vercingetórix? ¡Mostrar mi vergüenza a la repugnante plebe de tu aldea! ¿Quieres que entre en Roma encadenada a tu carro, la última descendiente de la gloria de Egipto? -Simplemente quiero que vengas conmigo a Roma. El tratamiento que se te conceda después depende de tu conducta... o de tu benevolencia. Por ejemplo, quiero que me digas dónde están los tesoros de Egipto... -En su cielo diáfano. En el azul del Nilo cuando amanece. En la sabiduría grabada en las paredes de sus templos... -¡Basta de comedias! -exclamó Octavio, dando un puñetazo sobre la mesa-. ¿Dónde están tus fabulosos tesoros, Cleopatra? -Me pediste un inventario de los mismos y te lo di. Nada te he escondido. Exijo que creas mi palabra, pues es de reina. -No estás aquí para exigir. Ni siquiera para ofrecer.

No digas que fue un sueño 208 Terenci Moix Cleopatra reparó en su error. Ni la soberbia ni la altivez servían para tratar con aquel joven engreído de su poder. Y, además, carecía de sentido del humor. De manera que la reina de Egipto fingió sumisión e, inclinándose a la altura de sus rodillas, dijo: -Conozco cuál ha de ser mi condición a partir de ahora. Pero debes concederme algún tiempo para asumirla. En la primavera de mi vida tú te hubieras visto obligado a inclinarte ante mi trono. Hoy tienes derecho a que me arrodille y puedes exigirme que limpie tus pies con mis cabellos. A cada cosa que yo ordene tú sólo debes responder afirmativamente. No puedo perder el tiempo en veleidades. -Todavía no me has encadenado y ya siento el peso de las cadenas. -Me entregarás todos tus tesoros. -Pondré el Nilo en una tinaja para que te lo lleves a Roma. -Vendrás conmigo en calidad de prisionera. -Si no me atas demasiado fuerte a tu carro distraeré a la chusma bailando la danza del vientre. -Me cederás todos tus territorios en Asia. Incluirás Chipre y Creta... -Tú mismo los has tomado al tomar Egipto. Por otra parte, son territorios que van y vienen. -Desde hoy, Egipto pasa a ser provincia romana. -Lo son ya tantas naciones que mi pobre Egipto estaba celoso de no verse en la lista. -No intentarás atentar contra tu vida. -No podría intentarlo porque nadie en su sano juicio llamaría vida a este momento. -Y, por último, me entregarás el cadáver de Antonio. Todo el edificio de la majestad se desmoronó en un instante. Fue como si los huesos, roídos por una caterva de ratas diminutas, se fuesen quebrando hasta quedar reducidos a un montón informe que se agitaba a los pies de Octavio. -¡Mi único ruego es por este cadáver! No le arranques de mi lado. Permite que lo embalsamen mis sacerdotes. Si su cuerpo era romano, su corazón pertenecía a Egipto. Mil veces he de suplicarte que lo dejes en esta tierra para que, juntos, podamos compartir la larga noche de contar los años. -¿Qué puede importarte esto si morirás en Roma? En cualquiera de los casos, no estaréis juntos. Cleopatra recobró el sentido exacto de la situación, la necesidad de burlar al bárbaro con su fingido acatamiento. -¡Morir en Roma! Es cierto que moriré allí. Es cierto que ya no volveré a ver el mar de Alejandría ni a sentir las golondrinas en los templos del Nilo... -De repente, la asaltó una imagen más espantosa que todas las demás, una súplica más urgente que todas las mercedes-. ¿Y mis hijos, Octavio? ¿Qué vas a hacer con mis hijos? -Los tres que tuviste con Antonio irán a vivir con mi hermana Octavia. -¡La noble Octavia! -¿Te mortifica que los eduque tu enemiga? -Por el contrario, me tranquiliza. Siento una gran admiración por ella. Bendícela en mi nombre. Octavio asintió con la cabeza, aunque sin excesivo convencimiento. Y la reina, en un último titubeo, ya casi sin fuerzas, preguntó:

<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

207<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

-Eso dicen en Roma, lo sé. La serpiente del Nilo <strong>que</strong> hechiza a los hombres con la<br />

mirada. ¿Qué dirías, prudente Octavio, si mis taimados ojos se posasen en los tuyos más<br />

tiempo del <strong>que</strong> puede tolerar <strong>un</strong> varón honesto?<br />

-Sería en vano. <strong>No</strong> me atraen las mujeres más viejas <strong>que</strong> yo.<br />

Cleopatra acusó el impacto de a<strong>que</strong>llas palabras. Cerró <strong>fue</strong>rtemente los ojos para no<br />

delatar sentimientos más prof<strong>un</strong>dos. Era la última cuchillada contra su orgullo. El<br />

instante temido, cuando ya la belleza no era sino <strong>un</strong>a sombra incapaz de despertar <strong>un</strong><br />

deseo.<br />

-Perdona, reina. <strong>No</strong> quise herirte.<br />

-¿Podría herir <strong>un</strong> hijo de Roma si la reina de Egipto no quiere ser herida? Por otra<br />

parte,'sé muy bien <strong>que</strong> soy vieja. Tengo la edad de la Gran Esfinge. Más de mil afros.<br />

Octavio no contestó. Intentaba mantener la frialdad a toda costa.<br />

-He sido muy amada -siguió diciendo ella-. Más de lo <strong>que</strong> n<strong>un</strong>ca podrás imaginar. Y<br />

ahora avanzo hacia ti y mi belleza todavía puede inspirarte miedo. Pero no tienes nada<br />

<strong>que</strong> temer. Ya ves <strong>que</strong> llevo luto. ¿Tengo así el aspecto de <strong>un</strong>a puta <strong>que</strong> quisiera hacerse<br />

deseable? Además... no estoy entera.<br />

Dando <strong>un</strong> zarpazo feroz se arrancó el manto y acto seguido el vendaje <strong>que</strong> cubría sus<br />

heridas. Y Octavio tuvo <strong>que</strong> recurrir a todo su valor para no cubrirse los ojos ante la<br />

visión de a<strong>que</strong>l cuerpo mutilado.<br />

-¿Qué has hecho, mujer? Eres más cruel contigo misma <strong>que</strong> cualquier verdugo<br />

romano.<br />

-He cortado mi seno para enviártelo sobre <strong>un</strong>a bandeja de oro. Si <strong>un</strong> día quieres<br />

f<strong>un</strong>dar <strong>un</strong> museo de la guerra <strong>que</strong> recuerde todas tus hazañas podrás exhibir el seno de<br />

la reina egipcia. Puedo asegurarte <strong>que</strong>, en otros tiempos, conoció <strong>un</strong> gran prestigio.<br />

Tomando el manto con sus propias manos, Octavio cubrió la horrible herida.<br />

-Pero he cambiado de opinión. En lugar de enviártelo prefiero conservarlo para la vida<br />

eterna. Quiero llegar al más allá de Osiris tal como fui en el mejor momento de mi<br />

primavera. Que Antonio no encuentre a faltar ning<strong>un</strong>a parte de mi cuerpo cuando me<br />

estreche entre sus brazos.<br />

-De Antonio hablaremos luego.<br />

-Tú hablarás de él. Yo hablaré con él. Ya ves la diferencia.<br />

-Habla con quien te plazca y donde quieras. <strong>No</strong> me importa lo <strong>que</strong> hagas después de<br />

tu muerte. De momento te necesito viva.<br />

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Cleopatra.<br />

-¿Quieres hacer conmigo lo <strong>que</strong> César hizo con Vercingetórix? ¡Mostrar mi vergüenza<br />

a la repugnante plebe de tu aldea! ¿Quieres <strong>que</strong> entre en Roma encadenada a tu carro,<br />

la última descendiente de la gloria de Egipto?<br />

-Simplemente quiero <strong>que</strong> vengas conmigo a Roma. El tratamiento <strong>que</strong> se te conceda<br />

después depende de tu conducta... o de tu benevolencia. Por ejemplo, quiero <strong>que</strong> me<br />

<strong>digas</strong> dónde están los tesoros de Egipto...<br />

-En su cielo diáfano. En el azul del Nilo cuando amanece. En la sabiduría grabada en<br />

las paredes de sus templos...<br />

-¡Basta de comedias! -exclamó Octavio, dando <strong>un</strong> puñetazo sobre la mesa-. ¿Dónde<br />

están tus fabulosos tesoros, Cleopatra?<br />

-Me pediste <strong>un</strong> inventario de los mismos y te lo di. Nada te he escondido. Exijo <strong>que</strong><br />

creas mi palabra, pues es de reina.<br />

-<strong>No</strong> estás aquí para exigir. Ni siquiera para ofrecer.

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