You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
202<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Y al instante detuvieron todas sus maniobras y bajaron las armas por<strong>que</strong> creyeron<br />
reconocer a <strong>un</strong>o de los suyos.<br />
Montado en <strong>un</strong> reluciente corcel negro, procedente de su campaña siria, el joven<br />
Octavio también se <strong>que</strong>dó mirando a su amigo de antaño, presa de estupor. Era tal la<br />
majestad de a<strong>que</strong>lla figura erguida en lo alto de la muralla, era tal la grandeza de su<br />
desesperación, <strong>que</strong> Octavio vio retroceder el tiempo y, por <strong>un</strong> instante, Antonio volvió a<br />
ser el héroe a quien tanto llegó a admirar.<br />
Pero sus gritos <strong>fue</strong>ron los de <strong>un</strong> pobre loco:<br />
-¡Héctor, asediado, desafía al innoble Aquiles! -aulló-. ¿Por qué no contestas? ¿Temes<br />
<strong>que</strong> descubra tu talón?<br />
Octavio se echó a reír.<br />
-¡Pobre viejo! Tiene más años <strong>que</strong> Aquiles y Héctor j<strong>un</strong>tos y todavía se atreve a<br />
presumir...<br />
La magia, el poderío del instante se rompió en <strong>un</strong>a sarta de risotadas frenéticas <strong>que</strong><br />
se apoderaron de los soldados más próximos a Octavio. Y éstos lo transmitieron a otros<br />
más alejados y a<strong>que</strong>llos a los de más allá hasta <strong>que</strong> todos rieron y, los más jóvenes,<br />
profirieron improperios contra Antonio.<br />
Ning<strong>un</strong>a flecha arrojada contra su pecho, ning<strong>un</strong>a maza acerada proyectada contra su<br />
cabeza hubieran abierto tantas heridas en el general como los insultos de quienes <strong>fue</strong>ron<br />
sus soldados. Desde viejo ridículo hasta fantoche de Cleopatra, desde cerdo renegado<br />
hasta perro vencido, los insultos recorrieron toda la gama de la violencia y Antonio todos<br />
los caminos de la humillación. Y todavía tuvo tiempo de exclamar:<br />
-¡Octavio! De jugador a jugador. Apostemos Alejandría a <strong>un</strong>a sola carta. Un combate<br />
personal. ¡Octavio contra Antonio por la posesión de Alejandría!<br />
-<strong>No</strong> hace falta -gritó Octavio, sin perder su sonrisa-. Alejandría ya está ganada.<br />
Los soldados acogieron las palabras de Octavio con vítores clamorosos, al tiempo <strong>que</strong><br />
continuaban imprecando a Antonio, riéndose de él y arrojándole piedras.<br />
Apolodoro le apartó de la muralla. Y el general se dejó caer en sus brazos, extenuado<br />
y sin mostrar signos de vergüenza.<br />
-Cleopatra -murmuró-. ¿Dónde está mi reina?<br />
El rostro de Apolodoro se oscureció tras <strong>un</strong>a expresión misteriosa y con vol<strong>un</strong>tad de<br />
no dejar de serlo.<br />
-Ya no está entre nosotros -susurró-. La reina de Egipto ya no es de este m<strong>un</strong>do. Está<br />
en su mausoleo, enfrentada a la eternidad.<br />
Antonio volvió a sentirse solo y esta vez sin remisión. Sus hombres le habían<br />
abandonado. Su reina acababa de anticipársele en la muerte. Sólo le <strong>que</strong>daba errar en<br />
busca de rincones <strong>que</strong> aún desconocía.<br />
En <strong>un</strong> arrebato, se arrancó la coraza de oro y la arrojó por encima de la muralla, como<br />
si <strong>fue</strong>se la última arma <strong>que</strong> le <strong>que</strong>daba por disparar. Agotadas ya todas sus reservas,<br />
echó a correr hacia el interior del palacio, invocando con aullidos feroces el nombre de<br />
Cleopatra.<br />
Llegó hasta la gran sala de las audiencias. Sumida en la penumbra, parecía formar<br />
parte de <strong>un</strong> <strong>un</strong>iverso onírico cuya paz no pudiese turbar la violencia. Pero allí, sentada<br />
en el trono, bajo la gigantesca figura del halcón dorado, se movía <strong>un</strong>a sombra <strong>que</strong><br />
lanzaba al aire patéticos gemidos de muerte.<br />
<strong>No</strong> era Cleopatra, sino Sosígenes.<br />
-¿Está viva tu reina? -preg<strong>un</strong>tó Antonio, aferrándole de <strong>un</strong> brazo.