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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
195<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Pero el fracaso de Antonio era <strong>un</strong>a evidencia dramática por<strong>que</strong> no sólo afectaba a los<br />
sentimientos de Cleopatra sino a las necesidades de Egipto. El fracaso de Antonio la<br />
precipitaba en la caída de a<strong>que</strong>l m<strong>un</strong>do por el <strong>que</strong> tanto había luchado y <strong>que</strong> ya n<strong>un</strong>ca<br />
sería el mismo si los romanos se aprovechaban de a<strong>que</strong>lla derrota y, dándole la vuelta,<br />
la convertían en <strong>un</strong>a poderosa ventaja a favor de su conquista. Y había <strong>un</strong> hombre <strong>que</strong><br />
sabía hacerlo perfectamente, <strong>un</strong> verdadero experto en el arte de los giros totales:<br />
Octavio, el inmediato visitante de Alejandría,<br />
Cleopatra era consciente de <strong>un</strong>a realidad patética: -Antonio no volvería a recuperarse<br />
y su impotencia decretaría la de Egipto. En este trance de muertes compartidas ella se<br />
aferraba a su antigua necesidad de acción, a las ansias de combate <strong>que</strong> continuaban<br />
latiendo en el fondo de su alma, e imaginaba cuál hubiera sido su destino de haber<br />
amado a Octavio y no a Antonio. Sin duda Egipto habría salido afort<strong>un</strong>ado, pues a<strong>que</strong>l<br />
joven odioso <strong>que</strong> se acercaba por Asia con el propósito de destruirlo, a<strong>que</strong>l Octavio<br />
podría haber sido <strong>un</strong>a poderosa combinación de los elementos contradictorios <strong>que</strong> Egipto<br />
necesitaba para su supervivencia. Podría haber sido faraón y césar a la vez. El gran<br />
gobernante <strong>que</strong> sabe utilizar el cerebro para conservar los m<strong>un</strong>dos <strong>que</strong> ha conquistado<br />
el brazo.<br />
Y <strong>un</strong>a vez más Cleopatra se vio inmersa en los contrasentidos del amor. Ya no le<br />
preocupaba tanto la terrible rueda de los amores no correspondidos como la<br />
sorprendente teoría de la descompensación. Se la confirmaba su inmenso amor hacia<br />
Antonio y su odio hacia Octavio. Ning<strong>un</strong>o de estos sentimientos encajaba con el hombre<br />
a quien iban dirigidos. Pues ella se parecía mucho más a Octavio <strong>que</strong> a Antonio, e<br />
incluso era probable <strong>que</strong>, sentados ante <strong>un</strong>a mesa de conversaciones, Octavio y ella<br />
terminasen compenetrados y hasta <strong>un</strong>idos por su afinidad en muchos p<strong>un</strong>tos. Entre<br />
ellos, <strong>que</strong> Marco Antonio era <strong>un</strong> pobre borracho a quien sólo le <strong>que</strong>daba esperar<br />
tranquilamente la llegada de la muerte.<br />
iLa muerte! Ning<strong>un</strong>a de las religiones extranjeras <strong>que</strong> mantenían culto abierto en<br />
Alejandría, a guisa de consulados de los dioses, había conseguido atenuar por completo<br />
el impacto de su llegada. La muerte aparecía siempre como <strong>un</strong>a maldición definitiva a la<br />
<strong>que</strong> era necesario conjurar por medio de promesas consoladoras. Pero en el Alto Egipto,<br />
en las tumbas de las gentes de Tebas, el genio egipcio consiguió convertir la muerte en<br />
compañera inseparable de la vida. Y lo hizo a base de colorines. Cabalgando por encima<br />
de escuelas teológicas tan severas y racionales como los misterios primigenios de la<br />
vida, los lejanos antepasados de Cleopatra le transmitían <strong>un</strong>a lección de alegría, <strong>un</strong>a<br />
atmósfera bonancible y aparentemente despreocupada <strong>que</strong> daba a la muerte el aspecto<br />
de <strong>un</strong>a kermés entre frívola y co<strong>que</strong>tona, convertida en <strong>un</strong> lujo más de los mortales<br />
privilegiados.<br />
En el mausoleo <strong>que</strong> Cleopatra se hacía construir en Alejandría, detrás del templo de<br />
Isis, los colores de la muerte aparecían desplazados por los de la vida. Lentamente se<br />
estaba convirtiendo en <strong>un</strong> museo para la eternidad: el museo destinado a contener todos<br />
los recuerdos del <strong>que</strong>hacer cotidiano en las aldeas del Nilo, toda la sabiduría de<br />
Alejandría, los objetos más bellos de la artesanía popular, las joyas más preciadas de la<br />
orfebrería selecta y el catálogo, a menudo exhaustivo, de los dioses creados a lo largo<br />
de los siglos por la fe de los hombres de Egipto.<br />
En a<strong>que</strong>lla época en <strong>que</strong> se sentía asediada continuamente por la presencia de la<br />
muerte, Cleopatra pasaba largas horas en su mausoleo, meditando sobre los momentos<br />
más extraordinarios de lo <strong>que</strong> <strong>fue</strong>se su vida hasta entonces y recapacitando sobre los<br />
extraños destinos de Egipto. Y, como siempre, el país se erigía en idea inseparable de<br />
todas sus experiencias. Era inseparable de la muerte como lo había sido de la vida. Era<br />
inseparable de su personalidad intelectual como lo había sido de sus batallas. Y era