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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

efebos de familias nobles <strong>que</strong> gustaban adoptar los más pintorescos disfraces y<br />

enrolarse en la comparsa del nuevo Dionisos, cada día más embebido en su papel,<br />

cuando no en otros licores más peligrosos.<br />

Hasta la habitación de la reina llegaban las groseras carcajadas de su amante, los<br />

cánticos desencajados de sus compañeros de orgía y el chapoteo propio de <strong>un</strong>a batalla<br />

acuática. Sonrió al pensar <strong>que</strong> su bañera, tan cómoda como espaciosa, podía servir para<br />

<strong>que</strong> los sátiros de Alejandría recibiesen el nuevo sol imitando a las fiestas acuáticas <strong>que</strong><br />

tanto gustaban a la plebe romana. Llegó a pensar <strong>que</strong>, así como alg<strong>un</strong>os pueblos se<br />

mantienen <strong>un</strong>idos por <strong>un</strong> poderoso nexo espiritual, otros lo hacen por medio del mal<br />

gusto. Y en a<strong>que</strong>l siglo era la tendencia <strong>que</strong> empezaba a imperar, la <strong>que</strong> se demostraba<br />

en los espectáculos públicos y grandes ceremoniales, acaso como signo de la toma de<br />

poder por parte de los nuevos ricos y de los advenedizos.<br />

Intentó dormir a pesar de los ruidos y a<strong>un</strong><strong>que</strong> el sol aparecía ya muy alto en el cielo<br />

de Alejandría. Y cuando <strong>un</strong> Marco Antonio completamente borracho se dejó caer a su<br />

lado, inconsciente ya y abatiendo <strong>un</strong> brazo sobre ella sin la menor consideración, la reina<br />

de Egipto se abstuvo de cualquier comentario, pues sabia <strong>que</strong> podía ser violento. O<br />

acaso lo <strong>fue</strong>se la respuesta de Antonio o más aún la <strong>que</strong> ella pudiera contestar en actitud<br />

de defensa.<br />

La maravillaba reconocer <strong>que</strong> había llegado el temido momento en <strong>que</strong> el amante<br />

tenía <strong>que</strong> defenderse de la amada. O ésta de él. O los dos de ambos.<br />

Todas sus conversaciones de los últimos tiempos habían <strong>que</strong>dado reducidas a a<strong>que</strong>lla<br />

pugna, por demás innoble. Un duelo continuo en busca de <strong>un</strong>a victoria extraña, de <strong>un</strong>a<br />

sumisión del contrario <strong>que</strong> sólo proporcionaba <strong>un</strong> instante de placer y, después, arañaba<br />

la memoria hasta desangrarla.<br />

Súbitamente, en el curso de <strong>un</strong>a de a<strong>que</strong>llas disputas infernales, <strong>un</strong> arrebato de<br />

pasión los <strong>un</strong>ía en <strong>un</strong> abrazo <strong>que</strong>, en el fondo, tenía algo de desesperado. O mucho.<br />

Como si <strong>fue</strong>se la confirmación de <strong>un</strong>a demanda de ayuda <strong>que</strong> cada <strong>un</strong>o esperaba<br />

encontrar en el otro y <strong>que</strong> sólo se daba en forma de rechazo.<br />

Tenía miedo. <strong>No</strong> de perder a Marco Antonio (adónde iría el pobre loco?) sino de estar<br />

viviendo <strong>un</strong>a interrupción de la plenitud de los amores, de <strong>que</strong> hubiese terminado la<br />

etapa maravillosa en <strong>que</strong> cada amor va ganando cosas al amor <strong>que</strong> le corresponde.<br />

Temía comprobar <strong>que</strong> todo cuanto Antonio tenía para ofrecerle se lo había dado ya y <strong>que</strong><br />

de a<strong>que</strong>l día en adelante ya sólo podía empezar la sustracción. Un momento menos, <strong>un</strong><br />

poco menos de belleza, <strong>un</strong> absoluto menos de alegría, <strong>un</strong> alarmante descenso en la<br />

tolerancia. Todo sería <strong>un</strong> constante excluir, <strong>un</strong> permanente menguar en el largo declive<br />

de la intensidad.<br />

Y al contemplar ahora su cuerpo, sintió algo parecido a a<strong>que</strong>l sentimiento de<br />

decepción <strong>que</strong> la invadiese años antes, en Antioquía, cuando descubrió <strong>que</strong> el tiempo<br />

había actuado con crueldad sobre la apostura de Antonio y <strong>que</strong> ya no era su héroe.<br />

Pero después había vuelto a amarlo desde <strong>un</strong>a dimensión completamente distinta y no<br />

menos intensa. Había tomado su derrota contra los partos para convertirla en divisa de<br />

<strong>un</strong> amor <strong>que</strong> se complacía en la realidad del ser amado y no en la idealización de <strong>un</strong>as<br />

virtudes <strong>que</strong>, por otro lado, n<strong>un</strong>ca tuvo.<br />

De a<strong>que</strong>lla experiencia irrepetible todavía le <strong>que</strong>daba mucha ternura y la sensación<br />

íntima, delicada, de <strong>que</strong> todas sus faltas se habían convertido en <strong>un</strong>a costumbre tan<br />

cálida para ella <strong>que</strong> la necesidad de conservarla era ya tan importante como el heroísmo<br />

y la apostura <strong>que</strong> en otro tiempo enajenaron sus sentidos.<br />

En a<strong>que</strong>lla costumbre entraba también el fracaso de Antonio. Era como <strong>un</strong>a flor<br />

marchita <strong>que</strong> él le ofrecía desesperadamente, para <strong>que</strong> intentase revitalizarla con <strong>un</strong><br />

soplo de amor o, si ya no era posible, <strong>un</strong> hálito de amistad. Que suele ser el camino<br />

trazado para las pasiones <strong>que</strong>, al morir, se resisten a desembocar en la nada absoluta.<br />

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