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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Entonces, oyó el grito del nabateo <strong>que</strong> transmitía <strong>un</strong>as órdenes con el brazo dirigido<br />
hacia Oriente, hacia las fabulosas tierras <strong>que</strong> ella planeó conquistar para <strong>que</strong> <strong>un</strong> día<br />
<strong>fue</strong>sen de Cesarión.<br />
Y, de repente, sintió <strong>que</strong> se moría.<br />
Grandeza, majestad, soberbia, horizontes, inmensidad... sólo eran conceptos <strong>que</strong> se<br />
diluían en su cerebro, <strong>que</strong> se alejaban progresivamente ante el impacto de <strong>un</strong>a<br />
impresión única y terrible. ¡Cesarión se alejaba! <strong>No</strong> el rey de reyes. <strong>No</strong> el joven titán<br />
predestinado para salvar a Egipto y devolverle toda su grandeza. Cesarión solamente.<br />
Cesarión el niño. Cesarión el adolescente tierno y asombrado ante los misterios de la<br />
vida. Cesarión el joven <strong>que</strong> llenaba las inmensas salas del palacio con sus risas y su<br />
belleza...<br />
La reina de Egipto lanzó <strong>un</strong> grito pavoroso y echó a correr entre las palmeras, más<br />
allá de su sombra, hasta las primeras d<strong>un</strong>as del desierto. Todos sus velos ondeaban al<br />
viento, impulsados por el propio ímpetu de la carrera. Corría con los brazos abiertos, con<br />
las manos abiertas, con todo el corazón lanzado en pos de la caravana <strong>que</strong> ya se perdía<br />
entre las d<strong>un</strong>as.<br />
-¡Cesarión! -gritaba-. ¡Mi príncipe!<br />
Corría, jadeante, tras a<strong>que</strong>lla ilusión maravillosa <strong>que</strong> la arena arrastrada por el viento<br />
empezaba a ocultar. Gritaba <strong>un</strong>a y otra vez el nombre del hijo, lo arrojaba al margen de<br />
cualquier protocolo, como <strong>un</strong>a pobre perra <strong>que</strong> pretendiese recuperar el cachorro de<br />
quien acababan de separarla.<br />
Cesarión ya no oía sus gritos. Estaba completamente arropado por el viento de los<br />
cincuenta días, cuyo ardor hace temblar a los miserables rastrojos <strong>que</strong> constituyen los<br />
únicos habitantes de las d<strong>un</strong>as.<br />
Completamente extenuada, la reina se dejó caer y apretó su rostro contra la arena.,<br />
mordiéndola con sus labios hinchados por a<strong>que</strong>lla pasión hacia a<strong>que</strong>l rey <strong>que</strong> el viento le<br />
arrebataba.<br />
-¡Malditos dioses! -exclamó-. ¿Por qué me hacéis pagar a tan alto precio <strong>un</strong> pobre<br />
<strong>sueño</strong> de madre? ¿Por qué, si ya era el único <strong>que</strong> me <strong>que</strong>daba?<br />
Pero los <strong>sueño</strong>s se mezclaron de nuevo en su mente, causándole gran confusión. Y<br />
mientras regresaba a palacio, protegida por los espesos velos de su litera, supo con<br />
certeza <strong>que</strong> ya no habría despertar. Que su vida estaba terminando con el <strong>sueño</strong> de<br />
Antonio, el <strong>sueño</strong> de Egipto y el <strong>sueño</strong> íntimo del pe<strong>que</strong>ño Cesarión...<br />
Pocos enemigos eran tan temibles como los <strong>que</strong> amenazaban a Marco Antonio a<br />
a<strong>que</strong>llas horas de la mañana. Eran los genios carnívoros <strong>que</strong> surgen en las entrañas<br />
in<strong>un</strong>dadas por el vino: serpientes trífidas <strong>que</strong> reptan por todo el cuerpo y se instalan en<br />
el cerebro, devorando poco a poco la vol<strong>un</strong>tad, creando fantasmas todavía más<br />
maléficos <strong>que</strong> se van engendrando a sí mismos. Criaturas de la alucinación <strong>que</strong><br />
descienden hasta a<strong>que</strong>llas prof<strong>un</strong>didades del espíritu adonde la propia alucinación no se<br />
atrevería siquiera a llegar por miedo a retroceder aterrorizada.<br />
Nadie podía precisar a ciencia cierta si Antonio vivía en la madrugada del día anterior<br />
o en el anochecer del próximo. Las jornadas se hablan convertido en <strong>un</strong> espacio de<br />
tiempo siempre igual, tedioso por invariable, <strong>que</strong> reproducían los mismos rostros, las<br />
mismas músicas, el mismo muestrario de placeres. Sólo de vez en cuando Marco Antonio<br />
se apartaba de a<strong>que</strong>lla procesión perpetuamente repetida y se perdía por las playas más<br />
alejadas de la ciudad, a pie, completamente solo, recordando sus horas de Libia y el<br />
ejemplo de Timón el ateniense.<br />
Así, cuando Cleopatra regresó de despedir a su hijo se encontró con su bañera<br />
ocupada por Antonio y alg<strong>un</strong>os miembros de su corte báquica. En general, vírgenes y<br />
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