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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
191<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Y allí estaba Cleopatra, genial artífice del en<strong>sueño</strong> de la muerte cuando tiempo atrás<br />
lo había sido de la vida. Allí, a su lado, dirigiendo el timón de la nave del delirio estaba<br />
Cleopatra, estrechándole con crespones negros, sorprendiéndole con <strong>un</strong>a sexualidad<br />
desesperada, agotada en su propio martirio, destinada a adelantarle el estremecimiento<br />
de la muerte an<strong>un</strong>ciado en los fugaces estertores de <strong>un</strong> orgasmo fatal, definitivo.<br />
Convencida de <strong>que</strong> la muerte estaba constantemente a su lado, guiando todos sus<br />
actos, la reina de Egipto dejaba transcurrir las bacanales probando venenos distintos y<br />
generalmente eficaces. Mientras las danzarinas se entregaban a giros delirantes,<br />
mientras los saltimbanquis efectuaban prodigiosas volteretas por los aires, Cleopatra<br />
daba a probar sus venenos a algún condenado a muerte. <strong>No</strong> era <strong>un</strong> capricho<br />
excepcional. Ni siquiera <strong>un</strong>a crueldad gratuita. Educada en el culto a la razón, filósofa y<br />
científica por naturaleza, Cleopatra buscaba <strong>un</strong> sentido práctico a a<strong>que</strong>lla ocupación.<br />
Disponía de <strong>un</strong> extenso repertorio, garantizado por los siglos del Nilo. Pero al probarlo<br />
primero en las personas, después en animales, retrocedía ante los espasmos de las más<br />
atroces agonías. Deseaba descubrir <strong>un</strong> veneno <strong>que</strong>, al matar, acariciase. Un veneno <strong>que</strong><br />
hiciera posible acceder a la muerte sin pasar por el dolor. Y sólo lo encontró en la<br />
picadura del áspid egipcio, del cual se dice <strong>que</strong> mata a la víctima a través de <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
muy dulce, <strong>un</strong> abatimiento sereno, <strong>un</strong>a voluptuosa somnolencia...<br />
A fin de cuentas e1 áspid egipcio era pariente de Cleopatra Séptima, según los<br />
romanos.<br />
Cuando Cleopatra intuyó <strong>que</strong> los dioses de la guerra se estaban acercando demasiado<br />
a Alejandría, recordó las pesadillas <strong>que</strong> en otro tiempo solían asaltarla. Recordó los<br />
peligros <strong>que</strong> acechaban al niño Cesarión, los infinitos peligros <strong>que</strong> éste se veía obligado a<br />
sortear en la negrura de sus peores <strong>sueño</strong>s. Y el recuerdo la condujo a <strong>un</strong>a conclusión<br />
fatal: si el Cesarión de a<strong>que</strong>lla época pudo incurrir en el odio de Octavio, <strong>un</strong> Cesarión de<br />
diecisiete años era <strong>un</strong>a víctima mucho más propiciatoria, máxime cuando las más<br />
recientes victorias en Asia habían otorgado a su enemigo <strong>un</strong>a autoridad, <strong>un</strong> poder, del<br />
<strong>que</strong> entonces carecía.<br />
Decidió enviar a Cesarión a lo <strong>que</strong> <strong>fue</strong>sen los últimos confines del Imperio de<br />
Alejandro: a la India. Pero no quiso mandarle bajo engaño. Así, pues, le expuso las<br />
amenazas <strong>que</strong> pesaban sobre Egipto y la posibilidad de <strong>que</strong> <strong>un</strong> ata<strong>que</strong> de Octavio<br />
terminase para siempre con la independencia del país y, acaso, con las vidas de la<br />
familia real.<br />
-¡<strong>No</strong> podéis pedirme <strong>que</strong> os deje en este trance! -exclamó el muchacho, intentando<br />
recuperar aires heroicos <strong>que</strong> la angustia había borrado completamente de Alejandría.<br />
-Es la reina quien te lo manda. Es la reina quien te obligará por la <strong>fue</strong>rza si no le<br />
obedeces. Huirás de Octavio como yo te ordeno y llevarás contigo <strong>un</strong>a caravana cargada<br />
con los tesoros <strong>que</strong> te corresponden como príncipe.<br />
-<strong>No</strong> los quiero -contestó Cesarión, con <strong>un</strong>a altivez inadecuada.<br />
-Los <strong>que</strong>rrás. Si no piensas en tu propio provecho, piensa en el de cualquier miembro<br />
de tu familia <strong>que</strong> se viera obligado a re<strong>un</strong>irse contigo en el exilio.<br />
Quedó acordado <strong>que</strong> Totmés le acompañarla. Y la reina de Egipto quiso insistir en <strong>un</strong><br />
hecho doloroso pero <strong>que</strong> resultaba cobarde ocultar: a<strong>que</strong>l encuentro era,<br />
probablemente, el último de sus vidas.<br />
La partida de Cesarión <strong>fue</strong> discreta, casi mediocre, como exigía el secreto. Ningún<br />
alejandrino se percató de <strong>que</strong> en los dos camellos <strong>que</strong> acertaban a pasar por las calles<br />
adyacentes a la parte trasera del palacio real cabalgaban otras personas <strong>que</strong> no <strong>fue</strong>sen<br />
dos jóvenes mercaderes árabes. Y ni siquiera su obstinado embozo despertaba