You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
183<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
amor como hacen las criadas a los criados cuando consiguen burlar la mirada de sus<br />
amos. Y durante mis últimos días en Alejandría pude ver con estupor <strong>que</strong> la litera de<br />
Cleopatra pasaba por el foro y <strong>que</strong> de ella iba colgado este general romano, vestido<br />
como su dios Dionisos y expresando a gritos su pasión extravagante. Si éste es Antonio,<br />
señores, me avergüenzo aquí de <strong>que</strong> lo sea. Pues a lo <strong>que</strong> acabo de contar podría añadir<br />
cosas mucho más atroces <strong>que</strong> le convierten en el hazmerreír de los alejandrinos. Hasta<br />
tal p<strong>un</strong>to lo es, <strong>que</strong> en Alejandría corre la siguiente frase: «Antonio es <strong>un</strong> comediante,<br />
pero en Roma lleva la máscara de la tragedia y guarda la de la comedia para lucirla en<br />
Alejandrías». Y yo añadiría <strong>que</strong> es la de la farsa, pues sigo sin creer <strong>que</strong> ese fofo<br />
general, borracho, avejentado y ridículo sea a<strong>que</strong>l Marco Antonio <strong>que</strong> conoció la<br />
admiración de Roma y el cariño de sus mejores ciudadanos.<br />
-¡Estás mintiendo! -gritó <strong>un</strong>o de los senadores-. ¡Hablas así por<strong>que</strong> eres amigo de<br />
Octavio!<br />
Este desplazó a Calvisio del centro de la trib<strong>un</strong>a.<br />
-¿Y no lo son de Antonio quienes le defienden? -contestó con voz pausada pero<br />
certera-. Sólo el amor justifica vuestra ceguera. Pues ciego hay <strong>que</strong> estar para seguir<br />
defendiendo a quien reniega de ser romano.<br />
Estas últimas palabras <strong>fue</strong>ron decisivas. Los nobles senadores, <strong>que</strong> solían adecuar sus<br />
decisiones al imperio de la razón, se dejaron atrapar por la red <strong>que</strong> Octavio acababa de<br />
tenderles. Lo <strong>que</strong> no consiguieron las derrotas de Antonio, la coronación de Cesarión y<br />
las tierras entregadas a Egipto lo consiguió en pocos instantes <strong>un</strong>a simple duda sobre el<br />
patriotismo de <strong>un</strong> romano.<br />
Las dudas pudieron más <strong>que</strong> la dignidad. Y Octavio <strong>fue</strong> autorizado a leer el espinoso<br />
documento <strong>que</strong> seguía enarbolando a guisa de tri<strong>un</strong>fo.<br />
-En cierta ocasión, cuando Antonio se contaba entre los más nobles representantes<br />
del sentir de Roma, leyó ante <strong>un</strong>a plebe enardecida el testamento de César. Su<br />
elocuencia contribuyó a levantar al pueblo contra los conspiradores. Hoy me corresponde<br />
a mí la dolorosa responsabilidad de enardecer vuestros ánimos no contra a<strong>que</strong>l Antonio<br />
de glorioso recuerdo sino contra este otro Antonio <strong>que</strong> ha sido capaz de volcar su<br />
indignidad en este testamento. Pues en él pide <strong>que</strong> al llegar la hora suprema de la<br />
muerte se le permita descansar en tierra egipcia. Esto quiere Antonio, en lugar de pedir<br />
<strong>que</strong> le lleven a su patria. Y si en ella se encontrase por azar, pues por azar será<br />
cualquier visita de Antonio a partir de ahora, solicita <strong>que</strong> su cadáver sea transportado a<br />
través del foro y embarcado con destino a Alejandría, donde ya ha mandado construir su<br />
tumba.<br />
-¡Construye su tumba en vida! -exclamó <strong>un</strong>o de los senadores más ancianos y<br />
respetados del partido conservador-. ¡Hasta en esto imita a los egipcios!<br />
-¡<strong>No</strong> es <strong>un</strong>a tumba! -exclamó Octavio, a voz en grito-. ¡Es <strong>un</strong> monumento a la<br />
deslealtad, <strong>un</strong> insulto a todos nosotros y, por extensión, al pueblo de Roma!<br />
El veneno acababa de surtir efecto. Y no necesitó seguir <strong>un</strong> curso prolongado. Fue <strong>un</strong>a<br />
pócima violenta, intensa, <strong>que</strong> entraba por los ojos y acababa de golpe con todas sus<br />
defensas. <strong>No</strong> sólo enardeció los ánimos de los senadores: los convirtió en auténticas<br />
fieras <strong>que</strong> intentaban descargar su ira sobre los partidarios de Antonio, cuyo propio<br />
desconcierto los había desarmado completamente ante el ata<strong>que</strong> de los demás.<br />
Pero Octavio recurrió de nuevo a su astucia, a fin de <strong>que</strong> nadie pudiese pensar <strong>que</strong><br />
sus acciones estaban guiadas por la animadversión hacia el hombre <strong>que</strong> le había<br />
injuriado a través de su hermana. Y, sin dejar de enarbolar el testamento de Antonio,<br />
proclamó:<br />
-<strong>No</strong> penséis en la guerra por el momento. <strong>No</strong> emprendáis ning<strong>un</strong>a acción contra el<br />
<strong>que</strong> <strong>fue</strong> nuestro amigo. Pensad <strong>que</strong> no es dueño de sus actos. Pensad <strong>que</strong> la corte de