Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
176<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Habría sido el arrogante movimiento de la cobra imperial. Pero la mangosta, en su<br />
vocación de la espera, dejó <strong>que</strong> <strong>fue</strong>sen los demás quienes empezaran a considerar <strong>que</strong><br />
el comportamiento de Antonio en Egipto iba ya demasiado lejos. Y si alguien hacía <strong>un</strong><br />
comentario en este sentido, Octavio se encogía de hombros y dibujaba <strong>un</strong>a sonrisa<br />
neutra, a<strong>un</strong><strong>que</strong> lo bastante clara como para <strong>que</strong> los demás viesen en ella <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to de<br />
comprensión y cierta condescendencia.<br />
¡Admirable joven <strong>que</strong> sabía perdonar los excesos de sus mayores con la esperanza de<br />
<strong>que</strong> <strong>un</strong> día volverían al redil! Joven tanto más admirable si se pensaba en las constantes<br />
humillaciones <strong>que</strong> estaba recibiendo en la persona de su hermana.<br />
La conducta de Octavia continuaba siendo intachable y alg<strong>un</strong>os malintencionados<br />
(especialmente sus amigas) se preg<strong>un</strong>taban si se debía a la resignación o a <strong>un</strong>a vocación<br />
frustrada de virgen vestal. Con el tiempo, su belleza había madurado y continuaba<br />
igualando a la de la reina Cleopatra, si no la superaba. Pero dijérase <strong>que</strong> su vida se<br />
había detenido. Unos bromeaban diciendo <strong>que</strong> se había convertido en <strong>un</strong> reloj de sol<br />
para días de lluvia y otros <strong>que</strong> era como la clepsidra en <strong>un</strong>a fría mañana de enero: sus<br />
aguas se hielan y la hora <strong>que</strong>da fija, impertérrita, como si el tiempo hubiese dejado de<br />
transcurrir.<br />
Pero incluso los <strong>que</strong> se permitían bromas acerca de Octavia la adoraban hasta<br />
extremos delirantes sin <strong>que</strong> ella se permitiera la menor concesión <strong>que</strong> pudiese fomentar<br />
ya adoraciones ya odios. Se limitaba a mantener <strong>un</strong>a posición intachable y a pregonar<br />
<strong>que</strong> se llamaba Octavia y era romana.<br />
En su último viaje a Atenas, cuando se enfrentó a la opinión pública para acudir en<br />
busca y ayuda de su esposo, comprendió claramente <strong>que</strong> toda esperanza de dignidad en<br />
él era vana. Supo <strong>que</strong> su viaje a Alejandría no era a causa de <strong>un</strong> pasatiempo<br />
momentáneo y <strong>que</strong>, además, no estaba sólo motivado por las voluptuosidades con <strong>que</strong><br />
pudiese envolverle Cleopatra. Era algo <strong>que</strong> los romanos no podían comprender: Antonio<br />
y Cleopatra tenían algo más <strong>que</strong> <strong>un</strong> amor pendiente. Tenían <strong>un</strong> proyecto j<strong>un</strong>tos. Tenían<br />
<strong>un</strong> <strong>sueño</strong> compartido.<br />
El proyecto de Antonio no necesitaba de mujeres como Octavia: precisaba de<br />
amazonas como la reina de Egipto. Y, además, compartir es <strong>un</strong>a palabra <strong>que</strong> se utiliza<br />
pocas veces en la vida. Cuando llega la ocasión conviene aferrarse a ella violentamente,<br />
necesariamente, a<strong>un</strong><strong>que</strong> el p<strong>un</strong>to de destino final sea la locura.<br />
Y Octavia no estaba loca. Pero penaba, por<strong>que</strong> ya n<strong>un</strong>ca se le presentaría la<br />
oport<strong>un</strong>idad de estarlo.<br />
Al regresar de su seg<strong>un</strong>do viaje a Grecia, su hermano se negó a toda discusión sobre<br />
la casa en donde debía habitar. Y se negó por el camino más simple: ordenando <strong>que</strong><br />
abandonase la de su marido, quien insultándola a ella con sus desplantes los había<br />
insultado a los dos.<br />
Octavia continuó habitando en casa de Antonio, como si él tuviese <strong>que</strong> llegar cada<br />
noche y salir cada mañana. Con magnífica y noble solicitud, se ocupó de los niños <strong>que</strong> la<br />
vida había ido poniendo bajo su tutela: los habidos de su primer matrimonio, los tres de<br />
Antonio y los <strong>que</strong> éste tuvo de la infausta Fulvia. Cumplió así la promesa <strong>que</strong> hiciese a<br />
su liberto Adonis: éste y el jardinero Fedro tendrían trabajo suficiente para justificar <strong>un</strong>a<br />
buena paga.<br />
Recibía a los amigos de Antonio y los ayudaba a obtener todo cuanto necesitasen del<br />
cada día más poderoso César Octavio. Pero al obrar de este modo, al convertirse en la<br />
personificación de todas las perfecciones, perjudicaba a Antonio sin <strong>que</strong>rerlo. Pues el<br />
pueblo romano, <strong>que</strong> había visto con malos ojos la ceremonia del entronamiento de<br />
Cesarión organizada por Antonio en Egipto, sintió todavía mayor repugnancia al ver <strong>que</strong><br />
se portaba de manera tan innoble con <strong>un</strong>a dama excepcional. Y, además,<br />
extraordinariamente romana.