No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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No digas que fue un sueño 165 Terenci Moix violento porque estaba convencido de haberla matado él con sus reproches, y esto era tan grave a sus ojos como si la hubiese atravesado con mil puñales. Al ver a la reina vestida de Isis, Totmés comprendió que la ceremonia era de solemnidad. Mucho más cuando el príncipe Cesarión se vio obligado a inclinarse ante ella, igual que cualquiera de sus súbditos. Sólo el fiel Sosígenes permanecía de pie, junto al trono. Pero fue el único acto protocolario que se vieron obligados a acatar. Pues el lenguaje de la reina Cleopatra fue el normal pese a que iba «disfrazada de reina» (como dijo después Cesarión, riendo a mandíbula batiente con Totmés en el patio de armas). -Te recibo como príncipe porque es la reina quien te habla, la reina quien puede ordenarte, la reina quien, si llega el caso, podría suplicar. -Así lo he comprendido erijo Cesarión, con una sombra de insólita gravedad en su hermoso rostro-. Y si bien es halagador que mi madre tenga algo que suplicarme, diré que me rebaja el pensar que pueda haber algo que Cesarión no le conceda sin que tengan que mediar las súplicas. Sosígenes movió la cabeza en señal de complacencia ante el tono solemne de Cesarión. El capitán Apolodoro se limitó a encontrarlo un poco redicho. -Acabe ya el misterio: Cesarión será rey. El muchacho no se inmutó. Totmés estuvo a punto de desmayarse. -Madre, entiendo que para esto he sido preparado. -Príncipe de Egipto, no juegues con los circunloquios con tu madre, que de esto sabe más que tú. Aunque es bueno que sepas practicarlos, pues en estos tiempos un rey que habla claro tiene la batalla perdida. Entiende, en cualquier caso, que tu nombramiento es inminente. -Madre, mucho me cuesta imaginar que vas a abandonar el trono de Egipto. Desmentirías con ello a tu reputación, que te pinta aferrada al poder hasta el fin de tus días. Cleopatra no pudo reprimir una sonrisa.. Y admiró en su hijo la rapidez de sus respuestas y la ligereza de su humor. -Hijo, vas a ser nombrado rey de reyes, pero esto no quiere decir que Cleopatra abandone el poder. Al contrario, necesitará ejercerlo con mayor porfía que nunca, para que tú lo heredes en ,pleno esplendor. Pero tu nombramiento es necesario porque significará el afianzamiento de la dinastía. Es la manera de decir al mundo que el verdadero hijo de César no se limita a existir sino que, además, ejerce. Se produjo un largo silencio durante el cual Cleopatra cambió algunas palabras en voz queda con Sosígenes. Cesarión, por su parte, comentó algo al oído de Totmés en voz más queda todavía. Consultados sus consejeros respectivos, madre e hijo enfrentaron de nuevo sus miradas: -Después de este regalo, hijo mío, vienen las súplicas. -Insisto en que sería mejor regalo si las convirtieses en órdenes. -No pueden ser órdenes de Cleopatra lo que concierne estrechamente a los afectos de su hijo -calló un instante. Finalmente se atrevió a decir-: Tu madre te pide que sepas mirar con indulgencia la permanencia en este palacio de un antiguo amigo..., una permanencia que pudiera ser indefinida. -Nunca mi madre me pidió indulgencia para cualquiera de sus amistades,- pues se daba por supuesto que la tenía de antemano. ¿Quién es este que llega y tanto la necesita?

No digas que fue un sueño 166 Terenci Moix Ya ha llegado, se llama Marco Antonio. Le conoces, desde tu infancia. Si el príncipe no se inmutó, Totmés delató su sorpresa con un sobresalto. Le asaltaba el recuerdo de la nave enlutada de la reina Cleopatra, y a pesar de los años transcurridos recordaba con horror su primera aparición, en la cubierta, convertida en una anciana desesperada que apenas podía caminar. Y al verla ahora, en el esplendor de su belleza, en el apogeo de su autoridad, temió que la relación con Marco Antonio, el romano, pudiese hacer retroceder el tiempo en perjuicio de la mujer y de Egipto. -Las sombras de mi infancia han pasado -dijo Cesarión- y son demasiado lejanas para afectarme. Tengo que ceñirme al presente y buscar alguna razón lógica. -Piensa que no hablas con la madre. Sino con la reina. -Con mayor severidad buscaría mil razones, pues la madre sólo me concierne a mí, pero la reina afecta a todo el pueblo que un día habré de gobernar. Esta vez fue el valiente Apolodoro quien tembló. Y acostumbrado a que las relaciones familiares fuesen más sencillas, pensó que en cualquier otro lugar menos solemne el príncipe habría recibido un bofetón como primera advertencia. Todos los sentidos de Cleopatra se pusieron sobre aviso. Se enfrentaba a un digno vástago de su raza, a un hijo de Alejandría. Alguien que sabía sacar toda su fuerza de los juegos de palabras. Alguien que, a su corta edad, podía esconder sus sentimientos. -Hijo, quiero decirte que sólo hay un hombre cuya popularidad en Roma, cuyo prestigio entre todos los pueblos de Oriente le permita convertirse en paladín de tus derechos... -No lo ignoro. Como también sé que, mientras yo soy rey de reyes, él será autocrátor.. -¿Cómo sabes tú eso? -preguntó la reina, sorprendida. Junto a ella, Sosígenes no daba crédito a sus oídos. -En un palacio donde impera la intriga, es lógico que quiera aprenderla todo aquel que aspire a sobrevivir... Una expresión de escándalo verdadero se reflejó en el rostro de Cleopatra. -Estás llegando demasiado lejos, príncipe -exclamó Sosígenes-. ¿Cómo te atreves a hablar así a tu madre? -¿A mi madre o a la reina? -¡A las dos! -exclamó Cleopatra, dejando de lado sus enseñas reales-. Y ninguna de las dos lo merece. Porque cualquier intriga desarrollada en este palacio desde los últimos años ha sido urdida en beneficio tuyo. -Del trono de Egipto, madre. -Pues bien, es lo mismo. Y también lo sería hablar de tu felicidad. -Mi felicidad podría ser mayor en una cabaña junto al Nilo. Cleopatra se volvió hacia Totmés con expresión violenta. -¿Le has enseñado tú estas cosas, ministro de Isis? -Yo estoy tan perplejo como mi reina. Y con todos los respetos me permito decir que no alcanzo a entender el juego del príncipe. Pero en el rostro de Cesarión, tan grave hasta aquel momento, apareció una mueca de malignidad que fue derivando lentamente hacia la encantadora sonrisa que le servía para adueñarse de todas las voluntades. -Si caigo en la trampa de la intriga es porque mi madre y señora se permite tendérmela, en lugar de hablar con claridad, como sería digno de ella y de su hijo. Pues

<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

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<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

Ya ha llegado, se llama Marco Antonio. Le conoces, desde tu infancia.<br />

Si el príncipe no se inmutó, Totmés delató su sorpresa con <strong>un</strong> sobresalto. Le asaltaba<br />

el recuerdo de la nave enlutada de la reina Cleopatra, y a pesar de los años<br />

transcurridos recordaba con horror su primera aparición, en la cubierta, convertida en<br />

<strong>un</strong>a anciana desesperada <strong>que</strong> apenas podía caminar. Y al verla ahora, en el esplendor de<br />

su belleza, en el apogeo de su autoridad, temió <strong>que</strong> la relación con Marco Antonio, el<br />

romano, pudiese hacer retroceder el tiempo en perjuicio de la mujer y de Egipto.<br />

-Las sombras de mi infancia han pasado -dijo Cesarión- y son demasiado lejanas para<br />

afectarme. Tengo <strong>que</strong> ceñirme al presente y buscar alg<strong>un</strong>a razón lógica.<br />

-Piensa <strong>que</strong> no hablas con la madre. Sino con la reina.<br />

-Con mayor severidad buscaría mil razones, pues la madre sólo me concierne a mí,<br />

pero la reina afecta a todo el pueblo <strong>que</strong> <strong>un</strong> día habré de gobernar.<br />

Esta vez <strong>fue</strong> el valiente Apolodoro quien tembló. Y acostumbrado a <strong>que</strong> las relaciones<br />

familiares <strong>fue</strong>sen más sencillas, pensó <strong>que</strong> en cualquier otro lugar menos solemne el<br />

príncipe habría recibido <strong>un</strong> bofetón como primera advertencia.<br />

Todos los sentidos de Cleopatra se pusieron sobre aviso. Se enfrentaba a <strong>un</strong> digno<br />

vástago de su raza, a <strong>un</strong> hijo de Alejandría. Alguien <strong>que</strong> sabía sacar toda su <strong>fue</strong>rza de<br />

los juegos de palabras. Alguien <strong>que</strong>, a su corta edad, podía esconder sus sentimientos.<br />

-Hijo, quiero decirte <strong>que</strong> sólo hay <strong>un</strong> hombre cuya popularidad en Roma, cuyo<br />

prestigio entre todos los pueblos de Oriente le permita convertirse en paladín de tus<br />

derechos...<br />

-<strong>No</strong> lo ignoro. Como también sé <strong>que</strong>, mientras yo soy rey de reyes, él será<br />

autocrátor..<br />

-¿Cómo sabes tú eso? -preg<strong>un</strong>tó la reina, sorprendida.<br />

J<strong>un</strong>to a ella, Sosígenes no daba crédito a sus oídos.<br />

-En <strong>un</strong> palacio donde impera la intriga, es lógico <strong>que</strong> quiera aprenderla todo a<strong>que</strong>l <strong>que</strong><br />

aspire a sobrevivir...<br />

Una expresión de escándalo verdadero se reflejó en el rostro de Cleopatra.<br />

-Estás llegando demasiado lejos, príncipe -exclamó Sosígenes-. ¿Cómo te atreves a<br />

hablar así a tu madre?<br />

-¿A mi madre o a la reina?<br />

-¡A las dos! -exclamó Cleopatra, dejando de lado sus enseñas reales-. Y ning<strong>un</strong>a de<br />

las dos lo merece. Por<strong>que</strong> cualquier intriga desarrollada en este palacio desde los últimos<br />

años ha sido urdida en beneficio tuyo.<br />

-Del trono de Egipto, madre.<br />

-Pues bien, es lo mismo. Y también lo sería hablar de tu felicidad.<br />

-Mi felicidad podría ser mayor en <strong>un</strong>a cabaña j<strong>un</strong>to al Nilo.<br />

Cleopatra se volvió hacia Totmés con expresión violenta.<br />

-¿Le has enseñado tú estas cosas, ministro de Isis?<br />

-Yo estoy tan perplejo como mi reina. Y con todos los respetos me permito decir <strong>que</strong><br />

no alcanzo a entender el juego del príncipe.<br />

Pero en el rostro de Cesarión, tan grave hasta a<strong>que</strong>l momento, apareció <strong>un</strong>a mueca<br />

de malignidad <strong>que</strong> <strong>fue</strong> derivando lentamente hacia la encantadora sonrisa <strong>que</strong> le servía<br />

para adueñarse de todas las vol<strong>un</strong>tades.<br />

-Si caigo en la trampa de la intriga es por<strong>que</strong> mi madre y señora se permite<br />

tendérmela, en lugar de hablar con claridad, como sería digno de ella y de su hijo. Pues

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