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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

163<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

en su visita a Herodes, decidió ella cedérsela a cambio de dos mil quinientos talentos<br />

anuales. Y alguien comentó en son de chanza <strong>que</strong> la reina de Egipto se creía ya la dueña<br />

de Oriente, pues cobraba alquileres por territorios <strong>que</strong> no le pertenecían.)<br />

Enobarbo percibía <strong>que</strong> Antonio no era plenamente consciente de las repercusiones<br />

políticas de sus acciones. Y si en la guerra contra los partos ya se había revelado como<br />

<strong>un</strong> mediocre estratega -cuando no pésimo-, en las batallas contra el Senado romano no<br />

podía correr el riesgo de <strong>un</strong> tropiezo o <strong>un</strong> paso precipitado. Dejar en manos de Cleopatra<br />

la mitad del imperio de Oriente equivalía a ambas cosas y, además, agravadas de cara a<br />

la opinión pública por el trasfondo sentimental en <strong>que</strong> se desarrollaban.<br />

A todo esto, Antonio se limitaba a contestar con extrema naturalidad:<br />

-Roma es más grande por lo <strong>que</strong> da <strong>que</strong> por lo <strong>que</strong> toma.<br />

Y los cortesanos egipcios le aplaudían fervorosamente, mientras sus oficiales romanos<br />

le observaban con el ceño fr<strong>un</strong>cido.<br />

Incluso los observadores más piadosos habrían reconocido <strong>que</strong> continuaba obrando <strong>un</strong><br />

tanto a la ligera, como en su momento dijo Octavio a quien quiso escucharle. Lo cual<br />

equivale a referirse a <strong>un</strong> círculo cada vez más amplio, por<strong>que</strong> en ausencia de Antonio y<br />

su simpatía arrolladora, Octavio había visto crecer su credibilidad... a base de <strong>un</strong>a<br />

antipatía <strong>que</strong>, para muchos, era la máscara <strong>que</strong> escondía <strong>un</strong> prudente compendio de<br />

seriedad, juicio y recato. Algo <strong>que</strong> cualquier romano podía asociar fácilmente con la<br />

seguridad y la firme permanencia de las instituciones.<br />

Mientras, Antonio entregaba pedazos del imperio en nombre de lo <strong>que</strong> él daba en<br />

llamar «gigantesco proyecto oriental». Por<strong>que</strong> ya había abandonado el concepto de<br />

<strong>sueño</strong>, excesivamente arraigado a <strong>un</strong> momento de su vida <strong>que</strong> necesitaba olvidar a toda<br />

costa. Pues el <strong>sueño</strong> implicaba su inmadurez de ayer, y el proyecto se dirigía al futuro;<br />

<strong>un</strong> futuro dirigido con autoridad, mano firme y clarividencia.<br />

¡El proyecto de Oriente estaba en marcha!<br />

Y Cleopatra en él, o Cleopatra mandándolo. Ésta era la cuestión <strong>que</strong> mantenía en vilo<br />

a los lugartenientes del procónsul. Cualquiera <strong>que</strong> <strong>fue</strong>se la intención última del proyecto,<br />

era obvio <strong>que</strong> miraba más por los intereses de la egipcia <strong>que</strong> por los suyos propios y,<br />

desde luego, los de Roma. Lo cual lo convertía en <strong>un</strong> caso aún más difícil de defender<br />

<strong>que</strong> la coronación de <strong>un</strong> príncipe medio macedonio, medio romano.<br />

Poco importaba <strong>que</strong> los territorios cedidos ahora a Cleopatra hubiesen sido<br />

conquistados anteriormente por Pompeyo y César, según los casos. Con el correr del<br />

tiempo Roma los había hecho suyos y los consideraba sujetos a la ley tácita de las<br />

conquistas. En este aspecto, los pueblos sojuzgados tenían pocas posibilidades de<br />

formular objeción alg<strong>un</strong>a. ¿Quién podía decirle a Roma <strong>que</strong> no era de ley lo <strong>que</strong>, sin ley,<br />

había tomado?<br />

Pero súbitamente, el orden del m<strong>un</strong>do se estaba trastocando. Desde el palacio<br />

decadente de <strong>un</strong>a ciudad bastarda, <strong>un</strong>a ciudad <strong>que</strong> no era griega ni egipcia ni romana,<br />

<strong>un</strong> general borracho y <strong>un</strong>a puta oriental intentaban imponer al Senado de Roma <strong>un</strong>a ley<br />

<strong>que</strong> no tenía precedentes.<br />

De ahí la angustia <strong>que</strong> se apoderaba de los amigos de Marco Antonio en <strong>un</strong> momento<br />

en <strong>que</strong> deberían haber expresado júbilo por<strong>que</strong>, en su interior, desde el otro lado de la<br />

derrota, de vuelta ya de sus abismos, el general expresaba la vol<strong>un</strong>tad del conquistador.<br />

Quienes le amaban de veras sabían <strong>que</strong> no importaba demasiado el origen del prodigio.<br />

Que Antonio resucitase en nombre de Roma o en el de Cleopatra era <strong>un</strong>a cuestión <strong>que</strong><br />

sólo debía preocupar a las comadres desocupadas. Lo importante era <strong>que</strong> sus pasos<br />

volvían a ser firmes, su mirada gallarda y su sonrisa arrebatadora. Acaso <strong>un</strong> poco<br />

envejecido, en opinión de alg<strong>un</strong>os. Tal vez. Pero su autoridad le hacía parecer años<br />

mayor y siglos más sabio.

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