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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
157<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
-De niña me contabas el origen mítico de Alejandría... por qué llamamos a nuestro<br />
puerto «el del buen regreso». Por el marinero E<strong>un</strong>osto, me decías, por algún héroe... no<br />
sé, lo conf<strong>un</strong>do y no espero <strong>que</strong> me lo cuentes ahora. Mi cerebro está ya lleno de datos,<br />
y los <strong>que</strong> me faltan sobre mi corazón ya no va a dármelos el cerebro. Pero mira hacia<br />
más allá del horizonte y grita conmigo «E<strong>un</strong>osto». Y al oírlo Antonio, en su dolor, <strong>que</strong><br />
sepa <strong>que</strong> le espera el buen regreso...<br />
-Tu madurez cabe en el cerebro de <strong>un</strong>a hormiga, reina mía.<br />
-En cierta ocasión te dije: «<strong>No</strong> me <strong>digas</strong> mi edad, ya <strong>que</strong> podría odiarte por ello». Hoy<br />
te digo: «Puedes decírmelo, por<strong>que</strong> son treinta y cuatro años». Y añadiré <strong>que</strong> no me dan<br />
miedo por<strong>que</strong> son treinta y cuatro diademas para ostentarlas con orgullo en el tri<strong>un</strong>fo de<br />
Marco Antonio.<br />
-Sea tri<strong>un</strong>fo, si tú lo dices. Ocúltate a ti misma lo <strong>que</strong> quieras. Yo me siento viejo para<br />
esta suerte de juegos. Pero en verdad te digo <strong>que</strong> tu madurez es espléndida y podrías<br />
disfrutarla más <strong>que</strong> los años dorados de la juventud. ¿Vas a desperdiciarla poniéndola a<br />
los pies de <strong>un</strong> derrotado?<br />
-Mi madurez llega en el momento más propicio por<strong>que</strong> ella es la <strong>que</strong> me aconseja<br />
obrar así y no de otro modo. <strong>No</strong> sé si esto es amor, ni cuál de sus manifestaciones, pues<br />
lo siento por primera vez, no tengo práctica y no puedo establecer ning<strong>un</strong>a comparación.<br />
Como tampoco preg<strong>un</strong>tar a los demás, ya <strong>que</strong> nadie lo sintió antes de ahora. Pero te<br />
digo <strong>que</strong> si nace de saber a Antonio derrotado, si estalla sabiéndole mediocre, quiere<br />
decir <strong>que</strong> este amor me llega desde las <strong>fue</strong>ntes más generosas de la vida y sólo la<br />
madurez me capacita para sentirlo plenamente. De haberme llegado cuando era yo más<br />
joven, no habría sabido reconocerlo. Por esto bendigo los años <strong>que</strong> han pasado. Y por<br />
esto espero <strong>que</strong> sigan cayendo, por<strong>que</strong> todas las artimañas de la juventud no valen lo<br />
<strong>que</strong> esta seguridad de ahora.<br />
-¿Y si Antonio no es capaz de valorar los insensatos regalos <strong>que</strong> le ofreces?<br />
-Es inútil pensarlo. ¿Qué podría importarme, si el sentimiento es mío y cuanto más va<br />
hacia él más recompensado vuelve?<br />
-¡En fin! -suspiró Sosígenes, con notable escepticismo-. Hete aquí <strong>que</strong> el amor volvió<br />
a esta casa. Que no salga perjudicado el cerebro en la caída.<br />
-Como sea, no pienso poner redes <strong>que</strong> la detengan.<br />
Volvió su rostro hacia el horizonte y fijó allí los ojos durante <strong>un</strong> tiempo <strong>que</strong> al<br />
consejero le pareció interminable y, a ella, <strong>un</strong> vuelo.<br />
-¡Secúndame, Sosígenes! Grita a los mares el nombre de Antonio, para <strong>que</strong> el eco le<br />
devuelva a Alejandría.<br />
Se perdió su voz sobre las olas como el mágico niño <strong>que</strong> surcó los mares cabalgando<br />
en <strong>un</strong> delfín de mil colores.<br />
Era <strong>un</strong> despojo, era <strong>un</strong> mísero rastro de su gallardía de ayer. Y los exagerados mimos<br />
con <strong>que</strong> sus hombres le trataban lo afirmaba más en su convicción de <strong>que</strong> era <strong>un</strong> ser<br />
muy triste <strong>que</strong> ya sólo inspiraba piedad.<br />
Antonio veía desfilar ante sus ojos las costas de Asia. Pero eran ojos perdidos, como<br />
cavernas en <strong>un</strong> rostro surcado por lágrimas <strong>que</strong> le producían <strong>que</strong>maduras en la piel por<br />
más <strong>que</strong> el viento del mar <strong>fue</strong>se helado y azotase con la <strong>fue</strong>rza del acero.<br />
Permanecía largas horas en cubierta, rememorando <strong>un</strong>a a <strong>un</strong>a las amargas imágenes<br />
de la derrota. Ni siquiera oía el clamor del viento. En su cerebro resonaban los gritos de<br />
agonía de sus hombres, sus desesperadas llamadas a los dioses y hasta el relinchar de<br />
los caballos, con las patas paralizadas a causa del frío. Y sentía sobre su propio cuerpo el