No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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No digas que fue un sueño 151 Terenci Moix -Perdóname, César, pero Antonio sólo ha tenido una derrota hasta ahora. -Cierto. Sólo una... ¡hasta ahora! Toma tu recompensa por habérmelo recordado... Le entregó una bolsa llena de monedas, que el soldado supo agradecer con mirada bovina... -Gracias, César... -¿Por qué me llamas de este modo? -Todo el mundo sabe que eres el heredero del gran Julio. -¿Está esto en boca del ejército? -Y hasta del pueblo. Octavio fingió cierto dolor al exclamar: -Hay quien dice que el verdadero heredero de César es el hijo que éste tuvo con Cleopatra. -Ningún romano de corazón osaría decirlo, señor. Ése es un bastardo. Es un monstruo que salió de una mala cópula entre la loba del Capitolio y un basilisco del Nilo... -Justa definición, soldado. Tan justa que, en adelante, tu César piensa adoptarla para divertir a sus amigos... Pero fue él quien se divirtió cuando, ya a solas consigo mismo, reveló a su propia alma todas las cartas de su juego. Y aunque eran oscuras, no eran atípicas. «Sin tú saberlo, noble Octavia, juegas a mi favor y en contra de tu marido. Tú corres a ayudarle, sin presentir que te rechazará una vez más. Tus virtudes le aguardarán en Atenas, pero su nave se desviará hacía Alejandría... o no conozco el mundo. Pero esto no debe preocuparte. Ye tras él, humíllate y, mientras tanto, el tiempo trabajará en mi favor. Cuando todos te sepan hundida, cuando vean la más noble de todas las romanas desplazada por la más viciosa de todas las egipcias, te compadecerán y exigirán venganza. Al ceder en tu orgullo, no harás otra cosa que fomentar el amor propio de Roma. El pueblo dirá entonces la última palabra, como debe ser en una República que aspira a tan altos destinos. El pueblo hará oír su voz soberana. Y será una voz muy sabia, porque antes habrá escuchado la de Octavio César Augusto.» Y cerró los ojos con extrema condolencia. Al fin y al cabo, consideraba que su voz era muy humilde, aunque fuese la elegida. La derrota de Antonio en tierras partas no fue interpretada en Roma del mismo modo que en Alejandría. Cambió sin duda el tono de la angustia. Para el pilar del mundo que era Octavio, importaron unas cifras concretas sobre pérdidas que podían ser esgrimidas como arma en el Senado. Para la serpiente del Nilo las cifras fueron un dato para uso exclusivo de extranjeros (bien dice cierto refrán de las esquinas que a romano muerto romano puesto y todos en el mismo saco). Para la serpiente del Nilo ni siquiera existía el lugar llamado Partía (nunca supo el porqué de aquel interés de Roma por un pedazo de tierra tan poco importante). Para la sierpe, en ¡in, importaba especialmente lo que la derrota tenia de fracaso, Y cuantos la conocían comprendieron que era un mal augurio para el inicio de su gran sueño de dominio. El heraldo del infortunio se encontraba frente a ella en sus habitaciones privadas. Y aunque fuese un romano era, ante todo, un enlace con los sueños de Antonio. -Señora, yo soy un profesional de la guerra y puedo deciros que nunca vi un desastre semejante. No lo recuerdo de los tiempos modernos, ni sé de nadie que pueda recordarlo desde que cayó Troya en manos de los griegos, según aseguran los cantares que a veces amenizan los banquetes en los campamentos y los cuarteles. No sé cómo expresarme, porque no soy docto. Mi padre era panadero y mi madre lavaba ropa para

No digas que fue un sueño 152 Terenci Moix las vecinas del Testaccio. De manera que no tengo letras, pero sí estos ojos y un corazón. Y no sé cómo los ojos no quedaron ciegos y no sé cómo es que el corazón sigue latiendo. Pero como no estoy escaso de entendederas comprendo que seguramente el belicoso Marte retiró su petición a Antonio, porque está demasiado pendiente de su dios protector, Dionisos. Y pues los dioses tienen celos entre ellos y andan a veces a la greña, lo cual es bien sabido desde que se dividieron en bandos cuando el sitio de la llamada Troya... La reina se arrojó sobre la mesa en un arrebato de cólera. -¿De qué hablas, insensato? -exclamó-. ¿Qué tanta Troya y tantos dioses que no sirven para nada? Dime de una vez, ¿quién derrotó a Antonio? -Primero el rey de los partos, ese tal Fraates nombre adverso para Roma. Pero el remate lo dio el invierno, ya os lo he dicho. -¿Es otro dios romano? Mira que te haré flagelar si continúas diciendo estupideces. Ay, señora. El invierno que llega para todos (y quieran los dioses que no lo conozcáis en Alejandría) cayó sobre las montañas de Armenia, después de la derrota en manos de los partos. -¿En Armenia, dices? ¿Qué hacíais en Armenia? ¿No era en Partia la guerra? -Nos batíamos en retirada porque en Partia la guerra se había convertido en una inmensa catástrofe. -Mientes, perro. Antonio tenía pensada una gran estrategia. Iba a sorprender a los partos por el flanco que nunca habían atacado los romanos. ¿No lo hizo? -Sí, mi señora. Pero su estrategia fue inútil. Por una vez que sorprendimos a los partos, ellos nos sorprendieron a nosotros quince. Ya veis qué mal negocio. ¿Conoces aquel terreno? Es agreste, accidentado, tan abundante en erosiones y pasillos naturales que lo tendríais por domicilio de los propios demonios. Todo son desfiladeros taponados por altísimos riscos, senderos abiertos en el monte, laderas que, de tan inclinadas, parecen precipitarse sobre uno, gargantas tan estrechas que a veces no podía pasar un legionario cargado con su equipo de campaña y teníamos que turnarnos. Yo digo que si las comparas con el terreno de Partia, las infernales cuevas de Proserpina son holgadas como la campiña romana y abiertas como vuestros desiertos. -¿Y las máquinas? Antonio me dijo que se llevaba las más tremendas. Catapultas, torres de asalto y un ariete tan enorme que era capaz de abrir boquetes en las murallas más sólidas. -¡Tantas máquinas para tan pocas ciudades que asaltar! Si al principio fue un adelanto que llenó de orgullo a todas las legiones, poco a poco se convirtieron en un estorbo. ¿Cómo transportar ingenios tan descomunales por desfiladeros que no permitían el paso de un hombre? ¿De qué iban a servir las catapultas, si de repente nos atacaban por sorpresa los arqueros partos, que tienen fama de ser los mejores de Asia? Fue necesario formar dos ejércitos distintos: en uno iban los hombres, en el otro las máquinas. Cuando coincidían, ya era demasiado tarde. Habíamos sufrido una emboscada en una cañada muy angosta, de esas que si se sitúan los arqueros en lo alto pueden enviar sus flechas como si fuese una lluvia. Y cuando no era una garganta era un llano en el que nos habíamos detenido para descansar la fatiga de tanto subir y bajar riscos. Entonces se oía la voz de alerta, porque aparecían en lontananza las tropas del rey de los partos. Y nos disponíamos a preparar la tortuga, que es la estrategia infalible de las legiones de Roma en cualquier batalla. Pues ni esto servía, porque mientras preparábamos los escudos ya estaba sobre nosotros la caballería enemiga, con sus lanzas atravesando pechos y sus mazas aplastando molleras. Así todos los días. Y la moral menguaba como una luna insatisfecha, y ya nadie creía en los gritos de victoria que se esforzaba en proferir Antonio. Pues he de decir en su honor, y para asegurar la perpetua gloria que merece,

<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

151<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

-Perdóname, César, pero Antonio sólo ha tenido <strong>un</strong>a derrota hasta ahora.<br />

-Cierto. Sólo <strong>un</strong>a... ¡hasta ahora! Toma tu recompensa por habérmelo recordado...<br />

Le entregó <strong>un</strong>a bolsa llena de monedas, <strong>que</strong> el soldado supo agradecer con mirada<br />

bovina...<br />

-Gracias, César...<br />

-¿Por qué me llamas de este modo?<br />

-Todo el m<strong>un</strong>do sabe <strong>que</strong> eres el heredero del gran Julio.<br />

-¿Está esto en boca del ejército?<br />

-Y hasta del pueblo.<br />

Octavio fingió cierto dolor al exclamar:<br />

-Hay quien dice <strong>que</strong> el verdadero heredero de César es el hijo <strong>que</strong> éste tuvo con<br />

Cleopatra.<br />

-Ningún romano de corazón osaría decirlo, señor. Ése es <strong>un</strong> bastardo. Es <strong>un</strong> monstruo<br />

<strong>que</strong> salió de <strong>un</strong>a mala cópula entre la loba del Capitolio y <strong>un</strong> basilisco del Nilo...<br />

-Justa definición, soldado. Tan justa <strong>que</strong>, en adelante, tu César piensa adoptarla para<br />

divertir a sus amigos...<br />

Pero <strong>fue</strong> él quien se divirtió cuando, ya a solas consigo mismo, reveló a su propia<br />

alma todas las cartas de su juego. Y a<strong>un</strong><strong>que</strong> eran oscuras, no eran atípicas.<br />

«Sin tú saberlo, noble Octavia, juegas a mi favor y en contra de tu marido. Tú corres<br />

a ayudarle, sin presentir <strong>que</strong> te rechazará <strong>un</strong>a vez más. Tus virtudes le aguardarán en<br />

Atenas, pero su nave se desviará hacía Alejandría... o no conozco el m<strong>un</strong>do. Pero esto<br />

no debe preocuparte. Ye tras él, humíllate y, mientras tanto, el tiempo trabajará en mi<br />

favor. Cuando todos te sepan h<strong>un</strong>dida, cuando vean la más noble de todas las romanas<br />

desplazada por la más viciosa de todas las egipcias, te compadecerán y exigirán<br />

venganza. Al ceder en tu orgullo, no harás otra cosa <strong>que</strong> fomentar el amor propio de<br />

Roma. El pueblo dirá entonces la última palabra, como debe ser en <strong>un</strong>a República <strong>que</strong><br />

aspira a tan altos destinos. El pueblo hará oír su voz soberana. Y será <strong>un</strong>a voz muy<br />

sabia, por<strong>que</strong> antes habrá escuchado la de Octavio César Augusto.»<br />

Y cerró los ojos con extrema condolencia. Al fin y al cabo, consideraba <strong>que</strong> su voz era<br />

muy humilde, a<strong>un</strong><strong>que</strong> <strong>fue</strong>se la elegida.<br />

La derrota de Antonio en tierras partas no <strong>fue</strong> interpretada en Roma del mismo modo<br />

<strong>que</strong> en Alejandría. Cambió sin duda el tono de la angustia. Para el pilar del m<strong>un</strong>do <strong>que</strong><br />

era Octavio, importaron <strong>un</strong>as cifras concretas sobre pérdidas <strong>que</strong> podían ser esgrimidas<br />

como arma en el Senado. Para la serpiente del Nilo las cifras <strong>fue</strong>ron <strong>un</strong> dato para uso<br />

exclusivo de extranjeros (bien dice cierto refrán de las esquinas <strong>que</strong> a romano muerto<br />

romano puesto y todos en el mismo saco). Para la serpiente del Nilo ni siquiera existía el<br />

lugar llamado Partía (n<strong>un</strong>ca supo el porqué de a<strong>que</strong>l interés de Roma por <strong>un</strong> pedazo de<br />

tierra tan poco importante). Para la sierpe, en ¡in, importaba especialmente lo <strong>que</strong> la<br />

derrota tenia de fracaso, Y cuantos la conocían comprendieron <strong>que</strong> era <strong>un</strong> mal augurio<br />

para el inicio de su gran <strong>sueño</strong> de dominio.<br />

El heraldo del infort<strong>un</strong>io se encontraba frente a ella en sus habitaciones privadas. Y<br />

a<strong>un</strong><strong>que</strong> <strong>fue</strong>se <strong>un</strong> romano era, ante todo, <strong>un</strong> enlace con los <strong>sueño</strong>s de Antonio.<br />

-Señora, yo soy <strong>un</strong> profesional de la guerra y puedo deciros <strong>que</strong> n<strong>un</strong>ca vi <strong>un</strong> desastre<br />

semejante. <strong>No</strong> lo recuerdo de los tiempos modernos, ni sé de nadie <strong>que</strong> pueda<br />

recordarlo desde <strong>que</strong> cayó Troya en manos de los griegos, según aseguran los cantares<br />

<strong>que</strong> a veces amenizan los ban<strong>que</strong>tes en los campamentos y los cuarteles. <strong>No</strong> sé cómo<br />

expresarme, por<strong>que</strong> no soy docto. Mi padre era panadero y mi madre lavaba ropa para

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