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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

16<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

La sombra de quien era el compañero de su amado y a la vez el más acerbo de sus<br />

críticos enturbió por <strong>un</strong> instante las esperanzas de Cleopatra. ¡A<strong>que</strong>l jovenzuelo<br />

demasiado arrogante seguía amenazando a<strong>un</strong> desde lejos! Su severidad proverbial dio<br />

paso a la dureza cada vez <strong>que</strong> exigió el regreso de Antonio a Roma. Predisponía contra<br />

él a sus mejores amigos, intentaba arrebatarle el amor de sus soldados, le pintaba ante<br />

el Senado como <strong>un</strong> borrachín <strong>que</strong> abandonó todos sus deberes para fornicar con su<br />

concubina oriental en la más corrupta de las metrópolis: Alejandría, letrina del m<strong>un</strong>do.<br />

Tenía motivos Cleopatra para temer <strong>que</strong> las noticias procedentes de Roma llevasen<br />

algún filtro de amargura.<br />

Se permitió <strong>un</strong> instante de congoja. Pero la causa no era Octavio, con ser motivo<br />

suficiente. Era algo más prof<strong>un</strong>do y hasta ambiguo. Era el mordisco del gusano<br />

insensato <strong>que</strong> es compañero de todos los amantes. Eran los celos renaciendo en el fondo<br />

de su alma. Celos impresentables. Pues iban dirigidos contra <strong>un</strong> cadáver.<br />

La asustaba más la influencia de Fulvia muerta <strong>que</strong> la hostilidad de Octavio vivo. Si<br />

éste constituía <strong>un</strong>a amenaza contra la cual podría combatir <strong>un</strong>a estrategia política bien<br />

organizada, Fulvia iba más allá en su violencia por<strong>que</strong> era: <strong>un</strong> recuerdo <strong>que</strong> atacaba<br />

desde el otro m<strong>un</strong>do. Lo <strong>que</strong> su cuerpo no consiguió en vida lo obtenía cuando sólo era<br />

<strong>un</strong> montón de cenizas recogidas en la pira f<strong>un</strong>eraria: arrancara Antonio de su lecho de<br />

oro, arrebatarle de los opulentos fastos de Alejandría, despojarle de los s<strong>un</strong>tuosos<br />

ropajes orientales <strong>que</strong> gustaba vestir y devolverle a la mediocre apariencia de la toga<br />

romana...<br />

A<strong>que</strong>lla Fulvia, abandonada <strong>un</strong> día por Antonio, empezaba su venganza desde el<br />

m<strong>un</strong>do de los muertos.<br />

Pero Cleopatra era hija de <strong>un</strong>a tierra <strong>que</strong> durante siglos había convivido con la<br />

muerte, convirtiéndola en la idea iluminada <strong>que</strong> guía los pasos del hombre por el m<strong>un</strong>do.<br />

La muerte la miraba desde el fondo de las tumbas de sus antepasados, la muerte estaba<br />

presente en las invocaciones a los grandes dioses, la muerte estaba implícita en el<br />

devenir del tiempo, en los antojos de las estaciones del año y en las fluctuaciones del<br />

gran padre Nilo.<br />

Si Fulvia preparaba sus armas para atacarla desde las oscuras cavernas, Cleopatra,<br />

reina, guerrera, amazona, se adentraría en ellas con la destreza de quien conoce el<br />

camino desde todos los siglos <strong>que</strong> la han precedido. Pero, además, disponía de otros<br />

tri<strong>un</strong>fos. Y eran los de la vida.<br />

El primer tri<strong>un</strong>fo era ella misma cuando se transfiguraba en hembra feroz, capaz de<br />

abandonar su envoltura de diosa y soberana y rebajarse a la pericia de <strong>un</strong>a ramera para<br />

saciar los apetitos famosos de su amante. El seg<strong>un</strong>do era la inmensa ladrona de<br />

vol<strong>un</strong>tades en <strong>que</strong> podía convertirse la ciudad, en <strong>que</strong> puede convertirse Alejandría<br />

cuando abre su inmensa matriz para devorar a los amantes enlo<strong>que</strong>cidos. El tercer<br />

tri<strong>un</strong>fo eran dos criaturas.<br />

Alejandro Helios y Cleopatra Selene, los gemelos nacidos para perpetuar el alcance<br />

mítico de la dinastía.<br />

Partió Antonio a Roma sin conocerlos, pero con el orgullo de saber a ciencia cierta <strong>que</strong><br />

su nacimiento estaba inscrito en las constelaciones. <strong>No</strong> utilizó su característico sarcasmo<br />

cuando lo an<strong>un</strong>ciaron los astrónomos. Al fin y al cabo, la familia de Cleopatra -¡esos<br />

pintorescos Tolomeos!- era experta en trasladar a los cielos sus conflictos domésticos.<br />

Cuando, en el pasado, la reina Berenice perdió su ponderada cabellera, los astrónomos<br />

decidieron <strong>que</strong> había ascendido hasta las prof<strong>un</strong>didades de la noche y <strong>que</strong>dó allí,<br />

inamovible, centelleante, transfigurada en la más hermosa de las constelaciones. Y si los<br />

azares de <strong>un</strong>a reina excesivamente despistada podían cambiar el curso de los astros,<br />

¿qué no harían esos niños nacidos del encuentro entre los dos ríos más fec<strong>un</strong>dos, el río<br />

de Roma y el de Egipto, confluyendo en el apasionado litoral de Alejandría?

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