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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
140<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
Al salir de nuevo a la terraza observó <strong>que</strong> la noche era ardiente, como si los rayos de<br />
la l<strong>un</strong>a alimentasen mil fogatas en la tierra. Y allá al fondo, los mármoles de Alejandría<br />
despedían su habitual blancura de sepulcro.<br />
Desde las prof<strong>un</strong>didades de la ciudad <strong>un</strong>a voz más <strong>fue</strong>rte <strong>que</strong> todas las demás le lanzó<br />
<strong>un</strong> mensaje consolador. <strong>No</strong> era la voz atronadora <strong>que</strong> surgía de las tabernas. <strong>No</strong> eran las<br />
agitadas melodías de las casas de placer. Era <strong>un</strong> salmo delicioso <strong>que</strong> surgía del templo<br />
de Isis y le alcanzaba para llenarle de dicha o para reclamar su presencia.<br />
Salió de palacio y echó a correr por los barrios elegantes, hasta dejar atrás el<br />
Gimnasio y el Museion. Cruzó el jardín de las palmeras, dejó atrás los par<strong>que</strong>s de<br />
mimosas y acacias y, finalmente, llegó a las puertas del santuario.<br />
Tardaron en abrirle, pese a <strong>que</strong> sus golpes contra la puerta de hierro forjado debían<br />
de resonar en el interior con el estruendo de inil tambores de guerra. Pero al fin apareció<br />
<strong>un</strong> novicio <strong>que</strong> le miraba con expresión de asombro, tan extraía debió de parecerle la<br />
visita y, especialmente, el aspecto <strong>que</strong> ofrecía. Pues en todo semejaba a <strong>un</strong> evadido de<br />
las cavernas de Abukir, <strong>que</strong> es donde viven encerradas las víctimas de la demencia.<br />
El novicio le permitió entrar y le rogó <strong>que</strong> esperase mientras avisaba al gran sacerdote<br />
Pentauer. Y mientras se alejaba, vio Totmés <strong>que</strong> su andar era tambaleante y sus<br />
palabras excesivamente animadas para a<strong>que</strong>lla hora de la noche.<br />
Pero ni siquiera el comprobar a<strong>que</strong>lla irregularidad en el comportamiento del mancebo<br />
podía prepararle para la impresión <strong>que</strong> le produjo la entrada del gran sacerdote. Pues<br />
estaba tan ebrio <strong>que</strong> debía apoyarse en el hombro de sus acólitos, borrachos a su vez. Y<br />
todos habían arrinconado los sagrados vestidos de Isis, y apenas cubrían su desnudez<br />
con taparrabos blancos <strong>que</strong> habían ido cambiando de color a causa de las numerosas<br />
manchas de vino, grasa y aceites de cocina.<br />
A<strong>un</strong> en su descom<strong>un</strong>al borrachera, el gran sacerdote reparó en las lágrimas de<br />
Totmés y se apiadó de él y manifestó el deseo de ayudarle si el príncipe le había retirado<br />
sus favores o, caso más probable, si algún marinero de Esmirna le había atacado en los<br />
muelles donde acuden los sacerdotes jóvenes en busca de placeres prohibidos.<br />
Escuchado <strong>que</strong> hubo la historia de Totmés, <strong>que</strong>dó perplejo y, mirándole fijamente,<br />
preg<strong>un</strong>tó si era tan ingenuo como indicaban sus palabras o acaso lo fingía. Y cuando<br />
Totmés se remitió a sus votos de castidad, poniendo en cada palabra acentos beatíficos,<br />
todos los presentes se echaron a reír y el más joven de todos vomitó sobre <strong>un</strong>a estatuilla<br />
de Horus niño.<br />
-En verdad eres exagerado -dijo el sacerdote, sin dejar de reír-. Pues <strong>un</strong>a cosa es ir<br />
bendito de los dioses y otra muy distinta es ir a la corte y no ver al rey. Con lo cual<br />
pretendo significarte <strong>que</strong> buena y noble es la santidad, pero torpe y hasta malsana<br />
cuando te aparta de la vida como te ha apartado a ti. ¡Hijo mío, hijo mío! Bastante tiene<br />
el clero con dif<strong>un</strong>dir el mensaje de los dioses, sólo faltaría <strong>que</strong>, además, le tocase<br />
predicar con el ejemplo. Pues el clero tiene ya garantizada su. santidad desde el<br />
principio de los tiempos, y si pretende seguirla después de aplicada caería en<br />
red<strong>un</strong>dancia. Lo cual no sé si es pecado a los ojos de los dioses, pero cuanto menos es<br />
tontería a ojos de los gramáticos.<br />
Totmés dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo. Sentía <strong>que</strong> el templo se h<strong>un</strong>día<br />
bajo sus pies y <strong>que</strong> en lo más prof<strong>un</strong>do de los infiernos mil criaturas maléficas se<br />
disputaban su alma.<br />
A<strong>un</strong><strong>que</strong> sus compañeros de culto le invitaron a acompañarlos en el festín <strong>que</strong> estaban<br />
celebrando, a<strong>un</strong><strong>que</strong> a fin de animarle le an<strong>un</strong>ciaron la inminente llegada de alg<strong>un</strong>as<br />
sacerdotisas de la diosa de Arabia, Totmés huyó hacia la salida y, <strong>un</strong>a vez irás, se perdió<br />
,por las callejas de Alejandría y corrió por ellas con expresión aterrada, de manera <strong>que</strong><br />
la gente se apartaba a su paso por<strong>que</strong> le creían rabioso.