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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
138<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
tan criminal como la l<strong>un</strong>a, Totmés; tú eres mi verdugo, por<strong>que</strong> las barreras contra la<br />
pasión constituyen el mayor de los crímenes. Tu santidad insulta a la naturaleza. Tu<br />
santidad merece ser castigada... Ya estoy dispuesta para atacarte. La l<strong>un</strong>a ya acarició<br />
todas mis prendas. La l<strong>un</strong>a se posó en mis joyas. La l<strong>un</strong>a acaba de firmar su último<br />
decreto... ¡Por ti, Totmés! ¡Por ti mi hechizo y mi agonía!<br />
Y negándose a escuchar la justa voz de los arcanos, clavó tres agujas de oro en el<br />
corazón de Totmés. Y esperó <strong>que</strong> transcurriese la noche para ir a su encuentro.<br />
A la mañana siguiente, muy temprano, Balkis siguió a Totmés hasta el templo de Isis<br />
y se mezcló entre los fieles, esperando a <strong>que</strong> las ceremonias hubieran concluido para<br />
<strong>que</strong>darse a solas con él. Y los fieles se apartaron respetuosamente al verla pasar. pues<br />
sus vestidos eran de lino real y sus joyas denotaban lo elevado de su rango en palacio.<br />
Cuando ya todos se hubieron marchado, Totmés continuaba aún con sus libaciones.<br />
Una vez concluidas, se dirigió hacia <strong>un</strong>a de las dependencias destinadas a almacén de<br />
ofrendas. Tomó la navaja y la jofaina <strong>que</strong> necesitaba para afeitarse las partes impuras<br />
de su cuerpo, como ordena el ritual desde hace tantos siglos. Y ya se había desnudado<br />
completamente e invocado la bendición de Isis cuando se vio sorprendido por el brillo de<br />
<strong>un</strong>os ojos verdes como la esmeralda, pero ardientes como la llama <strong>que</strong> resplandece en el<br />
fondo de los rubíes.<br />
Entonces apareció la hermosa Balkis, con su larga cabellera revuelta y los labios<br />
mordidos con furia, en la espera de la noche anterior.<br />
-¿Qué haces tú aquí? -exclamó Totmés, escandalizado-. ¿Cómo te atreves a penetrar<br />
en este recinto reservado a los sacerdotes?<br />
En vano intentó cubrir su desnudez. Balkis se había apoderado de sus dos manos y las<br />
estrechaba con ardiente vehemencia.<br />
-También yo soy sacerdotisa, Totmés. Y mi culto es el amor. Y mi dios <strong>un</strong> joven<br />
demasiado avaro de sus gracias. Pero he venido a pesar de ello por<strong>que</strong> ardía en deseos<br />
de ver tu cuerpo. Por<strong>que</strong> desde hace tiempo mis ojos van más allá de tus blancos<br />
vestidos, los traspasan y se posan en tu piel a fin de poseerla por entero... -Se echó a<br />
reír con <strong>un</strong> nerviosismo <strong>que</strong>, lejos de saciarse, iba en aumento-. Ahora <strong>que</strong> siento tu<br />
desnudez tan cerca, puedo decirte <strong>que</strong> su belleza supera cuanto esperaba.<br />
Abrió su túnica y apareció su cuerpo, también desnudo a excepción del pubis, <strong>que</strong> se<br />
cubría con <strong>un</strong> diminuto ceñidor de diamantes. Y en la penumbra vio Totmés <strong>que</strong> sus<br />
senos eran cálidos como el mediodía sobre los barrios de la playa y su piel tostada como<br />
la madera de los árboles exóticos.<br />
Tuvo miedo. Más <strong>que</strong> el ardor prometido, más <strong>que</strong> todos los paraísos an<strong>un</strong>ciados, la<br />
desnudez de Balkis le llenaba de <strong>un</strong> sudor frío, parecido al <strong>que</strong> empapa a las víctimas del<br />
mal de invierno. Y sus dientes rechinaban y se apretaban con tal violencia <strong>un</strong>os contra<br />
otros <strong>que</strong> toda su boca pareció a p<strong>un</strong>to de estallar como <strong>un</strong> volcán.<br />
Balkis condujo la mano del sacerdote hacia su propio sexo. Y sonrió con malignidad al<br />
decir:<br />
-<strong>No</strong> llores, hermano mío, antes bien regocíjate por<strong>que</strong> tu cuerpo estaba dormido y ha<br />
despertado a la vida.<br />
-Ni el cerdo <strong>que</strong> tenemos prohibido comer, ni el estiércol <strong>que</strong> nos han prohibido pisar<br />
es tan impuro a los ojos de la diosa como lo son tus actos. ¡Vete ya con tu cohorte de<br />
demonios!<br />
-Me iré pese a <strong>que</strong> tu deseo es muy otro en realidad. Los demonios <strong>que</strong>dan contigo y<br />
esta noche abriré mi cuerpo para <strong>que</strong> me penetren, por<strong>que</strong> ni siquiera tu castidad es tan