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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
137<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
La hechicera le entregó <strong>un</strong> muñeco de cera <strong>que</strong> reproducía los rasgos principales de<br />
Totmés: su cabeza afeitada, la blancura de sus vestidos pintada en la piel y <strong>un</strong>a aguja<br />
de oro en el lugar exacto <strong>que</strong> debería ocupar el falo.<br />
-Que la l<strong>un</strong>a lo bañe dos noches y otras dos noches tu orina. Y en el p<strong>un</strong>to exacto<br />
donde tu verdugo tiene el miembro viril aparecerá <strong>un</strong>a flor. Pero ten cuidado, Balkis,<br />
pues la l<strong>un</strong>a puede decretar maldades. Si la flor <strong>que</strong> sale es negra, desiste de tus<br />
propósitos, pues el crimen caerá sobre Alejandría. Enciérrate en la contención y deja en<br />
paz al sacerdote, por<strong>que</strong> la l<strong>un</strong>a pedirá muertos en lugar de ofrecer amantes.<br />
Regresó Balkis a palacio y realizó con toda diligencia los ejercicios <strong>que</strong> la hechicera le<br />
había ordenado. Y la figurilla de cera recibió los rayos de la l<strong>un</strong>a, se <strong>fue</strong> alimentando con<br />
su avance, y por fin apareció el miembro secreto de Totmés, an<strong>un</strong>ciando la proximidad<br />
del plenil<strong>un</strong>io.<br />
Balkis retrocedió, horrorizada, pues el supuesto miembro del amado era <strong>un</strong>a pe<strong>que</strong>ña<br />
flor tan negra como la sangre de los demonios. Y por <strong>un</strong> momento supo lo <strong>que</strong> era el<br />
miedo, pero en modo alg<strong>un</strong>o la derrota.<br />
Tomó a<strong>que</strong>lla monstruosidad recién creada y la estrechó contra su pecho.<br />
-La l<strong>un</strong>a es ahora <strong>un</strong>a sultana <strong>que</strong> quiere esclavizar. ¡Muertos quiere la l<strong>un</strong>a, cuando<br />
hace poco se contentaba con esclavos! ¡La sangre la ha hecho crecer más! ¿Por qué ha<br />
de nutrirse de la sangre esa diosa glacial? Fingiré <strong>que</strong> mis libaciones son en tu honor,<br />
dama siniestra... pero sólo han de ser para Totmés. ¡Oh diosa! Envía <strong>un</strong> rayo de luz<br />
sobre esas tinieblas para <strong>que</strong> él pueda verme. Te invoco, princesa de la muerte, para<br />
<strong>que</strong> aumentes la agonía del <strong>que</strong> ha herido mi corazón... ¡Ah Totmés! ¡Mírame desde la<br />
cárcel de tu castidad! ¡Levanta los ojos hacia Balkis! A ti no puedo mentirte. <strong>No</strong> es la<br />
l<strong>un</strong>a quien enciende mi furia. Mil veces recibí sobre mi carne la caricia de sus rayos, y<br />
sólo <strong>fue</strong>ron dardos de nieve sobre mi hastío. ¡Totmés, Totmés! Sólo esta noche obra la<br />
l<strong>un</strong>a el prodigio de darme lava en lugar de agua de nieve. ¡Ah, la l<strong>un</strong>a acariciará mi<br />
carne como antes acarició tu cuerpo casto! ¿Por qué es tu castidad la causa de mi<br />
deseo? Tu castidad enciende en mi carne <strong>un</strong> dolor más atroz <strong>que</strong> todas las hecatombes<br />
<strong>que</strong> los sacerdotes ofrecen a los dioses de mármol. Mis senos laten en tu honor. Diríase<br />
<strong>un</strong> brindis de amatistas. Todo mi cuerpo brinda por tus miembros y jamás brindó así por<br />
otro hombre. ¿Por qué no cedió ante hombre alg<strong>un</strong>o la madurez de mi deseo? He sido<br />
fría como la l<strong>un</strong>a, Totmés; y como ella, capaz de asesinar. ¡Ah! Recorrí las tierras negras<br />
del infinito Nilo, y a la sombra de las esfinges ignotas conocí los hermosos miembros del<br />
beduino tostado por el sol <strong>que</strong> es dios de a<strong>que</strong>llos m<strong>un</strong>dos; pero ning<strong>un</strong>o despertó mi<br />
sed, pero ning<strong>un</strong>o me causó heridas. Sólo fui nieve <strong>que</strong> navegó, errante, por las aguas<br />
donde flotan las lágrimas de tu gran madre Isis. Recorrí los anfiteatros de la opulenta<br />
Creta, los anfiteatros donde atletas desnudos danzan sobre los cuerpos de minotauros<br />
feroces, pero sus músculos, <strong>un</strong>tados con aceites divinos, sólo me produjeron el hastío de<br />
lo <strong>que</strong> todo el m<strong>un</strong>do puede poseer. Y conocí el encanto de los efebos de Siria, <strong>que</strong> se<br />
abren al amor de cualquier sexo; pero en su goce sólo hallé el sabor del vino <strong>que</strong> no<br />
tuvo tiempo de madurar. Busqué el deseo de los gallardos centuriones de Roma, deseé<br />
el placer entre los mancebos <strong>que</strong> nadan en las aguas verdes de los oasis de Arabia,<br />
quise <strong>que</strong> me estrechasen los brazos de acero de los gigantescos pescadores del<br />
Éufrates, aspiré a sentir mis senos aplastados por la coraza de oro de los potentes<br />
capitanes de Judea. <strong>No</strong> hubo guerrero feroz ni efebo teñido de púrpura <strong>que</strong> pudiese<br />
romper mi hielo, Totmés. Ni guerrero, ni efebo, ni pastor, ni levita. Y he buscado en<br />
Babilonia y en Menfis, en Cartago y en Bitinia. Pero la l<strong>un</strong>a me negó su influjo. Hasta<br />
hoy, Totmés, hasta esta noche, por<strong>que</strong> la l<strong>un</strong>a convierte a la pasión en crimen. N<strong>un</strong>ca<br />
me enfrenté a la barrera de lo sagrado. Me enciende ese cuerpo encendido por tus<br />
dioses; quiero besar ese sexo donde acaso la divinidad depositase sus besos. Quiero<br />
profanar ese sagrario. Quiero poseer tu santidad más allá de la muerte, ¡Totmés! Tu<br />
santidad es la barrera <strong>que</strong> se levanta entre mi pasión y los edenes del amor. Y tú eres