You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />
135<br />
<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />
cualquier visitante pudib<strong>un</strong>do. Y Eros visitó de nuevo la mente de Cleopatra ofreciéndole<br />
imágenes de Antonio <strong>que</strong> excedían a los disfraces de sus francachelas para introducirse<br />
en los dominios del arte. De modo <strong>que</strong> Eros se hacía alejandrino.<br />
Y el otoño de Antioquía establecía <strong>un</strong> adecuado contrap<strong>un</strong>to con la vida <strong>que</strong> se<br />
renueva constantemente, con la naturaleza revestida de s<strong>un</strong>tuosidad. Se complacía<br />
entonces la reina contemplando cómo se desnudaban progresivamente los árboles, al<br />
estilo de <strong>un</strong>a odalisca demasiado tentadora. Y sobre la vega de Antioquía, la caída de las<br />
hojas mostró <strong>un</strong>a procesión de es<strong>que</strong>letos <strong>que</strong>, por lo desconocido, tenían <strong>que</strong> resultar<br />
fascinantes a <strong>un</strong>a hija del Nilo. Robles de cuerpo robusto, lleno de accidentadas<br />
protuberancias, esbeltos abedules cuyas ramas sólo parecían crecer para ensortijarse en<br />
lo más alto, castaños cuyos troncos formaban cavernas pavorosas <strong>que</strong> parecían<br />
adentrarse en lo más prof<strong>un</strong>do de la tierra... todo, en fin, hablaba a Cleopatra de la<br />
infinita variedad de la existencia no bien los ojos se apartaban del cuerpo deseado, no<br />
bien se apartaban de Alejandría.<br />
Pero su memoria no se había exiliado de la ciudad. El supremo artificio de sus calles la<br />
asaltaba, en el recuerdo, y se confirmaba como <strong>un</strong>a parte de sí misma a la <strong>que</strong> era<br />
imposible ren<strong>un</strong>ciar. Por<strong>que</strong> además de las características <strong>que</strong> la convertían en la ciudad<br />
única, Alejandría guardaba a Cesación. El objeto más adorado en la singular tesorería de<br />
su alma.<br />
Cesarión, el niño de ayer, convertido ahora en <strong>un</strong> proyecto tan magno <strong>que</strong> excedía a<br />
sus pobres <strong>fue</strong>rzas. Cesarión soportando la pesada corona de los dos países, la diadema<br />
imperial, como gustaban decir los poetas. Dos tierras, sí, el Alto y el Bajo Egipto, pero<br />
<strong>un</strong>a sola voz <strong>que</strong> se haría escuchar en todo Oriente. Y si las <strong>fue</strong>rzas de Cesación no<br />
bastaban, ella estaría detrás del trono, insuflándole las suyas como hacen las divinidades<br />
del viento. Y j<strong>un</strong>to a ella, Antonio, supremo conquistador de <strong>un</strong> imperio como ning<strong>un</strong>o de<br />
sus antepasados llegó a conocer.<br />
Pero <strong>un</strong>a vez más el amor no la tranquilizaba. El amor le traía el an<strong>un</strong>cio de las mil<br />
amenazas <strong>que</strong> podían acechar a Cesarión. El amor se convertía en otra carga.<br />
En <strong>un</strong>a de a<strong>que</strong>llas tardes de Antioquía, mientras el pálido sol acariciaba sus mejillas,<br />
Cleopatra cayó dormida. Y de nuevo soñó <strong>que</strong> Cesación estaba en peligro. Y de nuevo lo<br />
sintió en su carne cual la herida <strong>que</strong> n<strong>un</strong>ca puede cicatrizar.<br />
Pero la habitualidad de la pesadilla había multiplicado el número de atacantes. Ya no<br />
era sólo Octavio quien se cebaba en el hijo adorado. De cualquier rincón del <strong>un</strong>iverso<br />
surgía a traición <strong>un</strong>a cohorte de demonios maléficos armados de tal modo <strong>que</strong> sus<br />
cuerpos deformes estaban mejor pertrechados <strong>que</strong> cualquier armería, <strong>que</strong> cualquier<br />
arsenal. ¡Genios del mal prestos a atravesar el corazón del Niño Divino con lanzas de<br />
p<strong>un</strong>ta envenenada, flechas de guerra y harpones capaces de acabar con los enormes<br />
hipopótamos del Nilo!<br />
Pero incluso en sus descensos al m<strong>un</strong>do de los mitos, conservaba Cleopatra su<br />
civilizado sentido del humor. Y se le oía repetir en <strong>sueño</strong>s:<br />
-¡Hijo mío! Si tú <strong>fue</strong>ses realmente Horus y tu madre la gran Isis, ¡qué tranquilidad<br />
para los dos!<br />
Pero a<strong>que</strong>lla tarde, <strong>un</strong>a cualquiera de su última semana en Antioquía, su pesadilla<br />
habitual a cuenta de Cesarión se vio interrumpida por <strong>un</strong>a de sus damas <strong>que</strong> le<br />
an<strong>un</strong>ciaba la llegada de <strong>un</strong>o de los oficiales de su guardia de Alejandría. Era portador de<br />
<strong>un</strong>as cartas urgentes de Sosígenes.<br />
-¿De Alejandría llega? ¡Que pase al instante si trae consigo los vientos del crepúsculo!<br />
¡Que pase si trae el aroma de las flores en los oasis! ¡Más aún si trae a toda Alejandría<br />
en su mirada! En fin, <strong>que</strong> pase de todos modos.