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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

130<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

montase de <strong>un</strong> salto en su carro dionisíaco, convertida así en la única compañera del<br />

dios sobre la tierra. Y se los vio recorrer las calles de Antioquía presidiendo los más<br />

hermosos cortejos mitológicos <strong>que</strong> sus habitantes habían visto en muchos años.<br />

Precedía su paso <strong>un</strong>a cabalgata de fa<strong>un</strong>os s<strong>un</strong>tuosamente ataviados, hermosas<br />

criaturas <strong>que</strong> avanzaban bajo <strong>un</strong>a lluvia de flores doradas, ejecutando melodías<br />

enlo<strong>que</strong>cedoras, por medio de cuernos de la ab<strong>un</strong>dancia <strong>que</strong>, al apartarse de sus labios,<br />

dejaban caer <strong>un</strong> riquísimo alud de regalos <strong>que</strong> la población se apresuraba a recoger,<br />

apartándose <strong>un</strong>os a otros a empujones, rodando por el suelo. En su carro, Antonio se<br />

envolvía con las más s<strong>un</strong>tuosas pieles de tigre y guepardo, coronaba sus sienes nevadas<br />

con racimos de uva plateada, y su barba, primorosamente cortada al estilo griego,<br />

estaba espolvoreada con oro, lo <strong>que</strong> la hacía semejante a <strong>un</strong> frondoso bos<strong>que</strong> cuyos<br />

árboles, en lugar de nieve, hubiesen recibido <strong>un</strong> baño formado por los sudores del sol de<br />

Asia.<br />

Al lado de Dionisos iba Cleopatra vestida de amazona, con la coraza de escamas<br />

doradas y la cabellera ondeando al viento a guisa de furia enlo<strong>que</strong>cida. Y levantaba la<br />

lanza saludando a a<strong>que</strong>l pueblo <strong>que</strong> no era el suyo, pero cuya vol<strong>un</strong>tad había sabido<br />

ganarse iniciando as( <strong>un</strong>a fama de prodigiosidad <strong>que</strong> íbase extendiendo por Oriente<br />

como <strong>un</strong>a nube milagrera. Pues en todas las provincias se sabía <strong>que</strong> el Dionisos romano<br />

tenía a su lado a <strong>un</strong>a reina <strong>que</strong> superaba en grandeza a todas las conocidas; <strong>un</strong>a diosa<br />

<strong>que</strong> conseguía crear en la tierra muchos más portentos <strong>que</strong> todas las diosas celestes en<br />

sus santuarios.<br />

El renombre de Cleopatra <strong>fue</strong> creciendo a media <strong>que</strong> aumentaban en Antioquía los<br />

fastos <strong>que</strong> preparaba para Antonio. Cacerías en florestas intrincadas, concursos de pesca<br />

en ríos tumultuosos, combates de lucha <strong>que</strong> enfrentaban a los atletas más fornidos de<br />

doce reinos, bailes ejecutados por danzarinas cuya belleza escapaba a toda ponderación<br />

y regatas a cargo de canoas disfrazadas de peces exóticos. Todos los deportes, todas las<br />

representaciones se dieron cita en a<strong>que</strong>l otoño <strong>que</strong> llegó a superar, en la memoria de los<br />

amantes, el recuerdo de a<strong>que</strong>l invierno, ya lejano, en la siempre añorada Alejandría.<br />

Las magias de Cleopatra también recuperaron para Antonio los más deslumbrantes<br />

galardones de la gastronomía. Reorganizó la Sociedad de la Vida Inimitable <strong>que</strong> Antonio<br />

inventó años atrás, en el curso de cierto invierno famoso; la sociedad <strong>que</strong> atrajo a los<br />

festines del gran palacio de Alejandría a los comensales más exquisitos, cuando no los<br />

más desaforados. Y al renacer a<strong>que</strong>lla sociedad en el palacio de Antioquía, muy selectos<br />

huéspedes asistieron a las más extraordinarias proezas: se vio a <strong>un</strong> venado de cuyo<br />

vientre surgía <strong>un</strong>a gacela de cuyo pecho aparecía a su vez <strong>un</strong> faisán <strong>que</strong> al abrirse<br />

dejaba salir <strong>un</strong>a paloma con los pulmones rellenos de ostras rebañadas en jugosas<br />

mixturas de hígado de oca. Se vieron corzas gigantescas devoradas en <strong>un</strong> instante,<br />

salsas exóticas surgiendo a borbotones de las bocas de los comensales, crustáceos del<br />

tamaño de los hipocentauros y pulpos cuyos tentáculos abarcaban toda la extensión de<br />

<strong>un</strong>a enorme mesa de hierro forjado.<br />

Años antes, en Alejandría, los excesos gastronómicos de la Sociedad de la Vida<br />

Inimitable habían dado lugar a las más pintorescas conjeturas. Un testigo excepcional, el<br />

médico Filotas de Amfisa, 1 tuvo ocasión de comprobar la veracidad de las mismas. Pues<br />

habiendo trabado amistad con <strong>un</strong> oficial de las cocinas reales, éste le deparó la<br />

oport<strong>un</strong>idad de visitarlas. Y allí, entre otros muchos manjares, el médico descubrió cinco<br />

enormes jabalíes <strong>que</strong> los esclavos estaban asando en bro<strong>que</strong>tas no menos gigantescas.<br />

Entonces el médico expresó su admiración por el número de comensales <strong>que</strong> llenarían de<br />

boato los salones de Cleopatra. El oficial se echó a reír y contestó: «<strong>No</strong> es <strong>un</strong> festín tan<br />

espléndido, pues se limita a <strong>un</strong>a docena de invitados. Pero cada plato ha de tener tal<br />

1 Filotas de Amfisa, amigo del abuelo de Plutarco cuyo testimonio sirve de base ala Vido de Antonio, de<br />

este autor.

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