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No digas que fue un sueño - Terenci Moix

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<strong>No</strong> <strong>digas</strong> <strong>que</strong> <strong>fue</strong> <strong>un</strong> <strong>sueño</strong><br />

129<br />

<strong>Terenci</strong> <strong>Moix</strong><br />

Cuanto rodeaba a Marco Antonio -mobiliario, objetos, tapices o cortinajes- estaba<br />

destinado a recordarle en todo momento la llamada de Oriente. Y pese a <strong>que</strong> era<br />

Antioquía <strong>un</strong>o de los centros más animados del helenismo, la sagacidad de Cleopatra<br />

supo invertir la situación en provecho de sus ambiciones. Así, Antioquía pasó de ser la<br />

última ciudad <strong>que</strong> recordaba a Grecia a la primera <strong>que</strong> hablaba de la India.<br />

Oriente se convirtió en <strong>un</strong>a llamada continua, <strong>un</strong> estímulo obsesivo, <strong>que</strong> trascendía la<br />

mesa de trabajo, iba más allá de las maniobras de los ejércitos y se introducía en los<br />

edenes más privados del placer. Y cualquier delicia <strong>que</strong> llegaba hasta Antonio se<br />

convertía en el anticipo de otros mil deleites, teñidos siempre con los colores de <strong>un</strong><br />

exotismo arrebatador.<br />

Y Cleopatra se convirtió a sí misma en el reclamo viviente -el más deseable- de<br />

a<strong>que</strong>lla meta <strong>que</strong> era necesario alcanzar.<br />

Decidida a sorprender continuamente a su amante, cambiaba de aspecto varias veces<br />

al día, recordándole ora a la mujer <strong>que</strong> había amado, ora a mil mujeres desconocidas.<br />

Alternó la moda griega con la del Egipto clásico, como siempre <strong>fue</strong> su costumbre; pero<br />

de pronto aparecía ante Antonio y sus oficiales bajo los rasgos de <strong>un</strong>a mujer del desierto<br />

o, cuando convenía dar mayor azogue a los sentidos, con la inquietante semidesnudez<br />

de <strong>un</strong>a odalisca. De su cabellera, suelta y despeinada al modo de las bárbaras, colgaban<br />

flecos de los más encendidos colores, pañuelos animados con bordados variopintos,<br />

turbantes recamados en hebras de oro finísimo y bonetes cuajados de piedras preciosas.<br />

Y ya <strong>que</strong> Corinto se encontraba en <strong>un</strong> p<strong>un</strong>to privilegiado de la ruta de la seda, este<br />

material <strong>fue</strong> a convertirse en alas <strong>que</strong> naciendo en el cuerpo de la reina batían al ritmo<br />

primoroso de sus andares. Velos, túnicas, pañuelos, estolas, corpiños y toda la muy<br />

diversa arquitectura de la co<strong>que</strong>tería femenina se vistió de seda -azul, verde, roja,<br />

amarilla- para emitir constantemente el r<strong>un</strong>r<strong>un</strong>eo de la seducción.<br />

Seda <strong>fue</strong>, en última instancia, la piel de la reina, colocada entre los dedos de su<br />

hombre como <strong>un</strong> anticipo de las delicias impensadas <strong>que</strong> se hallaban escondidas tras<br />

cada manifestación de su sexualidad.<br />

Pues a los pocos días de su llegada a Antioquía, y a pesar de la igualdad <strong>que</strong> su<br />

amante había reclamado para ambos, Cleopatra tuvo <strong>que</strong> recurrir a las lecciones de<br />

Trifena. Y mientras él se esforzaba preparando la mejor estrategia en la guerra contra<br />

los partos, ella se encerró en su condición de estratega del sexo, procurando coger<br />

siempre por sorpresa a su amante, demasiado propenso al aburrimiento.<br />

Así transcurrió todo el otoño y así recuperó Cleopatra para Antonio los fastos, las<br />

algazaras, las locuras de <strong>un</strong> ya lejano invierno en Alejandría.<br />

Fue todas las mujeres <strong>que</strong> el romano necesitaba conocer para colmar su fantasía. Fue<br />

la melindrosa y la airada, la alegre y la lagrimosa, la ardiente y la tímida, la recatada y<br />

la dadivosa, la reina y la esclava, todo a <strong>un</strong> tiempo. Pero en el fondo no era más <strong>que</strong> la<br />

gran madre velando por <strong>un</strong> hijo <strong>que</strong> salió excesivamente caprichoso.<br />

Y el niño cayó en el engaño creyendo <strong>que</strong> era él quien engañaba. Se dejó atrapar por<br />

las trampas del placer de Cleopatra, pensando <strong>que</strong> era él quien las tendía. Y supuso <strong>que</strong><br />

era el dominador cuando era, en realidad, el dominado.<br />

De entre todas las mujeres sólo Cleopatra se había hecho digna de compartir el áureo<br />

carro <strong>que</strong> Dionisos puso a su disposición para recorrer los verdes campos del placer, los<br />

excitantes edenes del éxtasis. Sólo ella se había ganado el derecho de convertirse en su<br />

sacerdotisa. De gritar, a su lado, el aullido ritual reservado a los más acreditados<br />

ban<strong>que</strong>tes: «¡Evoé! ¡Evoé!». La culminación de la quimera en las entrañas mismas del<br />

mito.<br />

Del mismo modo <strong>que</strong> ella le había tendido <strong>un</strong>a pasarela de diamantes para <strong>que</strong><br />

subiese a bordo de su barca dorada, él le tendió la mano para <strong>que</strong>, aferrada a su vigor,

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